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    La vida de una guía de viajes tiene que ser como la de la mosca del vinagre, sufrida y corta. La que viaja con nosotros tiene ya tres años y está para jubilarse, entendiéndose lógicamente esto referido al libro, que no hay mosca que aguante tanta helada. El alojamiento al que fuimos en Shanghai era definido como 'este vetusto y desgastado hotel es una de las mejores opciones entre los alojamientos más económicos". Sin embargo, las carísimas alfombras, las escalinatas de brillante mármol y el impoluto uniforme de los botones anunciaban que en realidad aquel sitio era realmente exclusivo. Había incluso un cartel que exigía que se vistiese adecuadamente, lo cual me daba hasta vergüenza porque además de lucir unos harapos andrajosos, el frío había impedido que nos hubiésemos podido quitar las mallas y leotardos interiores en que nos embutimos al entrar en China, hace ya demasiado tiempo, y yo creo que fue a nuestro paso cuando se mustio el centro floral.\n\n

    \nEfectivamente, la recepcionista nos informó de los desorbitados precios y cuando Isra le preguntó por la referencia de la guía se limito a decir que "eso era antes de la reforma". Pero como somos más chulos que un VIII, nos dijimos que un día era un día y decidimos quedarnos ante el asombro de la recepcionista que yo creo que nos veía más en un albergue de los de hacer cola para la sopa.\n\n

    \nY lo cierto es que ni Isra ni yo nos arrepentimos de la decisión. Ese hotel fue el primero que construyó un occidental en toda China y el primero con electricidad en Shanghai y respiraba historia por los cuatro costados. Allí se alojaron Albert Einstein, Charles Chaplin o Ulysses S. Grant, estos dos últimos, por lo que vimos en unos cuadros que exhibían, dando también la vuelta al mundo. Me dije que quizás algún día hicieran lo mismo con nosotros, pero después recapacité y pensé que la única pequeña oportunidad de que colgasen nuestra foto en un sitio como aquel es que nos largásemos sin pagar la cuenta.\n\n

    \nResumiendo, la habitación era preciosa, el desayuno con diamantes y los pasillos largos de madera crujiente recordaban mucho a la película de 'el resplandor', que si por alguna casualidad de la vida veo girar la esquina a un niño en triciclo hago una marca a los tres mil que me traen para las Olimpiadas. De todas formas, al día siguiente cargamos con nuestras mochilas y nos mudamos de nuevo a un humilde alojamiento, para merma de nuestra comodidad y alivio de nuestros bolsillos, y nos despedimos tristemente del lujo y del botones.\n\n

    \nHay en Shanghai una cosa que se llama ‘el Bund’, que es como el malecón habanero, pero sin ruinas ni putas, con lo que pensándolo mejor no se parece en nada. Se trata de un paseo lleno de grandes bancos y edificios comerciales que dan sombra a una vieja estatua de Mao, metáfora ésta que sirve para explicar el comunismo que por aquí se estila. \n\n

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    \nFrente al Bund, en la otra orilla, un manojo de rascacielos forma un skyline impresionante y se congrega una gran muchedumbre para fotografiarlo, si bien las muchedumbres se congregan aquí con una facilidad inusitada, que no he visto yo tanta gente en todos los días de mi vida. Las Paginas Amarillas de aquí estarán seguro en proporción a los edificios.\n\n\n\n

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    \nSin embargo, no hay en Shanghai tanto problema con los idiomas y los menús de los restaurantes están en inglés, aunque no por ello deja uno de agradecer que se acompañe con una foto la descripción del plato, porque aquí las patas de pollo son estrictamente eso, veinte patitas con sus deditos y sus uñitas. Pero no todos los restaurantes son como la casa de los horrores. Una noche cenamos en uno estupendo, si bien nuestra camarera, la pobre, era la muchacha menos agraciada de China, que no es poco, y ciertamente parecía que le habían colocado las facciones de la cara como a mala leche. Eso sí, nos obsequio entre plato y plato con una amplia sonrisa y, aunque su dentadura recordara el perfil de Sierra Nevada, la verdad es que era una chica estupenda.\n\n\n\n

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    \nPero como todo llega, llegó el día de dejar Shangai y tomar un tren a Hangzhou. Cuando llegamos a la estación comprobamos desolados que la única ventanilla con cartel de 'se habla inglés' estaba cerrada y una muchedumbre se congregaba ante las veinte ventanillas restantes. Nuestra experiencia nos decía que en esas ventanillas especiales la taquillera suele tener más o menos el mismo nivel de inglés que el hombre de Atapuerca, con lo que no nos queríamos ni imaginar lo que iba a ser la comunicación en el resto. Pero como la necesidad agudiza el ingenio se nos ocurrió escribir en un papel, con ayuda de un mapa y la guía de conversación de Isra, los caracteres chinos que significaban "Tren Hangzhou Mañana Dos Billetes", que dicho así parece muy fácil, pero nos pasamos veinte minutos imitando cuidadosamente unas letras como de patas de araña con la sospecha de que aquello no iba a haber quien lo entendiera. Media hora de cola más tarde llegamos por fin ante la taquillera, quien recibió con cara de extrañeza el garabateado folio que le entregamos. Miró el papel, me miró a mí, y cuando ya estábamos pensando que tendríamos que reescribirlo y hacer de nuevo la cola, nos preguntó en un perfecto inglés: "¿Y a que hora desean viajar los señores?". Lo que son las cosas, después de todo el esfuerzo, nos encontramos con la única persona en todo el país con acento de Oxford. Sorpresas te da la China.\n\n\n\n

    \nAl día siguiente ubicamos una vez más nuestros equipajes en los estantes de un vagón de tren y partimos, como viene siendo habitual, rumbo a nuestro próximo destino.\n\n\n

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  • 2008-08-05 09:32:39
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  • Reporte.11: Shangai
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