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  • Una visita a Blancafort medio siglo después de que fuera anegado por las aguas del embalse de Canelles\n\n¿Dónde quedan las ruinas de Blancafort? Se lo pregunto a unos jóvenes de Estopiñán del Castillo, un pueblo del Pirineo aragonés limítrofe con Cataluña, pero no saben ni de qué les hablo. Sólo los más viejos recuerdan con vaguedad que existió un Blancafort, que sus gentes vivían de la almendra, del olivo y del ganado. Pero no sabrían situarlo con precisión en el valle. “Sí, hombre, venían por aquí para vender sus cosas en el mercado del día del Pilar”, me dice Ambrosio Juárez, un jubilado local. “Pero de eso hace ya mucho tiempo. ¿Para qué quiere usted removerlo?”\n\nY, la verdad, no sé que responderle. Al fin al cabo, como decía Tenesse Williams, el tiempo es la distancia más larga entre dos lugares lo que me lleva a pensar que no son unos pocos kilómetros los que separan ya Estopiñán del lugar donde estuvo la antigua y desaparecida aldea de Blancafort, sino 50 larguísimos e inabarcables años, los mismo que lleva desaparecida bajo las aguas del embalse de Canelles junto a otros cuatro pueblos más, Fet y Finestrat en el lado aragonés, y Boix y Tragó de Noguera, en la ribera aragonesa. La terapia más eficaz contra el dolor de la historia es el calmante del olvido. Por eso, nadie en el pueblo entiende que unos forasteros vestidos en mitad de la montaña con unos incoherentes trajes de buzo se decidan a bajar allí, a las profundidades del pantano, para revolver las aguas de una historia que ya no mueven molino, para visitar unas ruinas de las que ya nadie se acuerda. Sin embargo, ese reencuentro con los fantasmas del pasado nos parece de suma importancia, una especie de cura cicatrizante para una de las heridas que más dolor provocó en los pueblos del Pirineo a mediados del pasado siglo. La política hidráulica de un país en pleno crecimiento exigía la construcción de muchos nuevos embalses. Progreso para unos a cambio de la destrucción de hogares, tierras y formas de vida de otros. Esa fue la sentencia. \nPero, ¿cómo estarán hoy, 50 años después, aquellas calles, aquellas plazas, aquellas huertas anegadas por el aguas? En busca de una respuesta nos sumergimos.\n\nUna luz otoñal envuelve en un burbuja dorada la superficie del pantano de Canelles, en el cauce del río Noguera Ribagorzana, frontera entre Aragón y Cataluña. Esta mañana hay un silencio sepulcral en el entorno, como si a los árboles, las piedras y los pájaros les escandalizara el sacrilegio de molestar a los muertos. Por fortuna, el pantano no está a su máxima capacidad y deja ver sobre un pequeño islote que emerge de las aguas calmas los restos de lo que pudieron ser viviendas o una torre de vigilancia. Hacia allí nos dirigimos ayudados por unos torpedos (miniscooter marinos) que nos ayudan a salvar el par de centenares de metros que separan la islita de la orilla. \n\nNo es fácil bucear en un pantano y menos aún cuando no se sabe la localización exacta del objetivo ni su estado. Ramas sumergidas, troncos, restos de cuerdas, sedales de pesca o redes y todo tipo de objetos vertidos por el hombre pueden convertirse en una trampa para el submarinista. El fondo del mar es previsible, pero el de una obra humana, no. Además, la visibilidad es nula. Pese a que las escasas lluvias del verano han dejado reposar los sedimentos del embalse durante meses, nos sumergimos en una espesa sopa de guisantes que impide ver tu propia mano si estiras el brazo. Es estas condiciones, hay que extremar la atención y no perder de vista a los compañeros porque despistarse o tener un percance puede ser letal. \n\nPoco a poco, conforme nos sumergimos, empiezan a dibujarse siluetas conocidas entre la espesa turbidez achocolatada que nos rodea: las colañas de un tejado, el dintel de una puerta, un corral que conserva aún sus muros, las paredes desmochadas de unas viviendas. Es Blancafort, aldea leridana del valle del Noguera Ribagorza en la que vivían de la agricultura unas 14 familias. A finales de la década de los 50, la construcción del embalse de Canelles forzó el abandono del pueblo, que en 1965 quedó definitivamente anegado por las aguas. Desde entonces, nadie había vuelto a visitar estas calles, ya irreconocibles entre el amasijo de piedras desmoronadas, ni había vuelto a cruzar el umbral de sus puertas, la mayoría destrozadas. Nosotros lo hacemos hoy con todo el cuidado que exige una inmersión en estas condiciones, pero también con toda la solemnidad de quien profana un lugar sagrado, con el recogimiento de quien pasea por un cementerio de recuerdos. Blancafort, o lo que queda de ella, que es más bien poco, rodea toda la ladera del islote, antiguo cerro ahora sumergido. Supongo que sus primeros pobladores buscarían la seguridad de una atalaya elevada sobre el valle y conforme fue creciendo se fue desparramando por la ladera, ganándole terreno a la llanura. \n\nPero todo son suposiciones, porque es difícil imaginar vida entre tanta destrucción. Todo son tejas rotas, ladrillos desmoronados, cascotes y restos de maderos podridos. De repente, unos metros por debajo de donde nos encontramos intuimos una sombra más grande y negra que las demás. Nos hundimos en su busca para descubrir que es un enorme arco de medio punto que pudo pertenecer a un templo o al vano de una muralla medieval. La adrenalina se dispara ante la evidencia