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  • ATENAS.- Es el mediodía del lunes 13 de febrero de 2006. Mi amigo Nicolás Matus y yo acabamos de dejar atrás el Hotel Argos, lugar en el que nos hospedábamos, y junto con ello, un país lleno de cultura ancestral. Nuestro próximo destino es la ciudad de Brasov, en Rumania, un lugar del cual no sabemos mucho. Sólo tenemos claro que se trata de una región turística en Transilvania, cercana al pueblo de Bran, donde se encuentra el popular castillo del Conde Drácula. \n\n

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    Partimos, pues, rumbo a la estación de trenes de la ciudad de Atenas. No se halla lejos del hotel, pero con una mochila de 90 litros en la espalda, lo cierto es que 5 cuadras se hacen eternas. Sin embargo, ya tenemos los boletos en mano, lo que nos da una cuota de tranquilidad, a pesar de que el trayecto hacia Transilvania no es ni más ni menos que ¡35 horas de viaje! Tal vez, nadie en su sano juicio estaría dispuesto a hacerlo, tratándose de un destino inusual. En fin, tenemos claro que debemos hacer escala en Thessaloniki (norte de Grecia) antes de ingresar a territorio búlgaro, previo a la detención obligada de Sophia. De acuerdo al itinerario, Bucarest será la siguiente localidad en recibirnos, antes de llegar, finalmente, a Brasov. \n\n

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    ATENAS.- 12:20 horas \n\n

    Llegamos, tras una caminata de 20 minutos a la estación central de trenes, donde tomaremos el Helenic Railway de las 14.45 que parte rumbo al norte. Nicolás y yo matamos el tiempo en una sala de espera –business class waiting room, quién lo diría!- hablando del viaje, comiendo, y observando a la gente que pasaba junto a las líneas férreas. Un poco de música, tampoco está de más. El tiempo avanza lentamente y la espera se hace fastidiosa y exasperante. Estamos a punto de quedarnos dormidos cuando hace su aparición el tren. Son aproximadamente las 14.30 horas. La expectación por subirse rápido a nuestro vagón es enorme, pero más todavía lo es la cantidad de pasajeros que inundan nuestra panorámica. Ellos, al igual que nosotros, esperaban el ferro carril número 502. Muchos se dirigen a sus casas y lugares de trabajo. \n\n

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    ATENAS.- 14.45 horas \n\n

    Son las dos y cuarenta y cinco en punto. Ni un minuto más, ni un minuto menos, y el tren comienza a moverse –lento, pero seguro-. A diferencia de nosotros, estos tipos sí que son puntuales. Por delante, tenemos un viaje de tan sólo 7 horas hacia Thessaloniki. El sol, radiante, ilumina hacia el interior de los vagones y la vía férrea. ¡No se engañen! No hace nada de calor. Recuerden que estamos en pleno invierno y una onda de frío, con temperaturas bajo cero, había arremetido con todo pocos días antes. A medida que avanzamos -¡qué placentera suena esa palabra cuando de viajes largos se trata!- el clima va cambiando. Un verde poco usual para el invierno europeo da paso a un paisaje blanco. De un minuto a otro, cae nieve –seguramente es un presagio de lo que veremos más adelante-, y se va oscureciendo. Incontables son los lugares en los cuales se detiene el tren. La panorámica, al menos, es dulce para la vista. Grecia nos regala bellos escenarios, y eso se agradece. \n\n

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    THESSALONIKI.- 21.30 horas. \n\n

    Son las nueve y treinta de la noche clavados cuando llegamos a Thessaloniki, una región del norte de Grecia, cercana a Alexandría y distante a una hora de la frontera con Bulgaria. La mayoría de los pasajeros se han bajado y, por tanto, la masa se transforma en un puñado de personas. Ya es de noche y mi primera impresión es la de estar en un lugar solitario, casi desolado. Nuestro tren no tiene compañía en las vías. Bajamos las escaleras, rumbo a las boleterías para consultar si debemos o no hacer una reserva para nuestro próximo viaje hacia Sophia. La amable señora que nos atiende nos dice en inglés que no debemos reservar asiento, lo que nos parece extraño, ya que en Atenas nos dijeron que sí debíamos hacerlo, pues se trataba de un viaje nocturno. Ante nuestra incredulidad, Nicolás decide confirmarlo en la ventanilla de información. Finalmente, nos dicen que nuestro tren sale a las 12 de la noche rumbo a Bulgaria. \n\n

