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  •     Era una mañana fría y clara: alguien había encendido una chimenea en una de las casas y llegaba hasta mi, entre los árboles, el olor a madera de pino quemada. Todo el campo estaba en silencio excepto por los ruidos de los pequeños pájaros que levantaban el vuelo al borde del camino, sorprendidos ante mi presencia.\n\n\n\n

        El cielo estaba completamente despejado y el aire era limpio y fresco. Lucía el sol, aunque apenas daba calor a esa hora temprana. Yo me deslizaba sobre mi bicicleta, silencioso y sin prisa, por una pequeño camino solitario que acababa en un estrecho sendero de tierra, que más tarde se adentraba en un campo.\n\n\n\n

        Ahora, hasta donde alcanzaba mi vista, todo eran tierras de labor y al fondo, unas colinas. A mi derecha se extendían campos de cultivo recién arados, de un intenso color marrón oscuro, que irradiaban una misteriosa belleza geométrica. Todo el aire olía a tierra mojada y a vida mineral. A mi izquierda, se alzaban laderas en sombra, con toda su vegetación cubierta por la escarcha. El tiempo parecía haberse detenido. A lo lejos, en un pequeño bosque, posadas en las ramas más altas de unos majestuosos árboles centenarios, se apreciaban las blancas siluetas dormidas de algunas cigüeñas posadas en sus nidos, y bajo ellas, hasta el agua del río parecía haberse detenido, como un animal perezoso, a disfrutar de los primeros rayos del sol de la mañana que lanzaban destellos de luz al posarse en sus aguas.\n\n\n\n

        Pasé por un lugar en sombra, bajo un acantilado, y el suelo estaba cubierto de hojas secas, blancas y rígidas a causa de la escarcha, que crujían a mi paso. Los árboles, desnudos de hojas y color, parecían raíces que hubieran renunciado a la tierra y buscaran un nuevo camino, dirigiéndose directamente hacia el azul del cielo, y ya en sus ramas, si uno se fijaba bien, podía empezar a adivinarse los brotes de una nueva vida, esperando el abrazo caliente de la siguiente primavera. Todo el campo parecía dormir  y hasta los más diminutos seres vivos parecían estar a la espera de que se retirara el frío para regresar a la exuberancia perfecta de la vegetación, el calor y la vida.\n\n\n\n

        Yo observaba toda aquella impecable quietud, asombrado ante tanta perfección,  mientras mi mente hacía un desesperado intento por retener y abarcar todo ese mundo infinito que desplegaba su esencia vital  ante mis ojos. Era el mensaje profundo de lo más íntimo de nuestra naturaleza. El mensaje primitivo y perfecto que todos, de algún modo, sentimos que aun pervive en nuestro corazón. En ese momento yo sentía todo aquel paisaje dormido como un único ser vivo, real y tangible, inmenso y poderoso; un gigantesco animal que suspiraba y dormía un sueño profundo y perfecto, a la espera de que llegara la magia de la siguiente primavera. Un animal misterioso, dotado con el don de existir eternamente en la sabiduría, la paz y la belleza. \n\n\n\n\n

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  • 2007-12-30 13:41:09
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  • Una mañana de invierno
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