Puede parecer difícil de creer pero algunas veces resulta extraño acostumbrarse a vivir en un estado vacacional permanente. No tener que ir a trabajar, no contar con una rutina, la imposibilidad de dormir por la noche por la falta de cansancio o el no poder mantenerse en posición vertical durante el día a causa del calor.\n\n
Me hallaba solamente al comienzo de mi viaje y me costó algunos días cambiar mi estado mental, tan acostumbrado a tener una vida “normal” (incluso aburrida), por una nueva mentalidad viajera.\n\n
Así, aproveché mis primeros días en Bangkok lo máximo posible: visité algunos templos, degusté casi todas las especialidades ofrecidas en la calle (¿garras de pollo? Eh… no, gracias), paseé por mercadillos, reconocí a los timadores más avispados y entablé pequeñas conversaciones con otros viajeros, europeos en su mayor parte.\n\n
Lo que más disfrutaba era viajar en barco a través del río, transporte mucho más rápido, eficiente y fresco que cualquier autobús o túk-túk de la ciudad. Lo que más me impresionó, la arquitectura de sus templos y de su Palacio Real, piezas arquitectónicas que se mezclan de forma atemporal con el ritmo de una de las ciudades más modernas del mundo.\n\n
En mi habitación de un pequeño albergue de la calle Rambuttri, de madrugada, desvelada por el todavía presente jet-lag y el monótono sonido de mi ventilador, mientras leía “La Playa” de Alex Gardland, me sentí sola de verdad por primera vez en mucho tiempo y lloré recordando a todos los que había dejado detrás, en un mundo muy lejano.\n\n
Había llegado la hora de seguir adelante. Debía partir hacia Camboya cuanto antes…\n\n
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