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  • 3 de junio, Erbil, Irak\n\nEsta mañana he sido despertado de un profundo sueño por los ladridos de uno de los dos perros que viven en el apartamento en el que hemos pasado la noche. Hubiera estrangulado lentamente al chucho si no hubiera sido porque, aparte de ser el amo de la casa de facto, es el ojito derecho de Barna, la amable profesora de inglés que nos ha invitado a dormir en su salón, después de que el día anterior hubiéramos estado un buen rato paseando con nuestras mochilas por las calles de Sirnak sin poder encontrar ningún hotel. Sospecho que el perro que me ha despertado es el mismo que anoche, justo antes de echarme a dormir, decidiera que el sofá debía ser perfumado con eau de pis, dejando bien claro quien era el propietario de mi lecho temporal. En ese momento, con el cansancio del largo viaje, poco me importó la incontinencia de la inmunda bestia. Sin embargo, esta mañana, con sus ladridos, reconozco haber sentido odio hacia ese bicho pulgoso.\n\nEs duro despertarse así, pero hay algo en mi ánimo que amplifica cualquier estímulo que recibo. Siento un conato de ansiedad que debo reprimir con suave meditación. De pronto necesito espacio y tiempo, y enseguida compruebo que no dispongo ni de lo uno ni de lo otro. Debo asumir que en breves minutos un taxi vendrá a recogernos. Mihal y Manuel, mis compañeros de viaje en la ultima semana, tomarán un autobús en la plaza del pueblo con destino a Hakkari, en el este de Turquía, y yo tomaré un minibús con destino a Silopi, la pequeña población desde la que todo lo que va hacia el sur va directamente a Irak. \n\nCruzar la línea que separa Turquía de Irak no ha sido una decisión fácil, y no la he tomado hasta disponer de cierta información relevante. La gente me dice que es relativamente seguro, siempre y cuando no vaya a las ciudades de Mosul y Kirkuk, ni a ninguna otra más al sur de estas dos; en definitiva, que me quede en el Kurdistán Iraquí controlado por los Peshmerga, milicianos kurdos. Aquí es donde se puede disfrutar de cierta sensación de seguridad a pesar de ser extranjero, pues al menos en esta región los occidentales no son objetivo fácil de la resistencia iraquí o de las bandas insurgentes que operan más al sur.\n\nSin embargo, justo la noche anterior, mientras tomábamos unas cervezas en casa de Barna en compañía de su amigo kurdo Illa, éste me llena de dudas. Cuando yo pensaba que la ciudad de Duhok, en el norte de Irak, es una zona transitable, él me indica que no es recomendable permanecer allí, pues se rumorea que el PKK ha instalado en este lugar su cuartel general temporalmente, desde el que pretende intensificar sus acciones contra el ejército turco, habitualmente hostigado por este grupo armado. Sin embargo, no puedo renunciar a pasar por allí si quiero ir más al sur, a Erbil y a Suleymaniyah. En cualquier caso, la decisión está tomada y la sonrisa de Illa al hablar en estos términos no me provoca mas que deseos de encontrarme pronto allí, para comprobarlo por mí mismo. Después de todo, ¿qué debo de temer del PKK? No forman parte de ninguna cruzada antioccidental y su principal enemigo es el gobierno turco. Con estas elucubraciones mentales me tranquilizo.\n\nLa realidad es que en esta región están ocurriendo cosas que pueden centrar la atención del mundo entero dentro de poco tiempo, en mayor medida incluso que la situación global en Irak. Se trata de una zona muy sensible de Oriente Medio, ya que concierne enormemente a otros países como Turquía, Irán o Siria, que hasta ahora han mantenido una posición relativamente discreta (al menos en cuanto acciones emprendidas se trata) con respecto al conflicto iraquí. Sin embargo, el gobierno de Turquía está comenzando a levantar la voz y a hacer recriminaciones a las fuerzas de la coalición por la enorme capacidad de autonomía que están otorgando al Kurdistán irakí, el cual podría convertirse en un estado independiente cuando acabe la intervención, con el beneplácito de los EEUU y del gobierno títere de Irak. Quizás por este motivo se están empezando a ver signos de violencia contra esta región.\n\nEsta visita, más que ninguna otra que he hecho durante este viaje, está impregnada de una fuerte carga de momentum. De hecho, estoy corriendo un grave riesgo de, cuando menos, quedarme bloqueado en el interior de Irak si, como parece que va a suceder, Turquía decidiera cerrar su frontera con Irak. En una situación así, mis posibilidades de abandonar Irak se reducirían mucho y se encarecerían más todavía, pues mi única vía de escape sería tomar un avión desde Erbil o Bagdad, algo que mucha otra gente querría hacer al mismo tiempo.\n\n\n

    \n\n\n

    Es casi medio día y estoy en Silopi. Intento ver el lado positivo de mi situación en cada instante, y ahora me congratulo por no haber perdido mucho tiempo al abandonar Sirnak. Despedirse de mis compañeros de viaje ha sido triste pero me ha dejado un saco lleno de buenos recuerdos. Hace un calor sofocante, pero me he provisto de agua en abundancia. La última etapa en Turquía consiste en desplazarse en otro pequeño minibús desde Silopi hasta el puesto fronterizo, que en el lado turco se llama Habur. Y ahí llego finalmente, después de media hora de lento recorrido. \n\nLa hilera de camiones apostados en uno de los carriles de entrada es kilométrica y la mayoría habrán de pasar la noche esperando para llegar al otro lado. Sin embargo, no hay ningún coche, y por desgracia, los guardias turcos me dicen que si quiero salir de Turquía y entrar en Irak tiene que ser a bordo de un coche. Me sugieren que espere, ya que debe de aparecer un taxi en algún momento, pues hay un cártel de taxistas especializados en atravesar la frontera, así que decido quedarme a esperar a que aparezca uno. El sol está en su punto más alto y las rejas del complejo fronterizo no me proveen mas que de unos palmos de sombra, por lo que debo pegarme a ellas para no ser abrasado por el astro rey, a quien mi situación poco parece importar. Finalmente, los aburridos guardias, tras preguntar mi nacionalidad (como es habitual por estas tierras antes de que alguien tenga una iniciativa hacia ti), me invitan a sentarme con ellos a la sombra y me ofrecen agua fresca. Después de todo, soy su único entretenimiento. Por supuesto, nuestra devaluada conversación gira en torno a los equipos de futbol españoles, sobre todo al Real Madrid.