LACOMUNIDAD.ELPAIS.COM_TRASINDEPENDIENTE_2011_1_28_LA-CIUDADELA-PERDIDA-Y-ENCONTRADA

Para llegar desde La Paz hasta la ciudadela sin nombre, sobrevolé el lago Titicaca. Fui en autobús desde Cuzco hasta la estación de Poroy. Recorrí en tren el valle del río Urubamba, descendiendo su curso hasta internarme en la selva. Subí en autobús desde Aguas Calientes hasta la base del Machu Picchu y ascendí caminando por una empinada ruta hasta incorporarme al camino inca que me condujo a una terraza artificial desde la que se desveló, entre rocas graníticas cubiertas de una manera casi imposible por plantas tropicales, la ciudadela.\n\n

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Allí me quedé contemplando aquellas viejas piedras sobrevoladas por las nubes, con la quizá ridícula sensación de que un mágico cóndor las hubiera dejado caer ordenadamente.\n\n

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Y, de pronto, las nubes, graciosamente, casi de golpe, tuvieron a bien abrirse para descubrir cómo, al fondo de la visión, salía de la nada el Huayna Picchu, el monte que parece coronar la curiosa y evidente belleza de ese lugar casi inhumano por su peculiaridad.\n\n

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Siempre recordaré, a pesar de la sensación de estar pisando algo que no se corresponde con los pasos de los masificados humanos actuales, el ruido de mis pisadas entre aquellas casas y templos que tuvieron vida, que parecen guardar aún en sus recovecos una forma de vida lejana y llena de posibilidad. Siempre recordaré aquella visión acompañada de ese sonido de pasos ahogado por los ecos de la soledad natural y los de la amenazante soledad social y artificial. \n\n