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  • Hay una escena en un libro de Hermann Hesse en la que la bella Kamala le pregunta al desarrapado Shiddartha qué sabe hacer y él le contesta: “sé pensar, esperar y ayunar, es todo lo que necesito”. Esas tres cosas que tanto nos acercan a la sabiduría es lo primero que se aprende sobre una bicicleta.\n

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    Pensar, esperar, ayunar. La vida sobre la bicicleta debía reducirse a eso.\n

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    Pensar:\n

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    Allá en la soledad de los caminos y las pistas de tierra, en la soledad de las carreteras secundarias, en la soledad de las tardes ardientes del verano, cuando las carreteras parece que nunca tienen fin, en las noches de invierno a la intemperie, durmiendo con la escarcha y las estrellas, y en las mañanas, cuando hasta el aire parece convertirse en hielo en los pulmones y los dedos se niegan a apretar los frenos; allá en los amables días soleados que llegan con cada primavera, después del duro invierno, uno aprende a pensar.\n

    Sobre la bicicleta, pensando paso el tiempo. Pensando y observando todo lo que sucede alrededor. Me muevo a una velocidad perfecta, ni muy deprisa, ni muy despacio. La cadencia del pedaleo sigue el ritmo de mi respiración. Como si recitara un mantra, a ratos me pierdo en mi interior, luego regreso al mundo y absorbo todo lo que veo. Por la mañana estoy en un valle pequeño, ruedo junto a un arrollo, por la noche en lo alto de un puerto, entre las nubes y el frío, y en el camino he dedicado once horas de mi vida sólo a pensar.\n

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    Esperar:\n

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    Cuando uno se va cargando de años y de experiencia sobre la bicicleta, se aprende el arte de esperar. Esperar a que acabe el puerto interminable. Esperar a que cese la lluvia y se seque la ropa, esperar a que al fin amanezca después de una noche infernal, esperar a que, tarde o temprano, aparezca una fuente, o un río, o un pueblo donde pueda saciarse la sed y se acabe el tormento. Esperar, esperar, esperar… La esencia de la vida es moverse y saber esperar. Tener paciencia, no perder los nervios, esperar, resistir, esperar…\n

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    Ayunar:\n

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    Y más tarde, también, pasados unos años, cuando ya va quedando atrás todo lo que agitaba de un modo tormentoso tu joven corazón, y uno se olvida de la competición, del tiempo y los horarios, de las medias y las distancias recorridas, más tarde, cuando ya nada importa de verdad y todo es relativo, aprendes a ayunar.\n

    Sobre la bicicleta uno comprende un día, de pronto, que si no necesita comer en mucho tiempo, entonces apenas necesita nada.\n

    Ser capaz de olvidar la comida hasta no recordar cuando fue la última vez que llegó hasta tu estómago un sorbo de líquido caliente. Pensar en el día de ayer y no recordar cuando uno se bajó de la bicicleta y paró para comer alguna cosa. Y luego, de noche, cuando en un pueblo encuentras a alguien que te ofrece su casa y su conversación, saborear un inesperado vaso de leche caliente que te sube a los cielos o ya en el nuevo amanecer, desayunar unas moras al borde de cualquier camino mientras te estallan los sentidos de la felicidad que da esa sensación de sentir que al fin has encontrado tu lugar en el mundo. Un lugar peculiar en un planeta donde, sobre una cadena de montañas, brillan unas hermosas, gigantescas, tremendas, nubes blancas, allá en el horizonte, donde tú llegarás al día siguiente, probablemente de noche, aterido de frío y feliz o tal vez preocupado, pero, como siempre, perdido en tu interior, pensando, esperando, buscando, algo que aún no eres capaz de definir.\n\n\n

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  • 2007-08-21 07:17:59
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  • Pensar, esperar, ayunar
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