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    THESSALONIKI.- 21.45 horas \n\n

    Una vez más nos esperan dos largas horas en una estación, lo que ya no es novedad por estos lados. Nicolás y yo decidimos caminar un poco por el lugar, encontrar un sitio donde sentarnos y dejar nuestras mochilas. Desagradable, por no decirlo menos, fue la impresión que me llevé del sector en donde estábamos. Vagabundos, gitanos, indigentes y un par de policías completan una oscura escenografía. No hay mucho que hacer en realidad. Dedicarse a observar unos vagos que hacían grupo aparte, y que se fumaban uno que otro cigarro, es nuestra alternativa. Al menos nos alegra el rato un puñado de simpatizantes de algún club de fútbol de por allá, que comienzan a cantar quién sabe qué. Era en griego, y al menos yo, no entendía nada. \n\n

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    THESSALONIKI.- 23.45 horas \n\n

    Ya quedan pocos minutos para continuar con nuestro viaje. Estamos apestados en la sala de espera de la estación. Tenemos hambre y sueño. Mucha gente se ha retirado del lugar. Sólo quedan los vagabundos. Pero ellos no esperan nada, pasarán la noche ahí. Subimos las escaleras hacia donde debiera estar el tren. Ahí está y, la verdad, no se parece en lo más mínimo al TGV francés, al Altaria español y al ICE alemán. Éste ferrocarril búlgaro de seguro no supera los 70 kilómetros por hora. Nada, en comparación con los 300 que alcanzan los trenes galos. A pesar de ello, no hay alternativa, debemos abordar nuestro nuevo transporte. Horrible, se nota que estamos por ingresar a un país del tercer mundo europeo. Tenemos poca compañía a bordo. En nuestro compartimiento estamos Nicolás y yo, nadie más. Para colmo, la ventana no cierra bien...la puerta menos. En fin, nos espera una travesía, bastante más larga de lo que esperábamos. \n\n

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    THESSALONIKI.- 00.00 horas \n\n

    El tren se mueve. Tal como esperaba, yo creo que caminando avanzo más rápido. No hay remedio, esperamos a que pase el tipo que revisa los boletos –ya estamos hastiados de ellos- para luego dormir. Al poco rato tocan a la puerta, entra un hombre con gorra y uniforme. Le mostramos el Eurailpass. Luego, miro por la ventana un rato. A los pocos minutos, Nicolás y yo estamos durmiendo. No por mucho: ha pasado una hora desde que partimos, y ya estamos en la frontera con Bulgaria. Y es allí, precisamente, donde comienza nuestro martirio. \n\n

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    FRONTERA CON BULGARIA 01.15 horas \n\n

    Hemos arribado a una estación de trenes aún más desolada que la anterior. Está nevado afuera, así es que la vista no está del todo mal. Por cierto, no saben cómo odio ese sonido que hace el tren cuando frena. Es horroroso saber que no estás avanzando Y más, sentir el silencio de la noche interrumpido por unas voces de policías locales hablando en un idioma desconocido para mí. Bueno, no queda más que esperar a ver qué sucede. ¡¡Paaaf!! Estoy medio dormido, pero me despierto de golpe cuando escucho un portazo. Miro a mi izquierda. Un policía de frontera se para en la puerta del compartimiento. Nos mira con cara de pocos amigos y nos habla en búlgaro. “Al carajo con él”, pienso. Le pregunto si entiende inglés. Sólo atina a decirnos –más bien gritarnos- la palabra passport (pasaporte). No se requiere ser genio para saber qué nos está solicitando. Meto mi mano al bolso donde tengo mi ID y se lo paso. Nik hace lo propio. El policía mira los documentos, como preguntándose dónde diablos está Chile. Luego, llama a un colega y le pregunta algo que no entiendo. Se dirige a nosotros y en inglés nos consulta si necesitamos visa para pasar por territorio búlgaro. Yo no tenía idea, sólo había averiguado sobre la situación en Rumania. Así es que le digo que no sé, que sólo pasábamos por Bulgaria. El tipo se retira con nuestros pasaportes. Quizás dónde irá. Llevamos ya una hora, o más, en ese lugar. El tren empieza a avanzar. Nos asustamos, no nos han devuelto el pasaporte. Después de 5 minutos nos detenemos nuevamente. Ahora ya estamos seguros de estar en territorio búlgaro. A los pocos minutos, llegan los policías con los documentos. ¡Menos mal! No requerimos visa. Podemos seguir avanzando, y eso me alegra. Esta es la policía más rara que he visto en mi vida. Desconfío totalmente de ellos. \n\n