\n\nFinalmente aparece un taxi, pero éste va cargado ya con cuatro personas. Maldición! tal vez haya sido un error no buscar taxi en Silopi, en lugar de tomar el minibús, el cual, después de todo, no tiene como objetivo llevar a nadie a la frontera, sino transportar a la gente que trabaja dando avituallamiento a los pacientes camioneros. Esto explica porqué he sido el único en bajarme al final del trayecto. Pero soy afortunado. Mi confraternización con los acartonados guardias unos minutos antes les ha puesto de mi lado y, en un acceso de autoritarismo, obligan al taxista a que me embuta en su crujiente taxi, un Renault 12. Y comienza el baile. \n\nEl taxista me pide el pasaporte y 20 liras turcas (unos 12 euros). Con esto tendrá suficiente para cobrarse mi trayecto y para "recompensar" la agilidad de los funcionarios fronterizos. De hecho, sabe lo que hace, pues al principio parece ir todo muy rápido y obtengo el sello de salida de Turquía con gran facilidad. Pero la cosa se complica cuando en el último puesto turco, desplegado por militares, requieren mi pasaporte. El soldado raso que lo recibe lo ojea detenidamente y lo hace llegar a un superior. Este, indignado por mi decisión de cruzar a Irak, donde tendré toda libertad para mezclarme con sus enemigos kurdos, me interroga a fondo. Finalmente, me pregunta cual es el motivo que me lleva a Irak y no se me ocurre otra expresión más inocente que "turista". "¡¡¿Qué?!!, ¡¡¿Turista?!!" "¡¡¿Qué vas a ver allí?!!" me pregunta gritando a viva voz. "Pues viejas ciudades, montañas y algún río" le contesto en tono conciliador. "¡¡¿Y no hay nada de esto en Turquía?!!" me replica haciendo de la coherencia su caballo de batalla. Entonces, le doy más detalles de mi viaje y le digo que intento visitar todo tipo de lugares y que en Irak me gustaría conocer algunos sitios concretos, como Erbil. En todo momento tengo la delicadeza de no mencionar la palabra kurdo o Kurdistán, lo cual comprometería demasiado mi viaje. Finalmente, no tiene más remedio que devolverme el pasaporte y dejarme pasar. Mis compañeros de taxi, que han sido testigos del interrogatorio, me miran con gestos de apoyo y de comprensión al retornar al interior del vehículo. De alguna forma, pienso que me he ganado su respeto. \n\nLlegamos al lado irakí, a escasos 500 metros del confín turco. La situación se vuelve sorprendentemente relajada. Soy cuestionado amablemente por los motivos de mi viaje y por mi situación laboral, etc. Naturalmente les digo que sigo trabajando pero que he tomado unas semanas de vacaciones para viajar por oriente medio. Decirles que actualmente no trabajo para ninguna empresa también me haría sospechoso. El oficial que me atiende, como no podía ser de otra forma, se interesa por mi equipo de futbol favorito, y aunque el futbol de hoy en día me interesa tanto como las casas de muñecas, le digo que yo soy seguidor del equipo de mi ciudad, del Valencia. Se lo digo para que vea que puedo aportar novedades a sus conocimientos futbolísticos, pues aunque por aquí todos se consideran muy aficionados al futbol español, raro es aquel que conoce otro equipo que no sea el Madrid o el Barcelona. Esto le parece interesante y acabamos hablando de grandes jugadores, así que acabo por decirle que kempes fue el mejor. Mejor incluso que Maradona. Inmediatamente estampa el visado en mi pasaporte y me da la bienvenida a su país.\n\nDe nuevo todos al coche, como en el juego de la silla, solo que por respeto a mis compañeros, que tanto han tenido que esperar por mi culpa, decido sentarme compartiendo asiento con el copiloto. Queda un último trance y de nuevo soy yo el que debo separarme del grupo. El jefe de la oficina fronteriza de la Agencia de Seguridad de la Región del Kurdistán quiere hablar conmigo. Soy invitado a sentarme en un sala en la que se encuentran el oficial jefe, un militar con un uniforme réplica de los que utiliza el ejército americano y en cuyo hombro se lee "special forces" y otro vestido de paisano que habla buen inglés. Me ofrecen té y me piden que me acomode y que no me preocupe por mis compañeros, pues ellos ya se están buscando su propio transporte a sus destinos. El interrogatorio se repite, de nuevo con sencillez y amabilidad, pero en este caso tomando muchas notas, transcribiendo todo lo que digo, como en una declaración ante un juez. Es importante no contradecirse, así que soy franco. Finalmente, me piden que tenga cuidado y me dan un número de teléfono por si necesito ayuda. Su verdadero interés es que no me ocurra nada malo en su país.\n\nAl salir de allí ya estoy en territorio irakí y tengo que buscarme la vida. Aún no es tarde y eso me da tranquilidad, pero he de encontrar la forma de ir a Duhok, a unos 60 kilómetros. Ya estaba advertido de que estos trayectos entre ciudades se deben hacer en taxi, pues no hay autobuses de larga distancia, pero de nuevo debo pensar como viajero roñoso y encontrar la forma de que esto me cueste lo menos posible, que en cualquier caso será bastante dinero. Lo ideal es encontrar un taxi compartido con más pasajeros, pero al llegar al puesto de los taxis, la única persona que hay esperando a ser transportado es Erkan, un turco que precisamente venía conmigo en el taxi transfronterizo. El va directamente a Erbil, a unas cuatro horas de camino y me sugiere, con gestos, que vaya yo también y así podemos compartir gastos, nada menos que 45 dólares por persona. El taxista nos convence de que no está dispuesto a bajar el precio un solo céntimo, pero aún así, acepto la propuesta. De todas formas, como tengo que volver a Turquía, siempre puedo visitar Duhok a la vuelta.\n\nEl taxi, un moderno toyota, se incorpora a la carretera y a los pocos segundos la quinta marcha hace coger gran velocidad al vehículo. La carretera no está en muy mal estado, pero la aguja del velocímetro no deja de moverse de izquierda a derecha con firmeza y cuando quiero darme cuenta nos desplazamos vertiginosamente a 180 Km/h por un paisaje plano y árido. Todo lo que se pone en medio de nuestra trayectoria es esquivado con pericia por nuestro taxista, quien no deja de hablar tranquilamente por su teléfono móvil. Desde mi asiento de copiloto lanzo una mirada de sobresalto al otro pasajero, el turco, pero éste parece demasiado acostumbrado y se limita a perder su mirada en el infinito. A medio camino hacemos una parada en un chiringuito en medio de la nada. Al bajar del coche el aire caliente se abalanza sobre mí como una ardiente jauría de pirañas. El bochorno es impresionante, mucho peor que el calor experimentado en Turquía, así que corro a refugiarme en la sombra y allí tomo un té, acompañado de Erkan. El hombre se esfuerza en hacerme conocer su oficio y acabo por entender que se dedica a poner baldosas en el suelo del aeropuerto de Erbil; Aunque lo mismo me ha dicho que da cursos de tricotaje, pero qué importa. Lo bueno es que tratamos de comunicarnos.