Más allá del barranco, en la orilla opuesta del río, existe un paraje del que yo desconozco su nombre. Allí vive ella, entre la espesura. \n\n\n\n
Hoy la he vuelto a ver. Era mediodía y su cuerpo delgado y brillante parecía esperar mi llegada, inmóvil y etéreo. \n\n\n\n
Mi bicicleta no quiere saber nada de nuestra relación. Dice que desconfía del brillo de sus ojos, de su leve sonrisa permanente y de todos sus gestos. Mi bicicleta dice que me olvide de ella, que tiene un no sé qué que le produce escalofríos... Que no puede ser buena. \n\n\n\n
Pero en cambio, ya ven, yo estoy enamorado, y no puedo evitarlo. Me encanta su forma de moverse, su mirada profunda, el brillo misterioso y negro de sus ojos, el suave tacto de su piel, la forma de su cuerpo... Cada día me escapo del trabajo y pongo mi vida del revés sólo por ir a verla. \n\n\n\n
Creo que vive junto al tronco del gran árbol caído. Una vez -de esto hace ya algún tiempo- nos siguió por el banco de arena de la curva del río, y al contemplarla, le di gracias al cielo porque nunca antes había visto nada tan bello. \n\n\n\n
Hoy nos hemos mirado durante mucho tiempo. A la puesta de sol me he decidido y al lado de su árbol favorito, por fin, mi Dios, por fin, juntos hemos comido esa manzana roja que traía.\n\n\n\n\n