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 \n\nAyer por la tarde salí a última hora a dar un pequeño paseo. Sólo con la intención de meditar un rato. Quería organizar unas cuantas ideas que tengo en la cabeza, pero ayer era uno de esos días en los que mi cerebro, sencillamente, se niega a cooperar.\nRodé un buen rato, dejé atrás la ciudad, y cuando a mi alrededor todo era ya silencio, intenté recuperar la tranquilidad de espíritu necesaria para poder pensar. No hubo manera. Mi mente estaba llena de pensamientos molestos que volvían a mí de un modo repetitivo, absurdo. Mejor lo dejo -pensé-. Es inútil luchar contra mí mismo esta tarde. Me olvidé de pensar y me dediqué a sentir un rato. Caía el sol y había charcos en el camino. Son los primeros charcos que veo en mucho tiempo. A mi alrededor, en el campo, se empezaban a ver nuevos signos de vida. Había un gran llano cubierto de plantas que despedían un olor intenso. Se me había olvidado ponerme las gafas y la arena húmeda del camino me saltaba a la cara y me obligaba a entornar los ojos todo el tiempo, pero era una arena fresca, cargada de buenos presagios.\nParé a hacer una foto a una casa abandonada. El atardecer, cargado de nubes y haces de luz que descendían del cielo como anunciando un milagro, eran toda una bendición. No hacía falta más. No tires de tu mente como si fuera un buey -murmuré-. Ya pensaré mañana.\nA un lado del camino, sobre una pequeña construcción, el nido de cigüeñas estaba ahora vacío. La vida es un viaje alrededor de uno mismo -pensé-, y al instante pensé en porqué el nido vacío me había hecho pensar en eso. Estaba claro que mi cerebro iba a su aire esta tarde y que no se entendía para nada ni con mi alma, ni con mi corazón. Da igual, la vida continúa -le dije a mi bicicleta-. Hay un momento para cada cosa. También hay un momento para dejar de ser y solamente limitarse a estar.\n
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