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    No pasan más de 10 minutos y llega un encargado de aduana. ¡¡Nos pregunta si llevamos narcóticos!! Le respondemos que no. De haber portado un arma, ganas no me habrían faltado de dispararle. Ya sólo falta que aparezca el hombre de los boletos. Después de 2 horas aproximadamente de detención, avanzamos. \n\n

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    SOFIA.- 07:00 horas \n\n

    He dormido apenas 5 horas. Despierto, y lo primero que veo es una intensa neblina. Un paisaje nevado acompaña mi grisáceo despertar. Estamos ya en la estación de Sophia, capital de Bulgaria. Me da la impresión de estar en un lugar hostil, ya que además no se ven más que un par de personas circulando. Debe ser la hora. \n\n

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    No pasan muchos minutos, cuando entran al vagón cerca de tres hombres informando que debemos cambiar de tren y, por ende, debemos desalojar de inmediato. El sueño no me permite pensar rápidamente. Lo cierto es que nadie nunca nos informó que debíamos realizar dicho trámite. Así es que parto detrás del funcionario para consultarle si efectivamente quienes vamos a Rumania debemos bajarnos. De aquí en más, mi único deseo es largarme de este lugar cuanto antes. \n\n

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    SOPHIA.- 07.15 horas \n\n

    Parece ser un funcionario de la estación. No estoy muy seguro. No dudo en seguir al hombre que nos hizo descender. Lo freak de todo esto es que se ve sumamente ansioso...apurado. Nos dice una y otra vez que lo sigamos, que en pocos minutos iba a pasar el otro tren y que debemos cambiar Euros por moneda búlgara, y de esta forma podremos concretar una reserva. No hay que ser muy vivo para darse cuenta que el tipo nos quiere estafar. En el mejor de los casos, pedirnos dinero por sus “servicios”. \n\n

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    No tenemos alternativa. Estamos parados en un país desconocido, con un idioma desconocido. Seguimos al funcionario hasta una casa de cambio. Prácticamente nos quita 20 Euros a cada uno y los cambia. Al rato, nos lleva a una boletería. A esta altura, no tenemos control de nuestra plata ni del Eurailpass. Y sin él estamos liquidados. Al fin y al cabo que nos devuelve los boletos y unos cuantos billetes de la moneda local. En seguida nos insiste que compremos comida -¿para qué diablos quiere eso?- en un quiosco cercano. Obviamente que no le hacemos caso. A esa altura empezaba a ponerme nervioso. No porque le tema al hombre aquel, sino por la sencilla razón de que quiero abordar lo más pronto posible el ferrocarril hacia Bucarest, y el funcionario no me da confianza. \n\n

    \n\nNos acerca a la vía férrea nuevamente, y me comunica en inglés –pésimo, por cierto- que en cosa de minutos llegará el otro tren. ¿Será cierto? Me muestra en su muñeca izquierda su reloj. De pronto veo a la distancia el tren que, supuestamente, nos llevaría a Bucarest. ¡Ufff! No se imaginan el alivio que siento ahora que abordamos nuevamente, aunque éste sea igual de feo, sucio y hediondo que el anterior. Al menos, esta vez la ventana no se abría sola. Miro por ésta. La neblina se ha disipado. Espero ansioso que nos comencemos a mover pronto. Cuando pensaba que la pesadilla se había terminado, entra –para nuestra sorpresa- el tipo de la estación al compartimiento. No hay que ser adivino...el hombre quiere plata por habernos “ayudado” –nadie se lo pidió-. Después de pensarlo un rato, decidimos darle una colaboración monetaria. Para mí sorpresa, me dice que esperemos, que vuelve en seguida. Ahora si que mi sorpresa es mayúscula. El funcionario hace su entrada en escena con un supuesto amigo suyo. ¿Para qué? Para pedir más plata, lógico. Ahora, a este otro hombre no lo había visto jamás. La verdad es que lo que tenemos en moneda búlgara es poco y no nos será útil a futuro. Le paso uno de los billetes que tengo en mi bolsillo. Como si se tratara de una miserable cantidad de dinero, el tipo hace el gesto de estar orinando sobre el billete. Insiste en que le demos más. ¿Quieren saber la verdad? Estoy cansado y hastiado, así es que decido darle un poco más para que se larguen. Al fin se retiran, no sin antes agradecernos. Ya no los veremos nunca más. \n\n