\n\nCuando nos disponemos a volver a la carretera, una figura humana se materializa al lado del coche repentinamente. No tengo la menor idea de donde ha salido, pero el taxista lo presenta como su hermano y nos indica que será él quien nos lleve hasta Erbil. Al observar al sujeto me alegro de juzgarlo más responsable que su hermano, pues parece más mayor, mejor vestido y tiene una mirada serena que me hace pensar que su forma de conducir será mucho más relajada. Sin embargo, un minuto después, el destino -o la voluntad de Alá, como se suele decir por aquí-, me sorprende en medio de tres enormes camiones que circulan en direcciones opuestas haciendo rugir sus bocinas. El único gesto del conductor es una ligera mueca de apuro, pero no levanta el pie del acelerador.\n\nA lo largo de todo el trayecto los controles de los peshmerga kurdos han sido continuos, cada 20 kilómetros más o menos, pero al llegar a las inmediaciones de Mosul, el panorama cambia y puedo apreciar con claridad que los militares del puesto de control en el que somos detenidos son árabes iraquíes. Sus banderas nacionales así lo indican. Su aspecto es mucho más desaliñado y descuidado, mezclando ropa militar con ropa vieja o deportiva. Además, llevan las armas desenfundadas y balancean los kalashnikov con descuido y ligereza. Incluso los lugareños que viven al lado del puesto de control van armados con rifles de asalto. La tensión crece en el interior del taxi y deseo con todas mis fuerzas que mi pasaporte no sea requerido esta vez, como viene ocurriendo el 50% de las ocasiones a lo largo del recorrido. Por suerte, mi aspecto y mi rostro, en el que fuerzo un semblante de paleto hirsuto mientras el agente husmea en el interior del vehículo, no le han debido de parecer occidentales o sospechosos, por lo que nos permite continuar la marcha. En adelante, de nuevo los controles son llevados a cabo por peshmerga, los cuales en una ocasión me hacen vaciar por completo mi mochila. Pero no me preocupa demasiado. Estos agentes no representan peligro para mí, más bien todo lo contrario.\n\nPor fin llegamos a Erbil y nuestro primer destino es un descampado a las afueras en el que se están construyendo unas enormes trincheras para proteger el aeropuerto. Es un lugar ideal para una emboscada, así que mi tranquilidad vuelve a ser azuzada. Sin embargo, sólo hemos venido aquí para esperar a que los amigos o compañeros de Erkan, el turco, vengan a recogerlo, lo cual ocurre después de un par de llamadas telefónicas. Finalmente, éste se despide y el taxista me conduce al centro de la ciudad, donde me ayuda a encontrar un taxi local que me lleve a un hotel. \n\nEn medio del barullo de una ciudad que vive en la calle soy conducido al hotel Qandeel. Al llegar a la recepción, lo primero que llama mi atención es un grotesco colage fotográfico colgado de la pared que ilustra los sonrientes rostros del presidente iraquí, Jalal Talabani, el presidente del kurdistán, Barzani, y en la parte inferior las famosas caras de George Bush y Tony Blair. En medio de los cuatro, un afinado reloj marca las horas de estos nuevos tiempos. Por desgracia, me indican que no tienen habitaciones disponibles, algo que no me extraña, pues al estar justo en medio del bazar de la ciudad, el hotel debe de ser muy popular con los mercaderes. La situación no me gusta mucho, ya que ahora tendré que buscar otro hotel, no sé muy bien donde, y con el sol ocultándose en el horizonte, desentendiéndose de mí una vez más. En el hotel Qandeel me hacen indicaciones de que hay más hoteles alrededor, así que les suplico que me permitan dejar la mochila a su cuidado durante el tiempo que dure mi búsqueda. Finalmente doy con el Hotel Ali, en un extremo del bazar, en el cual tienen habitaciones disponibles, así que reservo una, vuelvo a por mi mochila al hotel Qandeel y paseo ésta por todo el hervidero humano del centro de la ciudad hasta que, finalmente, llego de nuevo al hotel Ali, donde soy conducido a una celda con aire acondicionado y televisión. \n\nAntes de que se apague el sol doy un paseo por el centro de la ciudad, coronado majestuosamente por una compacta ciudadela que se alza en lo alto de una colina tan perfectamente circular que parece artificial. Es como un gran flan plantado en el epicentro de una urbe plana. Sin embargo, decido que no es momento para visitarla y lo dejo para el día siguiente. Cuando regreso al hotel no hay luz. El recepcionista me hace gestos de que no puede hacer nada ya que es un corte general, haciéndome entender que es mejor que me vaya acostumbrando. Cuando finalmente vuelve el suministro eléctrico, me sorprendo al comprobar que en el hotel disponen de canal satélite y aprovecho para ver si hay alguna novedad con respecto a la tensa situación que se vive en este momento. La BBC muestra unas imágenes de ese mismo día en el que unos tanques turcos descargan un arsenal contra una colina fronteriza, con el objeto de intimidar a la milicia kurda. Mis temores sobre el posible cierre de la frontera se acrecientan, así que decido dormir para olvidar y espero a que el nuevo día en Erbil me llene de energía. \n\nAmanece temprano, como en todos los países de la zona. El jaleo del bazar ha hecho de despertador y, tras comprobar que de nuevo no hay luz, salgo a dar un paseo. Más tarde voy al Museo de Civilizaciones de Erbil, pero al llegar me dicen que ya está cerrado, pues el museo solo abre hasta las dos de la tarde. Es la una y media de la tarde. Uno de los cuatro conserjes que hay en una salita contigua a la entrada me dice que vuelva mañana antes de la una y media, pero de repente sale uno que ha oído la conversación y dice, dirigiéndose enfadado a su compañero, que el museo en realidad cierra a las doce (!). Les digo que mañana no estaré porque voy a Suleymaniyah, y no se les ocurre otra cosa que decir, a los mantas, que entonces vaya al Museo de Suleymaniyah, que es igual que el de Erbil. Claro, les digo, en España tenemos un Museo del Prado en cada ciudad! \n\nSon ratas de oficina. Acomodados. Probablemente reciben fondos del extranjero para mantener decentemente el museo -además de pagar sus salarios-, por el cual no sienten ningún aprecio ni entienden que alguien quiera desplazarse hasta allí para visitarlo. Algo