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  • Las cosas cuando vienen de improviso suelen salir bien. Quién le iba a decir a uno un trece de julio que, así, sin aviso previo, tres días más tarde iba a estar en Lima con un bolso lleno de cosas que no sabía muy bien qué iba a hacer con ellas, con un bolso en el que, a decir verdad, ni siquiera sabía exactamente qué había metido. Quién iba a decirle a uno un trece de julio que tres días más tarde iba a estar en Lima con una docena de personas que no conocía de nada, que no las había visto nunca y que ya son compañeros de esos de toda la vida. Quién le iba a decir a uno que al cerrar los ojos, prácticamente en Barajas, los iba a abrir en Surinam –que nunca estuvo previsto, pero así son los vuelos-; quién le iba a decir a uno un trece de julio que pocos días más tarde iba a verse sacando, con los calzoncillos como única prenda de vestir, una barca del río Madre de Dios en plena jungla amazónica, que días más tarde iba a estar a cinco mil metros de altura, que poco después iba a estar en pleno desierto y, tratando de digerir lo anterior, haciendo fotos a cóndores, pingüinos y lobos de mar; quién me iba a decir un trece de julio que iba a acabar tres días más tarde en el inicio de un apasionante viaje que nos iba a dar a todos la oportunidad de sentir calor y humedad, de adentrarnos en la selva, de tutearnos con los monos, de buscar cocodrilos por la noche, de compartir charlas y ron, de viajar en lancha, en canoa, en guagua, en triciclo, en tabla de snow board, en avioneta, en autobús, en cuatro por cuatro… y hasta en mini-taxi, de pasar de la selva al desierto, de la montaña al mar. En fin, quien me iba a decir un trece de julio que, sin tener nada previsto, me iba a ver pocos días más tarde imbuido dentro de la magia que irradia el Machu Pichu, caminado entre su leyenda, pisando el Camino Inca, conviviendo con personas que viven en islas flotantes, durmiendo casi a cuatro mil metros de altura dentro de una isla del lago Titicaca, sin electricidad, participando de sus particulares Santiagos… helándome de frío en pleno julio… aunque rodeado de un calor humano de un grupo difícilmente igualable.\n

    Y es lo que tiene la improvisación, que un día estas aquí y tres días más tarde en Perú rodeado de un grupo de personas, con mayúsculas, que no habían improvisado nada, que lo tenían todo perfectamente controlado, ante un país donde los contrastes son casi inexplicables, del frío de la altura, al calor del desierto, pasando por la humedad de la selva y, sobre todo, disfrutando de la buena gente de un país en el que pude convivir, gracias a esa indefendible improvisación, con un grupo humano del que un trece de julio nunca me hubiera imaginado que podía alguna vez formar parte. \n

    Si Perú es diverso en su naturaleza, el grupo lo también fue. De los veintipocos años a los setenta y algo, catorce pedazo de personas –bueno trece ya que si no estaría hablando también de mi mismo-. Un grupo donde juventud, madurez, veteranía y experiencia se unieron para que un par de novatos –los del día trece de julio, los de la improvisación, sólo éramos dos- vivieran una experiencia que, aunque espero que vengan otras, difícilmente olvidaran.\n

    Pero vamos al principio, a Barañain. Si, ahí empezó esta historia, allí estaba el autobús que pondría en marcha a este grupo de viajeros. Desde el principio, sorpresas. No sabíamos quienes eran el resto de personas con las que íbamos a convivir, pero lo cierto es que, luego, reflexionando, te das cuenta de que algo mágico pasó allí ya que para cuando llegamos a Barajas -nuestro primer destino- parecía como si nos conociéramos de toda la vida. Vamos, que aquello, para los novatos, fue todo un descubrir un mundo de buenas gentes… Luego vendría el descubrir un mundo cargado de contrastes y magia como es el Perú –a mí me gusta llamarlo así, el Perú, no Perú a secas-.\n

