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  • Hace pocos días me acerqué (acompañado) hasta la Sierra de Madrid a pasar el día, con ganas de disfrutar de una buena caminata en plena naturaleza (tan plena como lo permite la cercanía de una enorme urbe desordenada y rodeada de hijos bastardos). Llegué hasta un pueblo citado en el Quijote cuya apariencia impide decantarse por su belleza o fealdad (fue un pueblo ganadero, más tarde se convirtió en un pueblo de veraneo para madrileños de aquellos que dejaban transcurrir el estío alejados de los calores de la urbe, con ciertas pretensiones copiadas de la dinastía de los Austria). Subí hasta la base de picos numerados (me pregunto cómo se puede dar un nombre numérico, tan racional, a un lugar con una potencia natural e irracional tan profunda). Caminé junto a un bosque de pinos cuya regularidad parecía atender a un orden (me sentí como en una película histórica, en uno de esos momentos en que la cámara se pone en el lugar de los ojos del protagonista que piensa o rememora desde un carruaje que le encamina a, o le aleja de, su destino). Crucé un estrecho torrente a pequeños saltos (que me transportó a tantos lugares húmedos y salvajes que he podido atravesar, recorrer, admirar, temer y disfrutar a lo largo de lo que llevo de vida). Me interné en una granja (en el camino se anunciaba que era visitable porque ahora todo se encuentra tan ordenado que se ha perdido la espontaneidad de entrar en una granja que no se anuncia aún arriesgándose, como en el pasado, a que el dueño tuviera mal carácter y nos acogiera de alguna torcida manera). Allí se vendían productos naturales (es tan rebuscado y absurdo nuestro sistema de vida que los productos alimenticios que se venden en las tiendas corrientes damos por supuesto que no son naturales). Compré un yogur que más tarde comprobé que era exquisito ( pude comprobar en directo la belleza de las vacas que producían la leche con la que se hacía) a un joven granjero (cuya belleza estaba a la altura de la de las vacas que él mismo cuidaba (a ver si los hombres en general se deciden a opinar también sobre la belleza masculina sin pensar que tenga nada que ver con el “mariconeo”)). Bajé hasta un pueblo en el que sí que habían vivido los auténticos Austria y di un paseo junto al monumento descomunal y apoteósico (no es fácil la relación personal con los monumentos descomunales y apoteósicos pero sí es muy interesante, puede ayudar a reflexionar sobre lo que fue y es la organización de las sociedades en el mundo e, incluso, puede provocar un disfrute irracional sin drogas de por medio). Me tomé un chocolate en un antiguo café (que pareció hermanar mi tiempo actual con un tiempo mío y antiguo y con otros tiempos extraños a mí, de los que soy su heredero quiéralo o no). Volví a mi casa con la cabeza (quiero decir su interior) y el cuerpo tan ocupados por (como liberados de) sus propias limitaciones (en un estado próximo a lo que un occidental, erróneamente, calibra que puede ser la iluminación en Oriente sin ser consciente de lo equivocado que está).\n\n-Despierta, que ya hemos llegado (no sé cómo todavía te puedo querer así).\n\n\n\n

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  • 2011-02-28 09:56:23
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