enfadado, decido visitar la ciudadela, pues al menos -pienso-, ésta no debe de tener horario de cierre. Pero al llegar allí, después de haber escalado la colina en la que se asienta, descubro que no solo no tiene horario de visita sino que, sencillamente, no está abierta al público. Me lo hacen saber por gestos dos guardias que vigilan su puerta principal. No obstante insisto en adentrarme para hacer unas fotos y al final les convenzo para que me dejen atravesar la ciudadela por su calle principal, que divide el complejo en dos partes iguales y une las puertas sur y norte, ambas custodiadas por peshmergas. Me dicen que no me salga de la calle y que vaya en línea recta, de manera que pueda ser controlado por los guardias de ambas puertas. Les hago caso al principio, pero conforme camino, despacio, entreteniéndome en cada muro, en cada farola, lanzo miradas de soslayo a ambas puertas y veo que la vigilancia se ha relajado, por lo que aprovecho una fracción de segundo para hacer una incursión en las calles viejas de la ciudadela, adentrándome en el abandonado y desierto laberinto que forman sus pasadizos. \n\nErbil es una ciudad antiquísima, cuyo enclave ha estado habitado probablemente durante más de 8.000 años, y su ciudadela es una joya antropológica que, por circunstancias de la guerra, se ha convertido en un espacio restringido. Esto no me sorprende, pues desde allí arriba se tiene una panorámica visión de toda la ciudad y constituye un lugar ideal para perpetrar cualquier acto de guerra contra edificios oficiales o públicos, los cuales, precisamente, están a tiro de piedra de la ciudadela. De igual forma, supone el bastión ideal en caso de que haya que desplegar una fuerza defensiva o de vigilancia para protegerse de un ataque por tierra. Las autoridades de la ciudad están muy sensibilizadas con el tema de la seguridad. No en vano, escasos días antes de que yo llegara, un camión conducido por un terrorista suicida, y cargado con varios kilos de pólvora, hizo explosionar el vehículo en el propio bazar a una hora punta, lo cual dejó al menos 14 víctimas mortales. \n\nPaseando por las enredadas y polvorientas callejuelas de barro, me sumerjo en un mundo de otra época, enteramente a mi disposición y a la de algunos gatos que me observan con curiosidad. Las casas están derruidas, con los ladrillos de barro resquebrajados y esparcidos algunos por el suelo. Son casas muy bajas y llenas de habitáculos en los que la gente estuvo viviendo hasta hace solo unos años. Tomo algunas fotos y exploro el lugar a fondo, regocijándome en mi privilegiada situación ante un verdadero tesoro arqueológico. Pero de pronto, de una de las esquinas aparece un militar kurdo empuñando una metralleta y maldiciendo mi acto de rebeldía. Debe de ser uno de los que me esperaba en la puerta opuesta a la que he usado para entrar, y por sus signos de cansancio debe de llevar un buen rato buscándome. Le hago saber que no entiendo la situación y que solo estoy haciendo algunas fotos, pero me obliga a acompañarle hasta la puerta norte, donde informa a un superior de mi travesura (eso creo entender). Este se interesa por mi nacionalidad y se esfuerza por explicarme que la ciudadela está cerrada al público. Yo me hago el tonto y con un gesto amigable le doy mi cámara fotográfica y le pido que me haga una foto allí mismo. La confraternización parece hacerle olvidar mi díscola actitud y se esfuerza al máximo por sacarme una buena foto, pidiéndome incluso que cambie de posición para salir mejor retratado. Así, después de posar para el militar kurdo, con tejados plagados de parabólicas como fondo, aprovecho un momento de torpeza de los guardias al no saber muy bien qué hacer conmigo y me esfumo todo lo rápido que puedo, antes de que cambien de idea y me sometan a otro tedioso interrogatorio.\n\nPor la noche llego al hotel cansado, pero me encuentro a Ismail, uno de los empleados, un simpático y bonachón muchacho de unos veinte anos. Por supuesto es kurdo, como el 95% de los habitantes de Erbil. Le propongo jugar al Tauli, que es como llaman por aquí al backgammon. Como ya he escrito en otros artículos, éste es el juego de mesa favorito de los kurdos. Cual es mi sorpresa al ganar la primera partida sobre Ismail. Sin embargo, él gana las dos siguientes. En un intento por recuperar mi honra, me centro en la cuarta partida y, gracias a unos dados afortunados, consigo ganarle. Me propone seguir, pero sabedor de que a la larga perdería, prefiero irme a dormir, alegando cansancio extremo, con el buen sabor de boca de la victoria y, sobre todo, con la satisfacción de haber pasado un buen rato con un amigable kurdo.\n\nAl día siguiente de nuevo me despierto con el bullicio, pero en esta ocasión debo desperezarme cuanto antes ya que mi objetivo hoy es llegar a Suleymaniyah, unos 200 km al sureste. Para ello tendré que encontrar un taxi compartido que vaya allí. Afortunadamente, me encuentro con bastantes taxis que van a esa ciudad, por lo que a los pocos minutos estoy en camino, compartiendo vehículo con un matrimonio y su niña y con otro señor. El paisaje es dramático. Atravesamos amplios valles verdes y fértiles, flanqueados por afilados rangos montañosos de color pardo y -aunque desprovistos de árboles- sumamente bellos. Al principio, desde la distancia, estos rangos parecen infranqueables, como grandiosos muros levantados estratégicamente para que nada se escape del valle. Pero conforme nos aproximamos a ellos, las sólidas capas rocosas de sus montañas se desdoblan y nos descubren empinados pasos por los que el taxi trepa como una pulga por el costado de un gigante. \n\nLa disposición de los rangos montañosos es noroeste-sureste, lo mismo que la línea imaginaria que une Erbil y Suleymaniyah, por lo que no nos lleva mucho tiempo arribar a nuestro destino. A medio día ya estoy en la ciudad, alojado en el hotel Hiwa, donde las condiciones son bastante peores que en Erbil. Pero no me quejo, pues estimo que pasaré allí dos noches y el precio no es caro, 15.000 dinares iraquíes (unos 9 euros). Mi primer día en Suleymaniyah lo empleo en pasear por sus animadas calles y en descansar en un pequeño y sombreado parque. La gente me mira extrañada y algunos, guiados por su curiosidad ante un extranjero solitario, preguntan por mi nacionalidad y por la cadena de televisión para la que trabajo. Percibo cierto brillo de aprecio en sus rostros al confesarle que soy español, como si mi nacionalidad fuera un atributo que me aportase valor como visitante, pero al decirles que