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    La mezquita Azul de Estambul
    \n\nHay muchos autobuses diarios entre Sofía y Estambul, pero no sé por qué todos los que yo encontré salían al atardecer. Así que para el último tramo de esta aventura terrestre hacia Oriente, para el punto y final del mayor atracón de autobús de mi vida... me tocó pasar otra noche en ruta. Diez horas más en blanco.\n\nCuando por fin las primeras luces del alba delataron la cercanía de Estambul, mi alma debatía seriamente la posibilidad de romper lazos de unión con mi cuerpo. Tras ocho días de viaje y 3.681 kilómetros de autocar (menos el tramo Triestre-Ljubliana en tren, para ser precisos), la puerta de Asia se abría ante mí, radiante de cúpulas y minaretes. Radiante de exotismo. Pero yo era incapaz de sentirlo. Al bajar en la estación de Estambul me hice la promesa de no volver a montar nunca más en autobús. \n\nEn Estambul siempre me ha gustado hacer dos cosas: ir a Santa Sofía , a reconciliarme con el género humano, capaz de levantar semejante prodigio de la ingeniería nada menos que en el año 537. E ir a relajarme en un hamman, dejando que un señor gordo, peludo y con bigote me masajée como si quisiera matarme.\n\nPero esta vez me tenía prometido otros dos rituales si terminaba el viaje con éxito. El primero: cruzar el puente sobre el Bósforo para poder contar algún día a mis nietos que llegué a Asia por carretera.\n\nEl segundo era ir casi en peregrinación al Pudding Shop . Para quien no haya oído hablar de él, es un antiguo café-restaurante cerca de la plaza de las mezquitas que fue el centro de reunión de hippies y mochileros desde los años sesenta. En una época en que no había Twitter ni móvil, ni oficina de turismo ni reservas por Internet, Estambul se convirtió en una especie de hub intermedio entre Europa y los destinos exóticos en Asia para los buscavidas de todo el mundo. Y el Pudding Shop era su local de reunión y su agencia de viajes. \n\nPasaban por aquí y dejaban mensajes clavados en las paredes demandando un transporte para Kathmandú o para Goa, un compañero para la aventura, un sitio para dormir o algo para fumar. Prisa no había.\n\nCreo que el Pudding sigue perteneciendo a los mismos propietarios, pero como ya nada es lo que era en esta Estambul vendida al turismo de masas, se ha transformado en un restaurante self-service con wi-fi, mantel de hilo y aire acondicionado. \n\nHay que agradecerles que hayan mantenido (o al menos mantenían, cuando yo estuve allí por última vez) engalanadas las paredes con recortes de periódicos y fotografías de aquel pasado glorioso, cuando docenas de trotamundos se ponían aquí ciegos a baklava y marihuana, cenaban a la luz de la luna en su famoso patio y esperaban un camión, una Combi Wolksvagen o cualquier cosa con ruedas que les permitiera seguir viaje a destinos míticos: Afganistán, India, Nepal, la Ruta de la Seda… en lo que dio en llamarse el "hippie trail" Pero esa, la verdad, será ya otra historia. \n\n\nPara saber más del Pudding y aquellos viajes a Asia recomiendo el libro de mi amigo Chema Rodríguez, "Anochece en Kathmandú".\n\n\n\n\n
    El Pudding Shop, en la época en que llegué a Estambul en autobús
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  • 2010-10-14 22:23:51
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  • Estambul y el Pudding Shop
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