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  • Las cosas me hablan, decía el poeta, y es cierto. Las cosas te hablan cuando sabes escuchar. Normalmente en nuestra sociedad estamos expuestos a continuos estímulos que acaban en nada. No sirven a ningún fin, excepto a formarnos una mentalidad cargada de necesidades que benefician a otros.\n

    Sale una mujer hermosa en la televisión. Es una actriz: dicen que tiene cuarenta y ocho años; probablemente tenga más de cincuenta, pero luce como si tuviera treinta y dos. Automáticamente, millones de mujeres en sus casas, se miran a sí mismas y comprueban, desoladas, lo diferente que es su realidad de la de ellas.\n

    Sale un hombre en televisión: es un actor famoso. Tiene cincuenta y cinco pero aparenta veinte años menos. Se baja de un coche impresionante junto a una rubia de un metro ochenta y dos, veinte años más joven que él. Automáticamente millones de hombres sentados frente al televisor se miran la barriga y piensan: “tengo que volver a apuntarme a ese gimnasio, cambiar de coche, salir, cambiar de vida…” Y así hasta el infinito. Desde el detergente que te hace ser más limpia y mejor que la vecina hasta el coche que te convierte en triunfador, la sociedad te vende una forma de ser, de estar, un ideal de vida superficial, estúpido y hortera.\n

    Trabaja, consume, trabaja… A eso se ha reducido el ciclo de la vida. Construye día a día tu infelicidad. La sociedad te arrastra a vivir en una realidad superficial cargada de trastos inútiles, fugaz, inexistente, que no es real porque ni existe ni sirve para nada. Esa es su realidad, su trampa y tu fracaso.\n

    Todo es un espejismo. Cuando tienes el coche nuevo –normalmente un todo terreno que seguirás pagando cuando abomines de él-, la casa de la playa con piscina –que alguien continuará pagando en tu lugar mucho después de que hayas muerto-, el viaje a cualquier playa de moda del caribe, las diez chorradas del momento (ordenador portátil, móvil, agenda electrónica, cámara de video, navegador, bañera con chorros de agua a presión, robot de cocina multiusos…) el crédito, la reforma del piso, el perro de la niña, la operación de pecho y la liposucción, la televisión de plasma y el cine en casa, el ascenso en el puesto de trabajo, el poder, el dinero, la acción del club de campo y los palos de golf. Cuando consigues eso, entonces, si eres inteligente y aún tienes las cosas algo claras, si aún no has perdido completamente la cabeza, un día te das cuenta que todo eso no sirve para nada. Que eres el mismo imbécil que eras antes, pero ahora disfrazado de jugador de golf, que eres la misma desgraciada de los rulos, la bata color rosa y las patas de gallo, pero, eso si, con las tetas tres tallas mayor que la anterior.\n

    Las cosas nos hablan, pero hay que aprender a escuchar, porque a gritos nos habla el gran televisor de pantalla extraplana desde el fondo del gran escaparate del consumo, y nos hablan las cosas sencillas, que no requieren leerse un manual de instalación.\n

    Me siento esta tarde en lo alto de un monte. No quiero un coche nuevo con doscientos caballos de potencia, no quiero triunfar en la televisión, no quiero parecerme a ese galán de moda, ni tirarme a la rubia de un metro ochenta y dos –al menos esta tarde, no-. Sólo quiero ser yo, sentado aquí, junto a mi bicicleta, con los pies colgando en el vacío y contemplar el río, tranquilo y en paz conmigo mismo. Sólo quiero ser yo, con mis historias, mis libros, mi bici y mi barriga.\n

    Contengo la respiración: el río, la laguna, los árboles, los pájaros… Todo el paisaje habla. Se ríe de nosotros, los humanos; se ríe de nuestros objetivos, se ríe sin parar de nuestra prisa, se ríe de nuestra estupidez.\n

    Mi bicicleta también se ríe hoy y yo con ella; unas flores se han enganchado en sus piñones, parece que lleva puesta una corona. He descendido por una divertida cuesta, entre juncos y espinos, dando saltos y disfrutando como un crío, hasta llegar al final de este camino. No se puede seguir: delante sólo está el barranco y veinte metros más abajo, el río. Paro y respiro hondo. El sol se está poniendo. Tengo que regresar.\n

    \n

    “La vida es una hora –dijo una gran mujer- apenas nos da tiempo a verlo todo, a amarlo todo…” Ella sabía escuchar, sabía ver, en las cosas pequeñas, un mundo misterioso de matices; un mundo fascinante hecho para nuestra felicidad. Ella encontró la llave del misterio; curiosamente, nunca necesitó para entenderlo, un par de tallas más de pecho.\n\n

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  • El alma de las cosas
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