no soy periodista sino turista, fruncen el ceño y sonríen. Acabo por hablar con algunos hombres, pues las mujeres no se dirigirían a mí. Además, es muy difícil encontrar una tienda o local en el que trabajen mujeres, las cuales están confinadas en sus casas o, en algunos casos, desempeñan trabajos en bancos o grandes hoteles. Es sin duda una sociedad machista y conservadora, pero enormemente respetuosa y hospitalaria con el extranjero. \n\nA última hora de la tarde paseo por el bazar y, en uno de los muchos puestos, disfruto de los típicos dulces de pistacho llamados baclava, siendo la especialidad en Suleymaniyah mezclarlos con una especie de crema o natillas cuyo origen debe de ser leche y huevo, o al menos eso quiero pensar. En cualquier caso está delicioso. Las condiciones de higiene es mejor obviarlas para poder disfrutar del capricho. En un momento dado, se escuchan unos disparos en la lejanía. Al principio la gente se sobresalta y el barullo se relaja, pero en cuestión de segundos todo vuelve a ser igual. Conforme el reloj se acerca a las ocho de la tarde, la actividad comercial parece acelerarse, con los comercios repletos de gente y los mercaderes trabajando a destajo. Pero en cuanto el reloj marca las ocho, las aceras se vacían con rapidez y los tenderos se afanan por dejar el puesto limpio y preparado para la mañana siguiente. En pocos minutos, me hayo caminando por calles semidesérticas. Encontrar un puesto en el que comerme un kebab se hace casi imposible, así que me encamino al hotel hambriento y sabedor de que tendré que esperar al día siguiente para llenar el buche, pues en el hotel no venden alimento. Afortunadamente, una luz humeante destaca en la toda la oscuridad de las calles, relativamente cerca de mi hotel. Se trata de un espabilado que vende comida rápida aprovechando la escasez de lugares donde comer. A pesar de que es de noche y no debería estar fuera de mi hotel, me dirijo al garito, guiado por mi estómago. El dueño, un hombre joven y pequeño cuya graciosa voz se asemeja a la bocina de una bicicleta, se sorprende al verme, pero se esfuerza por atenderme lo mejor posible. Pone música kurda en el radiocasete, reconocible por el bello sonido del saz, una especie de guitarra de tres cuerdas. Finalmente, con el gesto de ponerse la mano en el pecho, se empeña en invitarme, algo que me ha de suceder en más ocasiones en mi periplo por el Kurdistán iraquí. \n\nDe vuelta al hotel prefiero quedarme un rato a leer en la acogedora recepción pero, de igual forma a como un potente imán atrae a todos los objetos metálicos del área en el que es depositado, empiezan a aparecer personas de las habitaciones contiguas a la recepción que quieren saber cosas sobre mí. Están sorprendidos de tener a un occidental entre ellos y tienen curiosidad, tanta como amabilidad a la hora de dirigirse a mí. Algunos hablan un inglés pasable. Me hablan de su país, de sus ciudades y sus trabajos. Me indican que si quiero puedo visitar Halabja, la ciudad -ahora aldea- que sufrió uno de los ataques más nauseabundos que un ejército haya lanzado nunca contra población civil. Se trata de la famosa operación de limpieza étnica que puso en marcha Sadam Hussein a finales de los 80 y en la que utilizó gas mostaza para liquidar súbitamente la vida de miles de pacíficos civiles. Entre los presentes en la recepción del hotel hay un árabe irakí, Mohamed, que se presenta como ingeniero. Es de Bagdad y dice que en el Kurdistán se necesitan todo tipo de personas cualificadas, así que ha decidido trasladarse aquí. Aprovecho para preguntarle sobre la situación en Bagdad. ¿Es tan mala como parece?, ¿Qué pasaría si decidiera ir como viajero independiente? Me responde que la situación es tan mala como uno pueda llegar a imaginarse. Y añade que, si yo decidiera ir, seguramente no llegaría nunca. Algo me pasaría en el camino. Algo que me haría famoso. Tristemente famoso. \n\nAl día siguiente decido visitar Halabja, a unos 60 kilómetros de Suleymaniyah, muy cerca de la frontera con Irán. El pensar lo ocurrido aquí hace casi dos décadas me ha llenado de tristes pensamientos. De lo cruel que es el mundo y de lo que tienen que sufrir los inocentes y pacíficos para que los poderosos y ambiciosos puedan conseguir sus objetivos. Paradójicamente, lo ocurrido en esta ciudad, el famoso acto de "gasear a los kurdos", como la prensa internacional lo llama, ha sido el único reducto de argumento que las actuales potencias invasoras de Irak, principalmente los EEUU y Gran Bretaña, han acabado por esgrimir para justificar su intervención en Irak y la posterior ejecución de Sadam Hussein en la horca, una vez demostrado que no existían armas de destrucción masiva y de que el régimen de Sadam no tenía lazos con Al-Qaeda. Sin embargo, muy poco se dice sobre el hecho de que este acto vil tuvo lugar en el contexto de la guerra entre Irak e Irán, que fue comenzada por Irak, y en la cual este país contó con el suministro armamentístico de países occidentales, sobre todo EEUU. Me pregunto qué origen tenía el avión desde el que se lanzó el gas. O incluso el propio gas. Cuál era su procedencia. Como yo no me dedico a esto, solo soy un viajero, termino por lamentar la enorme injusticia de la guerra. \n\nMe han dicho en Suleymaniyah que en algún lugar de Halabja hay una exposición con fotos del genocidio, pero no la he podido encontrar. No es necesario. He visto esas fotografías en muchas ocasiones. Gente tirada en el suelo, tendida en las escaleras, apoyados contra vehículos. La muerte les llegó tan súbitamente que sus cuerpos se entregaron a la ley de la gravedad en décimas de segundo. Algunas madres están sentadas con sus bebés en brazos. A primera vista parece que pudieran estar durmiendo, pero una mirada más detenida deja ver sus rostros, completamente desfigurados con la horrible mueca de la muerte caracterizada por la inútil búsqueda de oxígeno.\n\nLo que queda de Halabja no es un lugar precisamente agradable. Hay tanto polvo como en la creación del cosmos; como si sus habitantes quisieran acostumbrar sus pulmones a aires nocivos en preparación para un posible ataque como el que sufrieron. Finalmente decido volver a Suleymaniyah, donde pasaré mi última noche antes de poner rumbo de nuevo al norte.