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  • Si hicieran descuento por llegar a las ciudades de noche y sin alojamiento nos habríamos ahorrado una pasta. Nos volvió a suceder en Rotorua. La buena noticia es que un cielo lleno de estrellas anunciaba un día libre de lluvias.\n\n

    \n El hostal contaba con una mesa de billar y en ella conocimos a Roberto, un argentino que trabajaba en Auckland para pagarse los viajes, con el que enseguida hicimos amistad. Compartíamos los tres el mismo dormitorio junto a otros siete que, cuando nos retiramos a descansar, se encontraban ya durmiendo. Sin embargo, Roberto se acercó a una de las literas y sacudió a uno de sus ocupantes para decirle que aquella era su cama. El otro, somnoliento, le cedió disculpándose su sitio y se fue a la única cama que quedaba libre, medio desvencijada y carente de sabanas o almohada. Yo le dije al porteño que el chaval, que resultó ser francés, había estando ocupando ese sitio desde la mañana y él respondió: 'Ya lo sé, pero no querrás que duerma yo en esa mierda de cama'.\n\n

    \n Visitando Rotorua encontramos unas curiosas construcciones de madera y entre ellas una coqueta iglesia con vidrieras que mezclan los motivos cristianos con los mitos maoríes. También vimos un precioso lago lleno de patos y de gente que hace fotos a patos.\n\n

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    \n Una tarde nos dirigimos a un poblado maorí, donde fuimos recibidos con la típica danza de bienvenida que conlleva mucho griterío, mucho sacudir de lanzas, mucho mover de ojos y sacar la lengua, que más le entran ganas a uno de salir corriendo que de visitar el pueblo. Sin embargo, hechas las presentaciones, los lugareños son muy amables y te presionan la nariz con la suya en señal de amistad y cantan y bailan para el goce y jolgorio de los asistentes.\n\n

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    \n Degustamos allí el 'hangi', una comida que preparan metiendo bajo tierra piedras calientes y una cesta con comida. Debo reconocer que lagrimones rodaban por mis mejillas ante la calidad y cantidad de las viandas con que fuimos obsequiados, y eso que soy bastante escéptico con este tipo de ágapes, por lo general escasos, dado que tenemos Isra y yo la costumbre de comer como dos pajaritos. Como dos albatros, concretamente.\n\n

    \n En el viaje de regreso el conductor nos dió seis vueltas seguidas a una rotonda conduciendo con las rodillas mientras cantaba a voz en grito que carecía de licencia de conducción. El típico humor maorí.\n\n

    \n Madrugamos Isra y yo y en las duchas nos encontramos a Roberto, quien parecía bastante sofocado y en voz baja y entre risas nos contó lo que le había sucedido. Se estaba duchando cuando le dió por hacer, decía, lo que tiene por costumbre, que es orinar in situ. Sin embargo nos detalló cómo, una vez comenzada la operación y sin marcha atrás posible, cayó en la cuenta de que su ducha iba a desaguar a la de al lado, donde había otra persona y pudo ver como el liquido amarillo procedente de su anatomía inundaba los pies del vecino. Mira que había gente en el hostal, pero en el momento en que se abrió la puerta de la ducha fue el francés de las camas quien apareció y quien, lejos de parecer ofendido, pasó resignado junto a nosotros, con la mirada baja, pensando quizás que por alguna razón le habíamos convertido en nuestro archienemigo. A mí me dio pena el pobre, pero yo sobre todo estaba concentrado en asimilar que bien me podía duchar otro día.\n\n

    \n Hay en Nueva Zelanda innumerables ocasiones de hacer puenting, climbing y un montón de cosas que terminan en 'ing'. Como ya voy teniendo una edad me decidí por el paseing, pero Isra optó por descargar un poco de adrenalina. El problema es que se pasó todo el trayecto hablando de fútbol con el instructor y cuando le metieron en un saco y le subieron a setenta metros no sabía qué había que hacer. Al parecer, junto a él había una pequeña palanquita que debía accionar para ser volcado al vacío, y la gente desde abajo le hacía señas para que tirase de ella, lo que desde arriba Isra interpretaba como saludos y a todos respondía agitando la mano y levantando el pulgar. Pero el tiempo pasaba y con tanto aspaviento Isra llegó a pensar que lo que le querían decir era que no se tirase que no le habían puesto la seguridad. Imaginen la situación encontrándose en soledad en lo alto de una grúa a setenta metros del suelo. Finalmente descubrió la palanca, la accionó sin saber para que servía y se encontró cayendo sorpresivamente al vacío y rebotando en la goma elástica para disfrute propio y alivio de los instructores.\n\n

    \n Otra actividad consistía básicamente en meter a Isra en una pelota transparente de tamaño gigante y arrojarlo cuesta abajo por un monte. Como la pelota tenía agua en su interior, la gente lo hacía en bañador y como Isra no tenía bañador, decidió hacerlo en calzoncillos, circunstancia esta que contribuyó enormemente a que un gentío se reuniese para contemplar sus evoluciones, máxime cuando al segundo bote los calzoncillos volaban alegremente en el interior de la esfera. Cuando ésta finalmente se detuvo, Isra tuvo ocasión de saludar elegantemente mientras trataba de vestirse en medio de una gran ovación.\n\n

    \n Todos los sitios que hemos visitado hasta ahora merecían más tiempo que el que le hemos podido dedicar, pero en Nueva Zelanda la sensación de necesitar una segunda visita es si cabe más fuerte, de modo que con la promesa interna de volver a pisar esas tierras embarcamos, esta vez sí, rumbo a nuestro próximo destino.\n\n

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  • 2008-09-24 10:34:02
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