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    BULGARIA, CAMINO A BUCAREST.- \n\n

    Estamos camino a la ciudad de Bucarest. Debiéramos llegar, en poco más de 7 horas a la estación Bucaresti Nord. Eso, si no ocurre algún inconveniente. Tras la partida desde Sophia, me he sentido más tranquilo. El camino transcurre a través de montañas y pueblos nevados. Decido dormir un rato, ya que tenemos un largo camino por delante. \n\n

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    BULGARIA, FONTERA CON RUMANIA.- \n\n

    Ya hemos llegado a otra parada. Esta vez se trata de una pequeña estación en territorio búlgaro, a unos cuantos kilómetros al sur de Rumania. No me cabe la menor duda que aquí nos encontraremos con algún evento fuera de lo común. Al menos eso ha ocurrido en cada detención. Esta vez no puede ser la excepción. \n\n

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    Estamos detenidos y por la ventana veo algunas viviendas. Se ve harta pobreza por estos lados, y se nota que no estamos frente a una zona de gente adinerada. Miro cómo circula alguno que otro policía de frontera. Me sorprendo cuando golpean la ventana de nuestro compartimiento. Se trata de un hombre de unos 30 años que nos hace gestos para que nos bajemos del tren y vayamos a hablar con él. Una y otra vez golpea el vidrio. No le hacemos caso, sólo atinamos a mirarlo y, luego, desviar la mirada. No entiendo tanta majadería. No lo puedo asegurar, pero me imagino que se trata de algún delincuente que quiere robarnos. Luego aparece un colega suyo. También golpea la ventana. En el compartimiento de al lado algún buen samaritano les convida algo de comida. A lo mejor buscan eso, pero yo no quiero averiguarlo. En este país, ya no confío en nadie. Ni siquiera del policía que ingresa a pedirnos el pasaporte, del sujeto de la aduana que nos pregunta si llevamos droga y del tipo de los boletos. Historia más que repetida. \n\n

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    Luego de una hora y media de detención, avanzamos. Una vez más, se han llevado los pasaportes, y no sabemos con certeza si los devolverán, y cuándo. Estamos ahora atravesando un puente que cruza un río. De pronto abre nuestra puerta un policía. Esta vez, es un rumano. Trae consigo los documentos. Se sienta a mi lado, nos mira como preguntándonos ¿qué hacemos ingresando a su país? La conversación con él dice más o menos así: \n\n

    -“¿A dónde se dirigen?”, nos consulta el policía. \n\n

    -“A Brasov”, le respondo. \n\n

    -¿Qué van a hacer allá? \n\n

    -Estamos mochileando por Europa y queremos conocer por allá. \n\n

    -¿Traen una pistola?, consulta. \n\n

    -¡¿Qué?!, le respondemos. \n\n

    Nos muestra un arma que traen enfundada. \n\n

    -Tras señalarla con la mano, nos dice “como ésta”. \n\n

    -¡Claro que no!, le respondo. \n\n

    En seguida nos devuelve los documentos y se marcha. \n\n

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    GIURGIU, RUMANIA.- \n\n

    No pasan ni 5 minutos...ya estamos en otra estación. Nos detenemos. Poco antes vi flamear una bandera de Rumania. Hemos atravesado ya la frontera. Por el lado izquierdo del tren me percato de que estamos en un lugar llamado Giurgiu. Afuera se ven trenes de carga, un par de personas circulando y varios perros vagos que juguetean. \n\n

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    Mientras Nicolás se fuma un cigarro decido ir al baño, que se encuentra en el primer vagón. Me doy cuenta que estaremos detenidos ahí un buen rato al ver que han retirado la locomotora. En fin, a lo que vine. El baño es un asco. El retrete no es más que un hoyo por el cual se ve la vía férrea. Vuelvo a mi compartimiento, aún está soleado, pero rápidamente se va atardeciendo. \n\n

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    Luego de otra espera de dos horas, partimos. Estoy seguro que a esta altura paciencia es lo que me sobra. Dejamos atrás Giurgui, sin duda alguna la detención más tranquila que hemos tenido. \n\n

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    EN EL TREN, CAMINO A BUCAREST.- \n\n