\n\nAl día siguiente debo encontrar un taxi para ir a Duhok, pero la cosa se complica. Si quiero un taxi que no vaya por Kirkuk debo costeármelo yo solo (me piden 100 dólares). Los esbirros del puesto de taxis solo parecen interesados en que ocupe yo todo el taxi, y nadie más. No me gusta la situación y opongo resistencia. Prefiero quedarme en tierra, esperando a que algún cabo se afloje. Después de unos diez minutos, un taxista que ha estado allí todo el tiempo me ofrece llevarme de nuevo al centro de la ciudad, donde puedo reservar espacio en uno de los coches privados que van hacia el norte. El conoce una agencia que presta este servicio. Efectivamente, existe tal agencia, invisible para alguien como yo, que no conoce ni el idioma ni el lugar. Me dicen que no pueden asegurarme que salga un coche para Duhok ese día. En todo caso, puede que a las cinco de la tarde. Si no es así, tendré que pernoctar de nuevo en Suleymaniyah y esperar a la mañana siguiente. Decido aceptar la propuesta, así que aprovecho el día -hasta las cinco de la tarde- para visitar un poco más la ciudad. \n\nPregunto por el museo de Suleymaniyah, que según lo que me dijeron los ocupados celadores del museo de Erbil, es idéntico al de aquella ciudad, con lo que podría matar dos pájaros de un tiro. Al llegar allí, me topo con otro manta que me dice que hoy no pueden mostrar el museo porque tienen una reunión y nadie puede hacerse cargo de mi visita, como si ver el museo aquí fuera como ir al médico. Entiendo que lo que es igual en ambos museos no es su contenido, sino sus administradores. Le pregunto al desaborido dónde puedo ir y me habla del Amna Suraka, el "museo" de la liberación de Suleymaniyah. Se encuentra cerca del sitio donde estoy, así que voy en su búsqueda, confiando en que mis últimas horas en Suleymaniyah serán provechosas. Al principio, siguiendo las indicaciones que me han dado, me adentro en un barrio residencial y desierto, así que empiezo a pensar que me he perdido, pero al doblar una esquina aparece ante mí una mole de color marrón, corroída a balazos en todos sus muros. Se trata de un edificio de cuatro plantas rodeado de un muro exterior con alambradas. No puede ser otro. Me dirijo a él y, efectivamente, hay una puerta de entrada. En ella hay dos jóvenes vestidos de peshmerga que se sobresaltan al verme cruzar el umbral, pero enseguida se me pegan y me inquieren, en kurdo, sobre mis intenciones, como si visitar el museo fuera algo irregular. Les enseño mi libreta en la que tengo anotado el nombre de "Amna Suraka", con caracteres latinos, los cuales no saben leer. Se lo pronuncio detenidamente: A-M-N-A S-U-R-A-K-A mientras indico con mi dedo índice apuntando a mi ojo que quiero verlo (lenguaje universal), y entonces parecen comprenderme. Además, parecen alegrarse repentinamente y me conducen a una sala interior del edificio donde se exhiben fotografías y documentos del levantamiento kurdo en Irak (1961-1991). \n\nPor fortuna, un hombre que habla buen inglés, quien se presenta como Ako Wabi, se ofrece a hablarme del protagonista de las fotografías. Se trata de Qder Khabat, un líder guerrillero fundador de la milicia Peshmerga en el 61. Me habla de su relación con el actual presidente de Irak, Jalal Talabani (quien también es kurdo), y de su liderazgo durante la batalla que tuvo lugar el 7 de marzo de 1991, en la que los militares del ejército de Sadam que custodiaban la ciudad fueron derrotados por la milicia y el pueblo kurdo, precisamente en este edificio, el cual ha quedado levantado y convertido en museo para rememorar esa importante batalla. Este fue el primer triunfo de los kurdos tras la horrenda campaña de limpieza étnica que el ejército irakí venía llevando a cabo. Además, fue la piedra angular de la construcción de la nación kurda con estado propio, algo que podría ocurrir en un futuro próximo. Ako Wabi, empresario que colabora con la exposición, se emociona al recordar los hechos. Desde la terraza del edificio, a la que hemos ascendido para tener una mejor perspectiva de la batalla, me narra efusivamente cómo toda la gente de Suleymaniyah se unió bajo el mando de Qder Khabat para reducir a los amotinados irakíes, la mayoría de los cuales murieron defendiendo el fuerte. Sólo sobrevivieron los que se rindieron. Desde la terraza es desde donde mejor se aprecia la brutalidad de semejante combate. La presión de los kurdos fue tan grande, que los comandantes irakíes decidieron replegarse al interior del cuartel por completo, incluso con los carros de combate, confiando en que recibirían ayuda del resto del ejército. Pero esta no llegó a tiempo y, con los tanques replegados, poco pudieron hacer para mantenerse en pie ante semejante adversario. Hoy los oxidados tanques siguen en el patio del edificio, inmóviles como esqueletos de elefantes, y exponentes, como ningún otro objeto, de la impotencia de Sadam Hussein para someter al pueblo kurdo.\n\nAntes de irme, Ako me invita a que firme el libro de visitas. Allí deposito unos sinceros comentarios hacia el carácter del pueblo kurdo y su derecho a vivir en paz, después de tanto sufrimiento. Ako traduce estas palabras a los dos peshmergas que no se han separado de mí durante toda la visita. Se miran y le dicen algo a Ako. Entonces éste me dice que los dos jóvenes son Seamand y Dara, el hijo y el sobrino de Qder Khabat. Quieren invitarme a comer en su casa.\n\nA pesar de que mi tiempo es limitado, no puedo rechazar un ofrecimiento tan emotivo y anecdótico, así que acepto encantado. A los dos minutos nos montamos en un pick-up en el que suben otros dos hombres, también familiares de Qder Khabat y armados hasta los dientes. Ninguno habla inglés, pero nos comunicamos por señas fácilmente. Son encantadores, a pesar de todo su armamento. La casa se encuentra bastante a las afueras, y sin duda es la casa de alguien importante, pues es grande, con balcones, un pequeño jardín y en su interior está bien amueblada, algo raro en el resto de hogares. Soy conducido al salón, una apacible y amplia estancia forrada con delicadas alfombras kurdas. Apenas hay muebles, pero los que hay parecen de gran calidad y buen estilo, mas bien clásicos. Casi todo el perímetro de la sala está provisto de sillones a juego con los muebles, y en uno de ellos se sienta, solitario y meditabundo, un anciano elegantemente vestido de gris con el traje tradicional kurdo, caracterizado por pantalones bombachos y chaqueta con el pecho descubierto.