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    Bajo un metro de nieve se encontraba la ciudad de Hangzhou, famosa por su lago que ya describiera Marco, de la familia de los Polo. \n\n

    \nLlegamos al hostal escasas horas antes de que diese comienzo el año chino de la rata, que menuda gracia para el que nazca bajo el auspicio de semejante bicho, sobre todo porque para esta gente eso determina la personalidad e inclinaciones. No se que implicación tendrá, pero yo nací en el año del conejo.\n\n

    \nPreguntamos en el hostal que si en China era tradición comer uvas e ir a ver peleas de borrachos, como en España, pero nos dijeron que la gente no salía y consistía básicamente en prender bengalas, tirar petardos y lanzar fuegos artificiales. Y era cierto. Al dar las doce la noche se llenó de luces y explosiones y en cada puerta una familia miraba ensimismada al cielo mientras el padre manipulaba unas enormes cajas de las que salían con gran estrépito cohetes despedidos, que ahora me explico yo porqué vimos en China tanta mano huérfana de dedo.\n\n\n\n

    \nLa chica del hostal estaba sin embargo triste y ojerosa porque le tocaba trabajar y no podía participar de aquel jolgorio, por lo que Isra y yo nos ofrecimos gentilmente a ir a por cualquier cosa que explotase un poco para ver si así se contentaba. Ilusionada, dijo que nos acompañaba si íbamos rapidito porque a esas horas no entraría nadie. De esta forma, recorrimos al trote las calles de Hangzhou bajo un espectáculo de cientos de fuegos artificiales con la esperanza de poder aportar a todo ello nuestro granito de pólvora.\n\n

    \nEl primer sitio estaba cerrado. En el segundo se les había acabado el material y en el tercero era el tendero el que estaba tirando los petardos. Después de mucha busca conseguimos una bolsa con bengalas, pero habían pasado cuarenta minutos y al llegar al hostal el dueño nos recibió con cara de perro pekinés y empezó a regañar fuertemente a la pobre chica. Tratando de explicar lo sucedido conseguimos enfadarlo más, con lo que finalmente nos fuimos de allí, mientras la lluvia comenzaba a repiquetear sobre la abandonada bolsa de bengalas. \n\n\n\n

    \nSin duda, el tiempo que estuvimos en Hangzhou estuvo marcado por tan señaladas fechas. Allí donde uno mirase encontraba farolillos rojos, familias sonrientes y entrañables ilustraciones de una rata. Ambiente festivo en la Romareda. \n\n

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    \nVimos también un mercado de medicina tradicional donde vendían los más raros ungüentos y hierbas que, según dicen, funcionan muy bien para cosas como el resfriado o las jaquecas, que no es como los carteles esos que hay en África de 'se cura el sida'.\n\n\n\n

    \nSin embargo, una preocupación mermaba nuestras uñas y nos fruncía el entrecejo. Para llegar a Hong Kong habíamos contratado un vuelo -el diablo sabrá porqué- a la ciudad de Guangzhou, cuya estación de tren había estado siendo noticia en medio mundo a causa de las tormentas y de batir el record Guinness de más gente en menos sitio. Y sí, precisamente era el tren la forma de llegar desde allí a Hong Kong. Ante la nada halagüeña expectativa de quedarnos encerrados en la ciudad emulando a López Vázquez en pasados affaires con Telefónica, nos pasamos una semana preguntando cada diez minutos por las noticias que de allí llegaban, con dispar resultado. Unos pensaban que no debíamos ir y otros que no debíamos ir ni de coña. Sólo los últimos días los medios oficiales anunciaron que la situación estaba siendo normalizada y, descartando que se tratase de un anuncio con fines electoralistas, cruzamos los dedos y el umbral del aeropuerto.\n\n

    \nComo cerdo agridulce en los palillos del destino, llegamos a Guangzhou, donde después de tantas preocupaciones por fin nos enteramos que hay dos estaciones de tren, una para Hong Kong y otra para el resto de China. ¡El caos que durante tanto tiempo nos había desvelado era en una estación distinta! Con un 'manda cojones' nos dirigimos a la nuestra, ejemplo de modernidad, y saboreando la taza de té que nos sirvió una azafata partimos de la ciudad preocupados por la situación de la gente en la otra estación. Pero solo un rato, después nos dormimos.\n\n

    \nLos días en Hong Kong nos reconciliaron con la ciudad. Regresamos al hostal de las camas de juguete no por masoquismo, sino por necesidad, pues allí habíamos dejado la mitad del equipaje para no cargar con él en China, y descubrimos que aquel sitio tenía un aliciente inesperado. Desde la pequeña televisión de la habitación se podía ver lo que gravaban las docenas de cámaras instaladas en el edificio. No obstante, la disciplina deportiva de hurgamiento nasal en ascensor no llegará nunca a ser olímpica, porque con el rato acaba cansando. Acabamos pensando que el responsable de aquel Gran Hermano vecinal estaba realmente enfermo.\n\n

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    Como nos habíamos prometido no repetir en Hong Kong experiencias nocturnas por su poca aportación lúdica y su mucho mermar la bolsa, decidimos hacer turismo y nos pasamos dos horas en una cola a fin de tomar un tranvía que nos llevase a Victoria Peak, una colina cercana desde la que se divisa toda la ciudad. Y la verdad es que mereció la pena, pues las vistas del puerto y los edificios son magnificas y te dan la oportunidad de repartir codazos con la excusa de tomar unas fotos.\n\n

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    \nAl día siguiente contemplamos por ultima vez la puesta de sol en Asía sobre el ala del avión que nos trasladaba, como habréis adivinado, rumbo a nuestro próximo destino.\n\n\n\n

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  • Reporte.12: De Hangzhou a Hong Kong
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