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  • \n\nTerminan estos tres días de fiesta que yo he dedicado a hacer todo aquello que más me gusta: estar al aire libre, leer, escribir y montar en bicicleta.\nEl viernes fue estupendo, el sábado fue algo maravilloso y el domingo tuvo el encanto de todo lo especial. Así funciona esto. La vida que nos lleva.\nEstos tres días han destacado especialmente porque el tiempo era perfecto para rodar en bicicleta. Días claros y frescos, sol sin calor excesivo, caminos secos pero sin demasiado polvo y todo el tiempo del mundo por delante para disfrutar.\nEl viernes por la mañana rodaba sobrado de fuerzas. El día era magnífico: casi tenía frío a pesar de que llevaba puestas un par de camisetas. Mi bicicleta saltaba de alegría por los caminos y el mundo estaba en silencio. Un silencio brutal,maravilloso. La soledad se percibía con toda su fuerza y yo me sentía como si fuera el último ser humano sobre la faz de la tierra, y probablemente lo era, porque sobre esa tierra ya no quedaba nadie, pues todo el mundo se había ido de puente hacia cualquier otro lugar.\nAl regreso hacia casa la cosa ya no me fue tan bien. Se había levantado un fuerte viento en contra y ahora entendía yo mis alegrías de antes. El regreso fue largo, lento y cansado, pero llegué con los ojos cargados de paisajes y el espíritu de tranquilidad.\nEl sábado salí de casa a las nueve de la mañana y regresé a las cuatro de la tarde. Di una vuelta enorme en la que, entre otras muchas cosas, atravesé la ciudad.\nSobre la una de la tarde me senté en una terraza, junto al lago de La Casa de Campo y me comí un buen bocadillo y un refresco -azúcar para seguir tirando-. Se estaba bien, tan bien que hubiera podido quedarme mucho tiempo ahí. Di vueltas por toda la ciudad y contemplé, como cualquier extraterrestre que llegara de un lejano planeta, los cientos de miles de personas que se apretaban en las calles peatonales junto a los grandes centros comerciales y le di gracias al cielo por no ser uno de ellos.\nSobre mi bicicleta yo me sentía lejos de todo eso, fuera del mundo de los pobres mortales. Los dos nos guiñábamos un ojo, al contemplar como avanzábamos entre un tráfico completamente colapsado y una gente infeliz en cuyas caras se reflejaba el disgusto y la impotencia de no saber qué hacer con sus inútiles cacharros de metal.\nDejamos la ciudad atrás compadecidos de la gente corriente que pasa sus vidas en\nesas y otras actividades y aún nos hubiéramos ido mucho más lejos si la prudencia no nos hubiera hecho regresar. Aún así prolongamos nuestro paseo por unas carreteras secundarias y visité a mi madre, que no se lo esperaba. Llegué a casa algo tarde, pero sin una pizca de cansancio, como todo aquel que regresa de un viaje cargado de recuerdos y de felicidad.\nEl domingo hubo mucho más, pero creo que ya está bien por hoy, esa parte la contaré otro día.\n
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  • 2007-10-14 16:51:58
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