\n\nEl anciano es el mismo hombre que minutos antes he conocido a través de las fotografías del Amna Suraka, el héroe de Suleymaniyah: Qder Khabat. Su pelo y sus bigote se han teñido de blanco y sus ojos muestran cansancio y paz. Se levanta para saludarme, estrechando mi mano firmemente y después, con un gesto que empieza a ser familiar para mí, se lleva la mano al pecho en señal de hospitalidad. Le devuelvo el gesto torpemente y hago caso a su invitación de sentarme en el sillón, frente a él. Nuestra comunicación está muy limitada, pues no habla nada de inglés, sin embargo, gracias a un sobrino que está en la casa y que chapurrea el idioma de Shakespeare, podemos hacer un ensayo de conversación. Yo le transmito mi agradecimiento por la invitación y destaco su labor como defensor del pueblo kurdo, lo cual me agradece con los ojos. Habla mucho, y al parecer me dice muchas cosas, pero el interlocutor sólo me puede transmitir escuetos mensajes. Aprecia mucho a España, país que de hecho visitó hace pocos años. Me pregunto si con motivo de encuentros diplomáticos o de vacaciones, pero el traductor no me sabe precisar. Entiendo que lo que más destaca de España es su democracia, algo históricamente anhelado por las gentes pacíficas de Oriente Medio. Finalmente, me indica que la comida está lista. En el suelo de una sencilla sala contigua se ha dispuesto un apetitoso manjar al más puro estilo kurdo. Mi día ha sido pleno.\n\nLa propia familia de Qder Khabat se ha ocupado de que esa tarde haya un coche que vaya a Duhok, y ellos mismos me llevan a la oficina de coche privados, desde donde a las cinco de la tarde parto hacia esa ciudad. Es un viaje largo, por estrechas carreteras del interior del Kurdistán, considerablemente más seguro. Eso es lo que me explica Haller, un simpático mercader que viaja en el mismo coche y con quien hago buenas tablas durante el sinuoso y espectacular recorrido. Llegamos a Duhok bien entrada la noche, y el propio Haller se encarga de que el coche me deje en la puerta del hotel Perleman, un buen sitio por solo 10 dólares al día.\n\nEn Duhok se encuentra el Centro Lalish, una institución que sirve de encuentro para los yezidis del Kurdistán. Y a poca distancia de la ciudad se haya el Templo de Lalish, el lugar sagrado de los yezidis. Los yezidis son seguidores de un culto ancestral que probablemente, en su forma primigenia, es anterior al Islam. Sin embargo, hoy en día está influido por la religión de Mahoma, e incluso por la de Cristo, en cuanto a ritos y costumbres. Es una religión minoritaria y el Kurdistán irakí es la zona donde más extendida está. En la antigüedad, los yezidis eran considerados por cristianos y musulmanes como "adoradores del diablo", una reputación que les viene por su adoración a los ángeles, en particular a Malek Taus, también llamado Saytan, a quien se relaciona incorrectamente con el ángel caído; con Satán.\n\nPero lo que más llama mi atención de los yezidis es el hecho de que su religión es endémica de la etnia kurda. Ellos promulgan que no se puede salir ni entrar de la comunidad Yezidi. Son endógamos en grado sumo, y esto explica la rabia con la que unos fanáticos actuaron hace poco más de un mes y medio en la población de Bashika, muy cerca de Duhok. Se vio en todas las televisiones del mundo. Una joven muchacha de 17 años fue salvajemente asesinada mediante lapidación popular, perpetrada en última instancia por miembros de su propia familia. Estos, hinchados de ira ante la decisión de la chica de casarse con un musulmán sunita de Mosul, la llevaron por la fuerza a una plaza pública en la que una multitud asalvajada y enloquecida acabó con su vida. Es difícil encontrar en la actualidad actos populares en los que la gente se abstraiga de su humanidad de semejante manera y dé rienda suelta a sus mas bajos instintos, tintados de alevosía extrema hasta el punto de que los que no usaron la absurda violencia de las piedras, disfrutaron grabando -y difundiendo- el crimen con sus teléfonos móviles.\n\nAl llegar al Centro Lalish soy atendido por Fadhil, un hombre de apariencia culta y, según me dice, educado en Estados Unidos. Tiene un semblante serio, lacónico y deprimido, pero curiosamente irradia una energía acogedora y en verdad se alegra de poder hablar con un extranjero, aunque no lo demuestre a primera vista. Es como si tuviera temor a hablar, sabiendo que tiene que hacerlo para no ser descortés. De hecho, cuando estamos sentados en la sala de reuniones del Centro, él mismo, ligeramente excitado, comienza a repasar los temas de actualidad que tan mala imagen están dando de los Yezidis. Empieza, cómo no, con la lapidación de la niña Dua, que así es como se llamaba, y lamenta lo ocurrido. Pero lo último que me dice en relación con este hecho es que "para nosotros está prohibido abandonar nuestra religión", lo cual no me ayuda a comprender si él piensa que esta muerte se podría haber evitado. Dedica muy poco tiempo a este caso tan grave y enseguida menciona otro hecho de violencia, del cual yo no tenía constancia. Al parecer dos policías yezidis contrataron los servicios de una prostituta musulmana a la que acabaron asesinando, y no solo eso, sino que además, estos policías fueron liberados del calabozo por el alcalde del pueblo, también yezidi, y por lo visto, hermano de uno de los policías. Por otro lado, siguiendo a estos acontecimientos, más de veinte yezidis que viajaban en autobús en Mosul fueron asesinados por musulmanes de esa ciudad en otro episodio de odio encarnizado entre ambas etnias. \n\nPor un momento me encuentro en medio de una situación curiosa e inédita, con un hombre apesadumbrado por sus creencias y perteneciente a una comunidad enteramente aliena a mí, sobre la que estoy siendo bombardeado con información. Sin embargo, no puedo negar que este viaje ha sido ideado con el fin de mezclarme con todo tipo de gentes y lugares. Noto que empiezo a saber lo que eso significa.\n\nEl propio Fadhil, al conocer mi deseo de visitar el Templo de Lalish, se empeña en conseguirme un taxista de su confianza, alguien que me ofrezca seguridad, un yezidi. Con este, de nombre Hussein, me desplazo unos 30 kilómetros hasta llegar al Templo, que según la creencia yezidi, es el primer lugar que existió en la tierra, y por supuesto, el principal centro de peregrinación de esta étnia.\n\nNada más llegar allí soy observado con curiosidad por todos los presentes. El templo no es sino un conjunto de pequeñas casitas en torno a un edificio más notable, con dos cúpulas de forma perfectamente cónica. Las casitas son habitadas durante el día por los visitantes, que se acercan aquí en familia para confraternizar y para realizar los diferentes ritos que se atribuyen a este complejo culto. El enclave es lo más atractivo, pues todo el complejo está distribuido sobre un cerrado valle entre empinadas y arboladas montañas. Es un lugar ideal para pasar el día, justo lo que hacen los yezidis que vienen hasta aquí.