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  • Nueva York, espejo de fantasmas\n\n

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    Luego de los pesados trámites de Aduanas y de Inmigración, salimos y nos encontramos con mis familiares que residen en Nueva York. Ciertamente, hicimos, en medio de la multitud, una verdadera algarabía. Sin ninguna dilación, nos proveyeron de guantes, abrigos y bufandas. Y tan pronto como nos preparamos, nos metimos en la cortante densidad del frío. En el parqueo, abordamos el Cadillac negro, muy lustroso, de uno de mis parientes. A continuación, fuimos al hotel Holiday Inn, situado en la avenida Jamaica, cerca del aeropuerto.\n\n

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    Y no bien nos registramos y conocimos nuestras habitaciones, nos marchamos hacia el Alto Manhattan, donde vive mi única tía paterna. Tras cruzar calles, avenidas y elevados, nos detuvimos frente a un edificio con fachada de ladrillos y escaleras metálicas, negras. Ese talante arquitectónico me recordó aquellas construcciones que observé, treinta y siete años antes, en la película "West Side Storie", vista y revista en la ciudad de Granada, España. "La serpiente se acaba de morder la cola", dije para mí, mientras pensaba en la circularidad del tiempo. Y luego de subir varios escalones, traspasamos el umbral de una puerta: ahí estaba mi tía, con el asombro reflejado en su rostro tan tierno. Con sus noventa años de edad, aún conserva una mediana lucidez. Después de un fuerte abrazo, empezamos a recordar aquella lejana época salcedense, cuando todavía no teníamos alas para volar tan lejos.\n\n

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    Más tarde, mientas recorría su apartamento, tuve la oportunidad de reconciliarme con el pasado: las fotos de mi padre y de mi abuela materna estaban pegadas en una pared, y, debajo de cada una de ellas, había un búcaro con flores artificiales. En realidad, mis antepasados nunca imaginaron que serían inmortales en Nueva York. Detrás de sus imágenes, se abre un paréntesis a la imaginación. Y es que "la memoria es un espejo de fantasmas. Muestra a veces unos objetos demasiado lejos para ser vistos, y otras veces los hace aparecer demasiado próximos", pensé, recordando las palabras de Yukio Mishima.\n\n

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    Al final, llegó la despedida. Con la promesa de que regresaría al día siguiente, me despedí de mi tía, y de inmediato nos marchamos hacia Nueva Jersey, adonde visitaríamos la flamante residencia de una de mis primas. Y de nuevo, regresé al pasado: las fotos familiares volvieron a crear un ambiente mágico, reforzado ahora por una cena que consistió en arroz blanco, habichuelas rojas, bistec y ensalada de tomate, lechugas y repollo picadito. Después de la media noche, volvimos al hotel. \n\n

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    Buscando las huellas de Mishima\n\n

    (Domingo, 12 de enero de 2003)\n\n

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    Luego de desayunar, partimos hacia el aeropuerto. Sentados en la primera fila, Ulda y yo nos miramos cuando el chofer, un negro alto y adusto, nos preguntó en inglés, algo que nosotros entendimos después, apenas una voz piadosa lo aclaró:\n\n

    ¿A qué aerolínea van?\n\n

    -Japan Airlines -dijo Ulda, soltando cada palabra con mucha timidez, a pesar de ser descendiente de los negros libertos norteamericanos que llegaron a Samaná, en 1822, bajo la ocupación haitiana.\n\n

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    El autobús fue dejando personas en las diferentes terminales, hasta que nos tocó el turno. Con una seña de la mano, el chofer nos indicó que podíamos bajar. No bien tomamos las maletas, fuimos a la aerolínea, pasamos por Inmigración, y por la salida No. 5, abordamos el avión. \n\n

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    En esa oportunidad, Ulda y yo quedamos separados sólo por un asiento, el cual fue ocupado por un joven alto, delgado y de apariencia japonesa. Del otro lado del pasillo, en la hilera vecina, se encontraba un muchacho, cerca de la ventanilla. Poseía un aspecto amigable. Tras iniciar un diálogo, supimos que era Luís Iriarte, un ingeniero boliviano que tenía el mismo destino que nosotros: el Centro Internacional de Kyushu. Pues bien, llegamos a Tokio catorce horas después. Fue un vuelo tranquilo, sin muchas turbulencias, salpicado por varias comidas y por dos o tres películas de espionaje. Sin embargo, por instantes, me asaltaba una terrible claustrofobia, principalmente cuando calculaba las horas que llevábamos volando, y al final del conteo, me daba cuenta de que el tiempo transcurría muy despacio.\n\n

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    En una ocasión, luego de dormitar un poco, me puse a leer Mishima o la visión del vacío, un estudio biográfico de Margarita Yourcenar. "Todos tendemos a tener en cuenta, no solamente al escritor, que, por definición, se expresa en sus libros, sino también al individuo, siempre forzosamente difuso, contradictorio y cambiante, oculto aquí y visible allá…", dice la escritora francesa en una de las primeras páginas del texto en cuestión. Ciertamente, estoy de acuerdo con la Yourcenar: traje este ensayo porque Mishima es, para mí, un personaje tan fascinante como sus propios personajes. Así, el novicio de El Pabellón de Oro, como el Isao de Caballos desbocados, tiene el mismo sortilegio que el Mishima que, el 24 de noviembre de 1970, se dio muerte ritual abriéndose el vientre para ser decapitado luego por un amigo.\n\n

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    Guiado por la Yourcenar, desempolvé, poco a poco, algunas de las características de la obra de Mishima: la trasmigración, la obsesión del seppuku, las complicaciones de la existencia y el mironismo, simbolizado por Honda, el mirón-vidente, o el voyeur-voyant.\n\n

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    Sin embargo, durante mi visita al Japón, no lograría recorrer los escenarios donde vivieron y murieron algunos de los personajes mishimianos. Por la rigurosa agenda del curso, no pude desandar por el Kyoto de Pabellón de Oro, ni por el Tokio de Confesiones de una máscara, ni por la Yokohama de El marino que perdió la gracia del mar. Ahora bien, en la ciudad de Kitakyushu, y cuando el tiempo me lo permitió, hablé con amigos y profesores sobre Yukio Mishima, tratando siempre de descubrir sus huellas.\n\n

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    De repente, escuché la voz de una azafata: estábamos llegando a Tokio y debíamos ponernos los cinturones.\n\n

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  • 2009-06-28 13:34:29
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  • Me acuerdo que por fin visité al Japón (2)
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