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    Comienza la aventura\n

    Como era de esperar, Barajas no tuvo sorpresas, hubo retrasos, aunque soportables. La aventura, una vez dentro ya del avión, comenzó cuando de pronto, dentro de ese sopor en el que uno se sumerge en los aviones, abres el ojo y preguntas: “¿Ya hemos aterrizado?”. Pues sí, pero no a Lima, habíamos llegado a Surinam –colonia holandesa. Cosas de los vuelos y sus formas de repostar.\n

    Por fin, unas horas más tarde, después de sobrevolar todo Brasil, aterrizamos en Lima… Y comenzó esta aventura –para mí al menos lo fue-. Después de descansar escasas horas en un hotel, reunión muy matinal para conocer a quien iba a ser nuestro guía y compañero durante cerca de veinte días. De nuevo al aeropuerto para tomar vuelo a Puerto Maldonado, la puerta de la selva amazónica. Por supuesto hubo algunos problemas de retrasos y vientos que nos obligaron a conocer el aeropuerto de Cusco antes de lo previsto. Como decía Manolo Muñoz –El alma mater de esta incursión en el Perú- si no se puede hacer nada, pues... ¡Venga! a ver qué pasa.\n

    Bueno, llegamos a Puerto Maldonado, nuestro primer destino, y allí nos esperaba una especie de guagua de madera, sin ventanas, que nos iba a introducir en la selva. O al menos a la puerta de ella ya que hasta llegar hasta nuestro lugar de acampada, unas bordas, como alguien definió, sin electricidad nocturna, pero que no estaban nada mal, aún nos quedaba un trayecto. De la guagua, una vez preparados los petates y mochilas y bien ungidos en productos anti mosquitos, nos adentramos en el río Madre de Dios en una canoa con motor para enfilar hacia nuestro destino: Eco-Amazonia Lodge. Hacía mucho calor, el cielo estaba limpio y nada presagiaba que, a los pocos minutos de recorrido por las caudalosas aguas del Madre de Dios, aquello se iba a oscurecer, el aire se iba a arremolinar y la lluvia iba a empezar a caer sin parar.\n

    En la selva la previsión era calor y humedad. De lo primero… nada de nada; de lo segundo, sí, sobre todo por la lluvia que aguantamos. Al día siguiente, después de dormir casi a la intemperie –teníamos unas preciosas cabañas sin ventanas pero con mosquiteras- nos subimos a unas canoas para adentrarnos a golpe de remo por riachuelos para llegar a Qocha Perdida, refugio de nutrias, lobos de río, multitud de aves… Un paraíso. Eso sí, siguió lloviendo, auque el agua no impidió que subiéramos al extraordinario mirador amazónico construido en la copa del árbol más grande, el Shihuahuaco.\n

    Por la noche volvimos al río Madre de Dios a buscar cocodrilos y, antes, aún con luz, nos fuimos a buscar monos a la isla Monkey. Toda una experiencia ver como se nos revolvía y nos amenazaba un grupo de simios por haber pisado, sin querer, a uno de los miembros del clan.\n

    En este itinerario no me puedo olvidar de la frondosidad de la jungla, de la diversidad de árboles, ni de sus termitas, ni de los gusanos comestibles que más de uno probó.\n

    La aventura estaba en marcha.\n

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    ¡Ay!... El mal de altura\n

    Con los ojos aún impregnados de la frondosidad de la vegetación y deseando fijar en la mente el caudal en esa época bajo, según los lugareños, del Madre de Dios retomamos las canoas para regresar a Puerto Maldonado y volar rumbo a Cusco. ¡Impresionante ciudad! Su plaza de armas, su catedral, sus vestigios incas… e impresionante la amenaza constante del mal de altura. Cusco está a 3.400 metros sobre le nivel del mar. Caminatas lentas, paseos respirando… había que ir aclimatándose a la altura media a la que íbamos a estar durante buena parte de esta andadura.\n