    Estamos a un par de horas de llegar a nuestro próximo destino. El paisaje ya no es montañoso ni nevado. Ahora es una planicie –algo así como la pampa argentina-. Estoy ansioso por llegar lo más rápido posible a Bucarest, paso previo a Brasov, nuestro destino. \n\n

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    Mirar el paisaje es prácticamente lo único que podemos hacer por ahora, aprovechando además que aún hay luz natural. Aprovecho también de encender mi reproductor de mp3 para escuchar música. Es increíble como estos momentos de “no hacer nada” sirven para pensar en todo lo que uno ha vivido durante este viaje y darse cuenta que realmente ha sido maravilloso. \n\n

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    La tranquilidad se ve interrumpida por un hombre alto, de pelo castaño y tez blanca que entra a nuestro compartimiento. Se sienta al lado de Nicolás. Al principio no emite palabra alguna, pero al rato nos mete conversa. Descubrimos que se trata de un rumano. Se me viene de forma inmediata a la mente las palabras de un compatriota suyo en el albergue de Roma. Aquel personaje que nos dijo, con una sinceridad que asustaba, que "no confiáramos en ningún rumano". En fin, al conocer su nacionalidad, decido consultarle sobre la ciudad de Brasov y, por curiosidad, sobre Bucarest. En cuanto a la primera, nos manifiesta que se trata de un lugar turístico, tranquilo y hermoso. De la capital, nos señala que está llena de gitanos y vagabundos, y que por ese motivo a él no le gusta y nos recomienda no ir. \n\n

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    Luego de conversar con él, me parece una persona de confiar –lo que enterraba por completo la tesis del rumano en Roma-. Me dice que conoce una mujer en Brasov, dueña de un hostal y que puede alojarnos. Nos indica que se trata de Madame Maria Grig, una rumana oriunda de Brasov. Saca su celular y de inmediato realiza la llamada telefónica. Me pasa el teléfono. En un perfecto inglés me saluda y me señala que su albergue cuenta con habitaciones disponibles, duchas, Internet, desayuno incluido y un clima familiar. Yo, un tanto ingenuo, le respondo que con mi amigo lo pensaremos y que llegando a Brasov la llamaremos. Tomo una lapicera, anoto su número de teléfono y apunto su dirección. Le doy las gracias a George (así se llama el rumano que me dio el dato). \n\n

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    El tipo sale y entra a nuestra cabina a cada rato. Parece muy cordial cada vez que se dirige a nosotros eso sí. Nos cuenta que trabaja en los trenes que van de Sophia a Bucarest, y que constantemente debe realizar ese trayecto. \n\n

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    No sé bien dónde estamos. George vuelve a entrar a la cabina, y esta vez abraza a Nicolás como si se tratara de un amigo de infancia. Nos reímos. Lo cierto es que parece una buena persona. De confiar, eso es lo más importante. Debo confesar que desde que pisé tierra búlgara no había confiado en nadie. \n\n

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    Nos pregunta si le podemos prestar dinero búlgaro, y que luego él nos lo devolvería en Rumania. Que sacaría plata de un cajero y que nos daría lo equivalente en Lei (moneda nacional de Rumania). Al principio titubeo pero luego de hablarlo con mi amigo, decidimos prestarle un poco. ¿Para qué quería esa plata? Para comprar unas cervezas en el vagón comedor, según nos confesó. A esta altura confiábamos en él, ¿qué problema podría haber? Al fin y al cabo que ya no necesitábamos dinero búlgaro. \n\n

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    BUCAREST.- 20:00 horas \n\n

    Hemos llegado a nuestra penúltima parada. Estamos en la estación Bucaresti Nord. Está oscuro y hace frío. Bueno, como en toda Europa en esta época del año. Lo primero que hago al bajarme es buscar a George, aquel hombre que nos debía plata. Sin embargo, enorme es mi sorpresa cuando realizo que le han sacado vagones al tren. Es definitivo, el rumano ha desaparecido, y con él nuestra plata y la confianza que teníamos en él. No hay mucho tiempo para lamentarse, debemos seguir. \n\n

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    No hemos dado siquiera un paso al bajarnos del tren cuando aparece un tipo. No tiene muy buena facha y éste si que no me da confianza. Nos insiste –de una manera fastidiosa- que nos lleva en taxi donde nosotros queramos. Le digo una y otra vez que no, que tenemos que tomar otro tren en dos horas. \n\n

