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Ayer tuve un sueño. Raro en mí, ya que siempre sueño pero nunca me acuerdo de lo que he soñado. Soñé que viajaba. Soñé que viajando llegué hasta la Gran Muralla China. Y allí comencé a caminar. Ande y ande hasta que me encontré con una ciudad de piedra. Y allí soñé con su época dorada. Con sus gentes y sus construcciones. Y cuando me di cuenta, ya estaba soñando con otras piedras. Ahora eran romanas. Pisé su arena, luché con sus gladiadores y lloré con sus tragedias. Soñé con el gran coloso italiano, pero todo se termina. Como el explendor del reinado Inca. Allí mismo, hice un alto en el camino. Y entre la niebla y el frío me vino a la mente una pregunta. ¿Por qué es tan mágica esta "cima vieja"? ¿Por qué será que te sientes distinto aquí sentado? No tuve tiempo para pensar más, ya que mi extraño viaje de fantasía seguía. Y volando, volando, me sentí en la cima del cristianismo. En el más alto de sus "Jesuses crucificados". Y desde allí vi a los antiguos mayas, en su Yucatán querido. Decidí ir allí y cargarme de energía para el último tramo de mi viaje. Navegué por mis sueños hasta la India. Allí me enamoré. Me sentí romántica. Una última ofrenda de amor a la esposa perdida. Caminé entre los rosales y los narcisos, me miré en el agua y sentí la más romántica de las alegrías. Pero también sentí pena. Tristeza al pensar en todas los habitantes de las otras maravillas. Y fue entonces cuando me vi subida a lo más alto de los faros de la sabiduría. Allí, en Alejandría, sentí que para cada persona su ciudad tenía algo de maravilloso o extraordinario. Y allí, al despertarme, pensé que todos tenemos algo de grandioso e histórico y que no necesitamos de ninguna lista para demostrarlo.
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