    En la zona se encuentran las colosales ruinas de Kenko, Puka Pukara, Tampu Machay y, quizá la más deslumbrante, la fortaleza de Sacsauhuaman, donde los incas entre otras cosas, hacían sus sacrificios humanos.\n

    Tras esta visita nos esperaba el encuentro más deseado, el Machu Picchu. El río Urubamba comienza su vertiginoso descenso hacia la cuenca amazónica a través de cañones espectaculares. Por aquí pasa la vía férrea que conduce a Machu Picchu. Hasta llegar a Aguascalientes, el pueblo base para subir a la ciudad sagrada… un viaje impresionante, atravesando el valle de Urubamba, hasta llegar a Ollantaytambo, el único punto que permite enlazar en tren – no hay carretera- con Aguascalientes. Tras pasar noche en Ollantaytambo, nos dirigimos a la estación. Antes de montar bajaron decenas de porteadores de expedicionarios que hacen la ruta Inca, todos con enormes petates sobre sus menudos cuerpos y masticando coca sin parar.\n

    El viaje hasta Aguascalientes es apasionante: valles, enormes cumbres nevadas, selva… Cuando llega el tren, el viajero no puede dejar de sorprenderse, parece como si todo el pueblo fuera una estación. La distancia entre las escaleras de bajada del tren y el edificio más lejano puede llegar a ser hasta de medio metro o metro y medio a lo más. Para subir de Aguascalientes a Machu Picchu hay dos opciones o caminar o subir en unos mini vehículos por pista hasta la ciudad perdida de los Incas. En principio optamos por la segunda y a medida que ascendíamos (Machu Picchu está a unos 2.700 metros de altura) el cuerpo se iba como encogiendo ante lo que le esperaba. ¡Por fin! Apareció ante nuestros ojos algo indescriptible, no tanto por las ruinas como por el paraje donde se encuentran ubicadas, por la magia que le rodea. Uno se queda mudo. Creo que con eso lo explico todo.\n

    Al atardecer descendimos hasta el hotel base en Aguascalientes. Cenamos algo con salsa Chimichurri, nombre que a más de uno nos costó un buen ataque de risa… y no sé muy bien por qué. La convivencia creo que no podía ser mejor y qué mejor para celebrarlo que una buena charla y un trago de ron en torno a una chimenea.\n

    Tras descansar, volvimos a subir hasta la ciudad perdida para, desde allí, ascender unos 600 metros más hasta Inti Punctu , también llamada la Puerta del Sol, la entrada natural de la ruta Inca al Machu Picchu. Al descender, nueva estancia en Machu Picchu… uno no se cansa de estar allí.\n

    Concluida la etapa, nos dirigimos de nuevo a Cusco y de allí a Puno, el puerto base, por llamarlo de alguna manera, hacia el lago Titicaca. Entre una cosa y otra visitamos las ruinas de Chullpas de Sillustani, elevadas tumbas circulares de piedra pre-incas cercanas al lago Umayo, a más altura sobre el nivel del mar que el propio Titicaca.\n

    Ahora empezaba una nueva andadura, después de hacer noche en Puno, nos dirigimos a su puerto para embarcar hacia el corazón del lago Titicaca, el lago navegable ubicado a más altura sobre el nivel del mar, 3.810 metros. Antes de llegar a nuestro destino, la isla Taquile, dentro del lago, fuimos a conocer a los indios Uros y sus islas flotantes. ¡Sí! Viven en islas vivas, construidas con una especie de junco llamado totora. Allí convivimos unas horas con ellos antes de partir hacia la isla Taquile, donde la electricidad prácticamente es una desconocida, donde vimos la noche más estrellada jamás imaginada y donde convivimos con una familia de indios quechua, entre los que no deja de asombrar su sistema de vida comunal y, suerte la nuestra, conocimos su particular fiestas de los santiagos, una explosión de color, música, danza… Cómo describirlo… Y para acabar de coronarlo, bastaba mirar al horizonte para ver los sietemiles nevados de Bolivia en la orilla opuesta del Titicaca.\n

