El Sr. Osaki contempla una puesta de sol. El círculo de luz pasa del blanco al rojo intenso, luego se vuelve de un color naranja pálido. Desciende a gran velocidad. Se apoya un instante en la línea del horizonte, allí, se estrecha el círculo perfecto, se torna de nuevo intensamente rojo, y luego, sin más, desaparece.\n\n
Ya está, ha llegado la noche –piensa el Sr. Osaki-. Otro día termina y con la luz del día se marcha otra esperanza.\n\n
¿Qué le deparará la vida? El sr. Osaki se siente esta noche un poco pesimista. Mira a su alrededor, se ve perdido, diferente. Por la calle la gente pasa junto a él ajenos a sus pensamientos. Todos parecen dirigirse a algún lugar, en un punto concreto del futuro. Tan sólo él parece un ser embarrancado en unos arrecifes negros, dentro de un barco saqueado, oscuro y roto. Inmóvil, alejado, ajeno a todo aquello que para los demás constituye la vida.\n\n
Del cielo caen gotas de lluvia. La noche se ha vuelto más oscura. Pasa un rato y ahora la lluvia no cesa de caer.\n\n
La hierba y el resto de los seres vivos beben de ella –piensa el Sr. Osaki-, pero la lluvia no llueve para ellos. Tan sólo llueve y nada más, y sin embargo, sacia la sed del mundo y le da vida.\n\n
Es muy tarde esta noche y el Sr. Osaki regresa muy cansado camino de su habitación. Se siente un poco más tranquilo con éstos pensamientos.\n\n
Así debiera ser también el sabio –murmura para sí-. Hace lo que debe hacer y el resto es secundario.\n\n
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