reconocible del pasado. Es la prueba irrefutable de que una vez existió un lugar llamado Blancafort. \n\nY poco más. Cuando uno sueña con su primera inmersión en un pueblo sumergido se imagina sus viales intactos, la plaza del pueblo con sus bancos, el campanario de la iglesia intacto, incluso puede ver a los viejos jugando a las cartas en el casino. Pero la realidad es mucho menos poética. Muchos de estos pueblos se dinamitaban antes de ser sumergido y lo que quedó de ellos a duras penas ha podido sobrevivir tras medio siglo de inmersión. Así que lo poco que vemos a través del chocolate en el que buceamos son trocitos de la historia que hay que ir recomponiendo en la mente para imaginar que allí, entre ese caos frío y oscuro, existió una vez el calor de un hogar, el olor del humo picón, el jolgorio de unos niños al salir de la escuela o el tañir de unas campanas que llamaban a oración.\n\nDe vuelta a Estopiñan, tras la fatigosa tarea de quitar el limo y el fango que se pega como una maldición al traje de buceo, me empeño en buscar a algún antiguo habitante de Blancaforf o al menos a un descendiente o alguien que los hubiera conocido. Cincuenta años no son tantos como para que el telón del olvido haya borrado todo recuerdo de aquella gente y necesito saber qué paso con ellos, quién vivía en las casas hundidas que acabo de visitar, cómo eran y qué pensaban los parroquianos que pasaban bajo ese mismo arco de medio punto que hemos fotografiado. Así, tras mucho preguntar, doy con Joaquín Camarasa, 82 años, 25 de ellos alguacil de Estopiñan. Es uno de los más ancianos de Estopiñán y por fortuna conserva en su memoria la historia de los desplazados por el embalse de Canelles. “No busque a ninguno”, me espeta, “porque ni uno solo se quedó a vivir en Estopiñán. Cuando los expropiaron, los de los pueblos aragoneses se fueron todos a Mozón y a Balaguer. Los del lado catalán prefirieron Sabadell o Lérida. Les dieron entre 200.000 y 400.000 pesetas, una fortuna para la época”, asegura apoyado en el quicio de la puerta de su casa, “y con eso compraron otra vivienda y otras tierras“. Recuerda también que eran gentes muy comerciantes: “Raro era el día que no venían aquí a comprar víveres. Vivían del comercio que se generaba entre Cataluña y Aragón. En aquella época de posguerra, en Cataluña era todo más caro; así que compraban aquí alubias, azúcar, pan... y lo vendían de estraperlo en el otro lado. \n\nPor fin, animado por la confianza, le hago la pregunta que como forastero estaba deseando hacer desde el principio: “Pero aquello sería un drama, ¿no?, un éxodo doloroso”. “Pues mire”, contesta Joaquín con un regusto de ironía, “quejarse, se quejaron, pero en el fondo salieron ganando. Unos años después, cuando llegó la crisis del campo, otras muchas familias tuvieron que irse también de Estopiñán y de otros pueblos de la comarca hasta las ciudades, pero esas sin un duro y sin que nadie les comprara sus casas. Sabe, en el fondo fueron los únicos que hicieron un buen negocio”. \nTexto: Paco Nadal\nFotografías: Salvador Col\nPublicado en el nº 46 de "El mundo de los Pirineos"\n\n.\nCien pueblos bajo las aguas\nSe calcula que la construcción del embalse de Canelles, en el Noguera Ribagorzana, forzó el desalojo de 240 personas. Una cantidad pequeña si se tienen en cuenta los 1.850 vecinos que fueron desplazados por la construcción del embalse de Yesa, en el río Aragón, o las 1.600 personas que se vieron afectadas por el proyectado y nunca realizado embalse de Jánovas sobre el río Ara, en la comarca oscense del Sobrarbe, una de las tropelías más absurdas de los planes hidráulicos del franquismo. En total, unos cien pueblos pirenaicos han desaparecido bajo las aguas, 32 de ellos en los últimos ocho embalse llevados a cabo en el pasado siglo XX en el Pirineo central. \nParadójicamente, la fase de construcción de estas grandes obras llevaba asociada una gran cantidad de trabajo para la zona. Para la construcción de la presa de Canelles, la empresa adjudicataria construyó un poblado con capacidad para dos mil personas, que contaba con colmados, banco y hasta cine propio. Muchos vecinos de Estopiñán trabajaron en la obra a razón de 30 pesetas diarias por 10 horas de trabajo. Pero cuando se acabo el pastel, la empresa recogió sus bártulos, los expropiados tomaron la senda de la emigración y el olvido volvió a caer sobre el valle. Solo que con cinco pueblos menos.\n\nBucear en pantanos\nEl buceo en embalse es una práctica de riesgo que solo debe de llevarse a cabo con material y experiencia adecuadas. Lo primero es solicitar permiso en la Confederación Hidrográfica correspondiente. Se necesita un equipo de buceo autónomo clásico, pero reforzado con flashes destellantes, focos o cualquier otro elemento que sirva, no tanto para ver, sino para ser visto por los compañeros ya que la falta de visibilidad y la posibilidad de perder el contacto con el resto del equipo es el mayor reto para el submarinista. Como en el buceo en aguas abiertas, nunca debe de practicarse en solitario. La mejor época es al final de verano o tras largos periodos sin lluvias, que contribuyen a que se depositen parte de los limos en suspensión. \n
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  • 2010-06-07 09:26:25
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  • Fantasmas acuáticos, buceo en pantanos
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