La tarde está tranquila, parece que ha dejado de llover y las gaviotas regresan a su mar. ¡Qué elegante su vuelo sobre los barrizales! Y en mi mente incendiada resisten al olvido cientos de pensamientos. Batallas que no puedo ganar, pero me aguanto. El invierno prosigue y se queda a dormir bajo mi manta. Pobreza de un día envuelto en sombras. \n\n
Un fantasma furioso me recuerda que aún me quedan diez mil olvidos más. Ya queda menos. Cuesta arriba de especies extinguidas, campos de margaritas… \n\n
Campos de minas. \n\n
Me despierto en mi cárcel y es una cárcel propia. Yo mismo me construyo mis muros cada día, pongo mis alambradas, despliego por las torres los guardianes. Y en cada recoveco me refugio y me paro a pensar, a recordar; pinto pasillos estrechos y barrotes de acero en las ventanas. Y me entierro en mis muertes. \n\n
Un amigo me dice que si he tocado fondo ya puedo dejar de cavar, pero no me apetece. Saco mi mejor pala, la más pesada, la más afilada que tengo, y profundizo más y más y más, porque hasta que no cambie la luna las mareas no voy a dejar de cavar. \n\n
Así soy yo. Lo siento. \n\n
No pienses, siente… Decía la canción. Los viejos cantautores me han enseñado ese tipo de cosas. No es una buena formación, o tal vez sí. Tal vez tanta canción se me atragante –demasiadas canciones con sus letras cargadas de esperanza-, o de amarguras, no lo sé. \n\n
Ni me importa. \n\n
Porque esta tarde tranquila parece que ha dejado de llover y yo siento como un gato me araña el corazón y el aire huele a muerte y a amargura, y hay un desasosiego que me impide dormir y no encuentro un lugar en paz donde esconderme. \n\n
Se pone el sol. Baja el frío del cielo. Yo aún puedo volar. De verdad, amigo mío, yo aún puedo volar, podría seguir a esas gaviotas si quisiera, pero hoy no quiero. \n\n
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