\n\nComo si estuviera esperando mi visita, viene hasta mí Hazim, un hombre respetado en la comunidad y con quien puedo hablar medianamente en inglés. Lo primero que me enseña es la sala de bautizos, donde precisamente se acaba de bautizar a su hija, una niña tetrapléjica sobre quien soy invitado a verter agua, como si se tratara de regar una planta, pero rehúso el ofrecimiento cambiando de tema. Le pido a Hazim que me muestre el templo por dentro. Se trata de un edificio antiguo, pero en ninguna medida me parece tan viejo como para ser considerado el primer lugar sobre la tierra. Sin embargo, al entrar, con sus paredes y suelos impregnados de una capa aceitosa y ennegrecida, la sensación es la de descender a la cocina del Hades, a un submundo de misterio eterno. El aceite, que es de oliva, lo utilizan para fabricar unas velas que iluminan el templo y que, al igual que es costumbre entre los cristianos, son encendidas para hacer plegarias. En el centro del templo está su objeto más adorado, la tumba de Sheihk Adi, el que viene a ser el profeta de los yezidis. Sobre ella, los fieles tienen la costumbre de arrojar paños de seda de múltiples colores (excepto el azul, que es un color prohibido), también para hacer plegarias, y además deben de dar tres vueltas completas al mausoleo.\n\nDespués de ver el templo, siento que salgo con algunas dudas sobre el porqué de ciertos ritos yezidis. Cómo no, soy invitado a compartir el almuerzo con los hombres de la congregación en el patio exterior de una casita del templo. Estos se afanan por ofrecerme sus mejores platos mientras las mujeres esperan, en una oscura habitación interior, a que terminemos, para poder comerse los despojos del banquete. Después, disfrutamos de té y conversamos, en este caso sobre mí y sobre el motivo de mi visita a Irak. Finalmente, me despido de ellos. Antes de abandonar el complejo soy saludado por todos los hombres con los que me voy cruzando, incluso haciéndome fotos con ellos, como si fuera una personalidad importante la que les visita.\n\nEsa noche, en mi habitación, paso un mal rato aquejado de un incómodo dolor de estómago que asocio con la comida y el agua que he tomado en el Templo. Me cuesta deshacerme del nauseabundo sabor de la carne poco cocida de la cabeza de cordero que había en medio de una bandeja, posada sobre un manto de arroz seco que me ha obligado a beber mucha agua de dudosa procedencia. Solo quiero poder dormir tranquilo, pero muchas dudas y temores vienen a mi mente cuando pienso en mi regreso a Turquía, el próximo día.\n\n¿Qué habrá sido de todos esos tanques que vi antes de salir de Turquía? ¿Habrán crecido en número? ¿Se podrá, de hecho, atravesar la frontera en sentido inverso? Esto último es lo que le pregunto a un taxista al que paro en una calle principal de Duhok, a la mañana siguiente. Me dice que sí, que a él no le consta que la frontera esté cerrada, así que negocio el precio para que me lleve hasta allí y me monto en el coche. Por suerte, Saalem, el taxista, habla un inglés decente y sabe cómo expresarse. Es la segunda vez que lleva a alguien a la frontera, así que me avisa de que no se acuerda muy bien del camino, pero no hay problema, preguntará a los peshmerga si es necesario. Al principio se muestra algo reticente a hablar conmigo, pero poco a poco, se va liberando de su mutismo y acaba convirtiéndose en un entrañable compañero de viaje. Confiesa que es un refugiado kurdo de Mosul, de donde ha tenido que huir ante la creciente e insoportable atmósfera de violencia que se está creando en torno a los kurdos de esa ciudad. A diferencia de Bagdad, donde la lucha parece más oficial y más centrada en guerrear contra las potencias invasoras o contra el nuevo gobierno irakí, en Mosul hay una guerra más intestina, centrada en el odio entre los árabes y los kurdos. Saalem me dice que del más de millón de kurdos que vivía en Mosul, quedan menos de la mitad. El resto ha sido asesinado u obligado a huir, como es su caso. También demuestra un buen conocimiento sobre la historia de España. Por primera vez me hace una pregunta que he de recibir en más ocasiones durante mi viaje por Oriente Medio. Me pregunta qué fue de los musulmanes que fueron obligados a convertirse al cristianismo por Isabel la Católica, como si no diera crédito a que estas personas hayan podido disolverse en la Historia de nuestro país sin haber mantenido su fe en secreto.\n\nAl contarle a Saalem que he estado en contacto con los yezidis, su gesto se endurece. Parece casi molesto, pero enseguida se da cuenta de que no tengo nada que ver con ellos. Me dice que pare él son gente primitiva, capaz de hacer cosas antinaturales. Por supuesto se refiere a la lapidación de la niña, la cual le causó tanto espanto como a todos los que la vieron por televisión en cualquier parte del mundo. Curiosamente, su indignación le llevó a recabar cierta información sobre el suceso, la cual me transmite. Al parecer, Dua se fue de su casa, en Bashika, para vivir con un musulmán de Mosul con el que estuvo seis meses, aunque no llegaron a casarse. Sin embargo, se comunicaba ocasionalmente con su familia, los cuales, en un momento dado, le rogaron que volviera a Bashika, pues la echaban mucho de menos. Esta accedió a la petición de su sangre y esa fue su perdición. Al volver a Bashika, su tío y su primo la retuvieron y promocionaron su ejecución pública, la cual terminó en una de las situaciones televisadas más desagradables que se hayan visto nunca. No obstante, la brutal lapidación de mujeres no es algo que concierne a los yezidis únicamente, pues en otros países musulmanes, incluida la parte árabe de Irak, estas se siguen produciendo, solo que de manera más discreta. Saalem no me lo niega, pero tampoco lo acepta; para él se trata de asesinatos, no de ajusticiamientos. \n\nA medio día llegamos a la frontera, que en su parte iraquí se llama Ibrahim Khalil, y me despido calurosamente de Saalem. Tardo más tiempo en salir de Irak para entrar en Turquía de lo que tardé en el sentido opuesto, debido a que hay mucha más gente que desea salir de Irak de la que quiere entrar, entre ellos un joven de Bagdad que viene en mi taxi transfronterizo y que ansía por todos los medios ir a Estambul. \n\n\n

    Irak se desangra. Es, sin duda, uno de los peores lugares de la tierra para vivir. Mesopotamia ya no es un buen lugar para el Hombre.\n\n\n\n\n\n

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