    Pero todo se acaba. De nuevo regreso a Puno y de allí al cañón del Colca atravesando la reserva nacional de Salinas y Aguada Blanca, zonas plagadas de llamas, alpacas y una especie menos conocida, aunque de la misma familia, las vicuñas. En este recorrido pudimos apreciar un espléndido paisaje de la cordillera de los Andes con cumbres nevadas. Nuestro siguiente destino era la Cruz del Cóndor, donde además de disfrutar de la vista de uno de los cañones más profundos del mundo, nos situamos ante uno de los santuarios más importantes de toda Suramérica para los cóndores. Una docena de ellos nos regaló con su presencia, con su sereno y perfecto planeo, un espectáculo impresionante, indescriptible… Qué difícil es describir esas sensaciones.\n

    Entre una cosa y otra visitamos las ruinas de los Collahuas, donde su guardián y su familia viven aún prácticamente igual que los incas, y los pueblos de Pinchollo, Maca y Yanque.\n

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    De 5.000, al nivel del mar\n

    El viaje alcanzo aquí su punto de inflexión. Después de haber alcanzado los 5.000 metros de altura, comenzamos un rápido descenso que nos iba a llevar a Arequipa, al nivel del mar. Y de allí a Nazca, después de visitar el monasterio de Santa Catalina. Nazca es conocida por sus famosas y enigmáticas líneas que sólo se ven desde el aire y cuyo origen ha dado origen a páginas y páginas con teorías, desde que las hicieron extraterrestres hasta sabe Dios qué. Pero, en fin, ahí están, el Astronauta, el Colibrí, la Serpiente… Para poder verlas tuvimos que tomar una avioneta ya que si no es desde el aire no se aprecian en toda su magnitud. Hubo más de un disgusto estomacal en esta pequeña etapa, pero mereció muchísimo la pena.\n

    El siguiente objetivo fue encaminarnos hacia la península de Paracas. Antes pasamos por la laguna Huacachina, un auténtico oasis ubicado entre unas impresionantes dunas de arena. Para celebrarlo, recorrido en cuatro por cuatro e intentos de hacer snow borrad por las dunas. ¡Una pasada!.\n

    Y si empezamos esta etapa a 5.000 metros, el siguiente desplazamiento fue llegar ya al mar propiamente dicho después de atravesar el desierto y sus valles. Llegar al Océano pacífico para hacer una incursión en las islas Ballesta, habitadas por miles de aves y lobos marinos. El día era lluvioso, lo que hizo que el paraje resultara impresionante a la vista… naturaleza en estado puro.\n

    Entre una y otra cosa hubo mariscadas con material comprado a los propios pescadores, pantalones rotos por un maldito clavo, otras formas de entender la vida, inmiscuirse en la naturaleza pura y dura, más de una picadura de mosquito, alguna diarrea que otra, dolores de cabeza por el mal de altura… pero sobre todo hubo un país impresionante y un grupo de personas que fue el que hizo que el Perú resultara un país del que pudimos apreciar mejor sus contrastes, su historia, su impresionante naturaleza… un país deslumbrante. Si queréis que quienes conformaron ese grupo os cuenten su experiencia, esos compañeros responden a los nombres de: Manolo, Maritxu, Miguel Ángel, Teresita, Juan, Elena, Luis, Loli, Luisito, Eneko, Ana, Ángel, Idoia y el que escribe estas líneas. Todos ellos fueron –me vuelvo a excluir-, sin duda y al margen del Perú, el descubrimiento más grato… Alguna de las otras cosas las había visto en foto, a ellos… nunca.\n

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    Txema Moreno\n

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  • 2007-06-09 07:50:18
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