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 Tres años con una imagen del Taj Majal en la pared y la guía de la India en mi mesita de noche han dado su fruto. Este viaje se ha hecho esperar, pero al fin llega: el 2 de agosto aterrizo en Delhi con un mes por delante para recorrer el norte del país y con suerte llegar a Nepal. \n\nSiempre tengo la certeza de que algo me espera allí. Aún no he ido y ya sé que volveré. Y no será por intentos. Pero está claro que la India llega en el momento que tiene que llegar. Ni antes ni después. He planeado este viaje con al menos unos diez amigos, sin que cuajara. Otro de los intentos acabó en la isla de Cuba. Otro, en Ibiza. Y también cuento con varias negativas de ONGs cuando ya había tomado la gran decisión de dejarlo todo.\n\nPero ahora descubro que mi viaje a la India es como la vida misma -¿verdad Pili?-. Como la felicidad. Como las mariposas, que cuanto más se corre detrás de ellas más difícil es alcanzarlas. Y cuando menos lo esperas se te posan en el hombro. Y ahora entiendo que nunca me he conformado con verlas volar, porque las quería en mis manos. \n\n Parece que desear algo con mucha fuerza es la garantía de que no llegará. Pero eso no es cierto. He aprendido que si se desea como manda la ley de la atracción llega. No cuando uno quiere, sino en el momento preciso. Y es mucho mejor de lo que te habías imaginado. \n\n O quizás ha llegado ya hace mucho tiempo y a veces uno no se da ni cuenta. Como la felicidad. Porque ahora descubro que mi viaje a la India no empezará el día 2 cuando tome el avión desde Girona a Londres, coma en el restaurante indio donde trabajé dos años, y con el estómago lleno de 'chicken korma', 'lamb samosas' y mango lassi vaya al aeropuerto de Heathrow a tomar un vuelo de Jet Airways rumbo a Delhi. No. \n\n Mi viaje a la India empieza mucho más atrás. Cuando comencé a utilizar incienso azul de Nag Champa hace diez años ya viajaba a la India. Cuando me tatué el Om en la espalda hace seis años en Marbella, también. Y cuando compré la manta roja de Ganesh en Camden Town que desde entonces me acompaña como cortina, funda de sofá, manta de cama o colgada en la pared. \n\nTrabajar en Londres dos años en el restaurante indio Tiffinbites era viajar cada día a la India. Creo que mi consagración fue hace tres octubres cuando me vestí con un sari de colores para Diwali -el gran festival del país- y recibía a los clientes en la puerta. Cada vez que he servido un 'thali' -la bandeja metálica de comidas variadas del país- a clientes indios, que balancean la cabeza de un lado a otro con ese gesto tan peculiar que no es ni sí ni no, era un viaje seguro a la India asomada a sus ojos. \nMás de dos años bebiendo mango lassi y masala chai. Esperando que el chef Gulab me llamara para regalarme la 'tandoori king prawn' del día -gambas hechas en el horno indio-. Esperando a cerrar y lleverme el 'waste' a casa. Cada vez que le daba un bocado a un 'cheese naan bread' ya estaba viajando a India. La barba de mi abuelo, propia de un 'saddhu'... \n\nViajé también cuando visité con mi amiga Eva para el día de su despedida londinense el templo indio más grande fuera de la India en el noroeste de Londres, el Shri Swarrinarayan Madir. Había una exposición para entender el Hinduismo, donde aprendimos que el número Pi, el lenguaje binario y muchas cosas más las inventaron los indios antes que el resto.\n\nY ahora, a estas alturas, ando vacunada contra el tifus, tétanos, cólera y hepatitis varias, a la espera de que llegue el visado, que cómo no, se retrasa más de un mes. El billete ha salido muy bien de precio, aprovenchando que la libra inglesa está casi al valor del euro. Y cuento con el mejor compañero de viaje posible: la persona a la que amo. Tenemos poco más de veinte días para decidir más o menos las rutas y hacer cuentas con la crisis en la cabeza. Ha llegado el momento. La cuenta atrás. Y sé que será un viaje que no terminará a la vuelta. Que con un poco de suerte y la dosis acertada de imaginación, se extenderá toda la vida.\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n
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