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  • \n\n Todo empezó una aburrida noche de verano en Bristol: unas amigas veinte años más jóvenes que yo, me llevaron a una pista de patinaje sobre hielo. Yo no había vuelto a patinar desde los cinco años y entonces tenía ya cuarenta. Me puse los patines y casi no me podía mantener en pie, pero nos divertimos, nos reímos un montón y aquella experiencia me gustó.\n No me volví a acordar del tema hasta que, buscando algo en el trastero, encontré por casualidad unos viejos patines en línea que me había comprado hacía años pero que nunca había llegado a utilizar. Me decidí por fin, y una noche fui a un parque, me puse los patines y empecé a practicar.\n Entonces los conocí: se hacían llamar rollers y formaban un grupo peculiar: eran una gente especial, cordial y encantadora. Una especie de tribu urbana que, al igual que los skaters, los bikers o los graffiteros, tenían su filosofía y su lugar de reunión.\n\n \n\nEl corazón del mundo de los rollers estaba situado en un parque del centro de la ciudad y allí hacían su vida. En invierno o verano, lloviera o nevara, de día o de noche, uno siempre podía encontrar a algún roller conocido en ese sitio.\n Con ellos crucé la ciudad cientos de veces, aprendí a engancharme a los coches, a hacerme patines que pudieran resistir rodar a más de setenta kilómetros por hora sin romperse, a bajar por las calles a gran velocidad, a saltar escaleras y rampas y también a parar -cosa importante- cuando había que hacerlo a la desesperada.\n Esos chicos y chicas me acogieron de un modo que a mí me fascinaba. En los seis años que pasé con ellos, además de enseñarme a patinar, me enseñaron algunas cosas importantes de la vida que yo, un poco viejo ya y desencantado, había guardado, cubiertas de polvo y olvidadas, en algún rincón del corazón.\n Sentados en la hierba me contaban sus inquietudes, sus sueños, sus viajes. Pasábamos el día haciendo cosas serias e importantes como aprender a andar sobre una cinta de escalada tendida entre dos árboles, tocar el digiridu o hacer juegos malabares, y nuestras discusiones sobre la mejor manera de colocar un tornillo de un eje en los patines para que no se rompiera al derrapar podían prolongarse hasta el amanecer.\n Yo me escapaba a aquel pequeño paraíso cada vez que tenía ocasión y con el paso del tiempo ese lugar llegó a convertirse para mí en un refugio, algo como un oasis de esperanza y libertad en medio de una sociedad sumida en la rutina, en la mediocridad, la prisa y el olvido.\n\n\n\n Con ellos, con los rollers, viví grandes momentos, y entre bajadas de muerte, raspones y porrazos, sin darme apenas cuenta, poco a poco me fui convirtiendo en uno de ellos. Nunca sabrán esos chavales de qué manera tan profunda llegué a sentir en mi alma su modo de apreciarme, lo bien que me sentía junto a ellos. Ese grupo de gente fueron durante un tiempo una parte importante de mi vida.\n\n\n
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  • 2008-01-18 17:16:26
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  • Una pequeña historia de patines
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