    \n\nCuando finalmente logramos deshacernos de él, pienso en nuestro siguiente paso: comprar los boletos de las 21.30 que nos llevará a Brasov. No puedo evitar echarle una mirada a la gente que hay en la estación. Esto realmente es peor que lo que vi en Thessaloniki. ¿En dónde nos estamos metiendo?, me pregunto. El lugar está lleno de vagabundos. Pero más que eso, me preocupa el hecho que nos asalten. Así es que como nunca antes, cuido mis espaldas. \n\n

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    Llegamos a la boletería. Mientras hacemos la cola una señora nos pide plata. Yo le respondo en castellano, con la idea de que se largue. Cuando nos atienden, me dicen que no aceptan Euros, y que debemos salir de la estación para cambiar. Lo hacemos. Mientras estamos fuera veo unos hombres apoyados en la muralla. Se fuman unos cigarros. Los ignoro, sólo sigo caminando. También logro ver la entrada al metro y algo de la ciudad, pero la verdad que éso es lo que menos me importa en estos momentos. \n\n

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    Ingresamos al salón donde está la caja de cambio. Debo confesar que me da un susto inmenso sacar dinero de mi bolsillo. En eso estaba cuando me tocan el hombro. Me doy vuelta a mirar. Es un hombre de pelo negro, no más alto que yo. No tiene buen aspecto tampoco. Me dice en inglés que tengamos cuidado, que en cualquier momento nos podrían asaltar. Allí comencé a preocuparme de mi integridad física. \n\n

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    Al rato estamos de vuelta en las boleterías. Luego de comprar el pasaje, nos dirigimos a la sala de espera de la estación. Está llena, así es que esperamos de pie a que sean las 21.30, hora prevista para la salida del tren hacia Brasov. \n\n

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    Tras la espera, abordamos el tren. Éste, a diferencia de los anteriores, es totalmente moderno, limpio y acogedor. Por lo visto, no todo es malo en esta parte de Europa. El alivio que siento al estar ya dentro de allí es inmenso. A esta altura sólo queda aguardar una hora y media para llegar a Brasov. Ya empiezo a imaginarme al lado del castillo de Drácula, de noche y con luna llena –totalmente utópico, a fin de cuentas-. \n\n

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    Es de noche, pero se aprecian unos pueblos hermosos y nevados, casi como de película. Pero cuando llegamos a la estación de Brasov, parece ser q se trata de un film de terror. De partida, la información turística está cerrada. Claro, son las 11 de la noche. De todas maneras, no sabemos qué hacer y dónde ir. La estación se vacía de a poco, sólo quedan unos cuantos policías y uno que otro rumano. En eso aparece un taxista que destaca por su brillante diente de oro. \n\n

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    Extrañamente, insiste en llevarnos a un hostal y nos menciona el nombre de Madame Grig. ¡Vaya sorpresa! La misma señora de la cual nos habló el hombre que nos robó en el tren camino a Bucarest. Eso terminó por colmar mi desconfianza, pero, ¿qué más podíamos hacer salvo aceptar que nos llevara allá? Es muy tarde y ni siquiera tenemos mapa de Brasov. \n\n

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    En primera instancia me negué frente a la insistencia y majadería del taxista, pero después de un par de minutos me rendí. Así es que partimos hacia el taxi. Menos mal que la tarifa era bastante económica. \n\n

    Después de 10 minutos, llegamos al hostal. Se trataba de un sector muy tranquilo, cerca del centro de la ciudad. Estaba todo nevado, lo que le daba un atractivo extra. Luego de una confusión debido al cobro del traslado, aparece Maria Grig. Una señora muy afable, de unos 50 años, que no medía más de 1, 60 metros. Nos invita a pasar a su casa –realmente era una residencia disfrazada de hostal- y nos acomoda en nuestra habitación. Inmediatamente después, nos realiza un doloroso masaje en las manos. También nos invita un café, y nos presenta a los demás mochileros que allí se hospedaban. Del ambiente, nada que reclamar, ya que estábamos en un lugar confortable, cálido e incluso bonito. \n\n

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    Dicen por ahí que Madame Grig le paga con botellas de Whisky a la policía para que no la demanden por no tener patente. En fin, ya estamos felizmente en Brasov, y ahora no nos queda más que descansar del largo viaje, de los problemas varios. Mañana ¡por fin! veremos el castillo de Bran y la hermosa ciudad de Brasov, en pleno corazón de Transilvania.\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n

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  • Relato de una Travesía en Tren entre Atenas y Brasov (año 2006)
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