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  • \nEl personal del hostal salió a recibir nuestra barca con ‘bulas’ y canciones y nos alojaron en un barracón cercano a la playa donde pernoctaríamos junto a otros veintitrés foráneos, en su inmensa mayoría venidos de la Gran Bretaña en una nueva etapa de colonización en que han permutado las armas por las bebidas espirituosas. El sitio no estaba mal, pero teniendo en cuenta de donde veníamos, de haber tenido alma se me hubiera caído a los pies. Sin embargo, Isra encontró el lugar muy de su agrado, sobre todo porque existía la posibilidad de practicar buceo y ver muchos peces, algo en lo que no nos parecemos, porque él disfruta con ellos en su entorno y yo en un espeto. \n\n

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    \nEl hostal se encontraba enclavado en una playa franqueada por dos salientes de rocas que cortaban el paso hacia el resto de la isla. Como yo añoraba el contacto con la gente local y ya me empezaba a sentir encerrado, pregunté a los camareros qué había más allá de las rocas y me respondieron que no merecía la pena ir, que no había nada y que las playas eran de piedra, algo que me extrañó mucho porque había visto una estupenda desde la barca. Sospechando que había allí felino bajo llave, tomé mi ya inseparable sombrero y me dirigí hacia las rocas con el afán robinsoniano de explorar aquella isla. \n\n

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    \nCrucé las rocas y me di de bruces con un fantástico escenario de playas desiertas y una espesa jungla que llegaba hasta la arena. Pensar que mis huellas eran las únicas en aquel inmenso paraje me dejó una agradable sensación y el convencimiento de que tenía que salir cuanto antes del barracón de los ingleses. \n\n

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    \n\n\nNo se cuanto llevaría andado cuando escuché unos cantos en el interior de la espesura. Era una voz profunda, como con eco, a la que al poco se le sumaron dos voces más. Extrañado, comencé a buscar una entrada hacia la jungla para ver qué era aquello, pero la vegetación era espesa y tardé un buen rato en encontrar una vereda tan pequeña que en un principio dudé que fuera camino hecho por el hombre. Mis dudas se disiparon cuando para salvar un arroyuelo encontré un pequeño puente de madera medio podrida que atravesé para llegar al fin al lugar del que aquellas voces procedían. Se trataba de una bonita casa de madera con un jardín de hierba fina absolutamente rodeada por la vegetación. Crucé el jardín e inmediatamente cesaron las voces. Saludé al aire en el idioma local y ante mí compareció en el porche un niño de unos seis años vestido con unos harapos que me miró con curiosidad. De repente, del interior de la casa surgió otro niño que de un salto le pegó tal patada al primero que cayó rodando por el suelo. Este se levantó riendo y atacó a su agresor mientras otro mocoso medio salvaje aparecía para unirse a la fiesta. Todos gritaban, reían y formaban gran alboroto. Pregunté donde estaban sus padres y entre puñetazos y rugidos me dijeron que habían salido. No sabía yo como reaccionar ante tan asilvestrada chiquillada, por lo que decidí aprovechar mis lecciones de fijiano en la isla de Paul para decirles algo en su idioma, lo que celebraron mucho y me obsequiaron cantando a través de los enormes conos de madera que usaban para golpearse, que ahí caí yo en la cuenta de dónde procedían las extrañas voces. Repartiéndose patadas y arañazos me pidieron que me quedara a jugar, pero visto en qué consistía el juego y que no tenía mucha pinta de que hubiese por allí una Play Station, me despedí de ellos y sus gritos me acompañaron en el camino de vuelta hacia la playa. \n\n

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    \nExplorando aquella isla divisé sobre las palmeras lo que me pareció ser una cruz. Me acerqué y comprobé que efectivamente, se trataba de una bonita iglesia de madera en cuya puerta un hombre yacía sobre una lona espantándose parsimoniosamente las moscas con un pequeño abanico. Saludé y le pregunté si podría visitar la iglesia y me respondió que estaba cerrada pero al día siguiente era domingo y que no había inconveniente si quería asistir al oficio. Aunque sea ya tarde para evitar la condenación, le dije que lo haría encantado y crucé de nuevo las rocas mientras un sol naranja se escondía tras el horizonte. \n\n

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    \n\n\nEn el hostal me esperaba Isra, que había tenido un percance con los peces. Se había alejado de la orilla llevando consigo unas cuantas tortitas para darles de yantar, pero no había contado con su inusitada voracidad. Por lo visto, comenzó a arrojar al agua trocitos de tortita hasta que se vió rodeado por decenas de peces, que le hacían cosquillas y chupeteaban, lo cual disfrutó mucho hasta que se llevó un mordisco en la mano que le ha dejado marcado bien profundo unos pequeños dientes en una especie de circulo sanguinolento. Arrojando lejos las tortitas, buscó refugio en la playa hasta donde fue seguido por todos los branquiados. Lo que son las cosas, un día nadas tranquilamente con un tiburón y al siguiente casi se te lleva la mano el pez colorín. La mar es muy traicionera. \n\n

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    \nLa cena en el hostal era realmente buena y había un grupo que tocaba la guitarra y cantaba tonadillas. Sin embargo, aunque era bonito, no dejaba ser gente contratada para cantar al turista y yo me acordaba de la isla de Paul, donde cantaban para ellos y nosotros éramos simplemente invitados. Con un punto de nostalgia degusté mi pollo y me preparé para ir a dormir pronto porque en ese sitio le despiertan a uno con tambores a las siete y media de mañana, algo que encuentro de un pésimo gusto. \n\n

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    \n\n\nA la mañana del día siguiente crucé de nuevo las rocas y me dirigí a la iglesia, donde esperaba ya una veintena de personas ataviadas con sus mejores galas de flores y colores chirriantes, que me miraron primero sorprendidos y me acogieron después con sonrisas. Me senté en la última fila y observé que la parte delantera estaba destinada a los niños, que se sentaban en el suelo. Uno de ellos, de la mano de su madre, no dejaba de hacerme señas, lo que me incomodaba un poco, hasta que reparé en que era uno de los niños salvajes de la tarde anterior. Formal, repeinado y vistiendo un pequeño traje, aquel cabroncete parecía un angelito. Se hizo el silencio y, seguido de dos monaguillos, apareció el párroco, a quien identifiqué como el hombre que estaba tumbado la tarde anterior a la puerta de la iglesia. Ocupó el púlpito y, en inglés, se dirigió a la concurrencia para manifestar que era un día especial porque tenían la suerte de contar con una visita y, dirigiéndose a mí, agradeció mi presencia y dijo que esperaba que me sintiese acogido por todos. Una señora empezó a cantar y todos los demás la siguieron. Y mientras sonaba el hermoso coro de los nativos, yo meditaba sobre el hecho de estar en una rústica iglesia de madera y paja, con la jungla a un lado y una preciosa playa al otro, en una isla perdida en el océano pacífico, y no podía dejar de pensar en qué diría mi madre si pudiera verme. \n\n

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    \nTras la ceremonia, todo el pueblo se acercó para saludarme y yo pregunté por un alojamiento en una de las aldeas. Una señora me dijo que había un lugar en la isla llamado Lotuma y que en mi hostal preguntase por un tal Johnny, que era de allí. Volví pues al hostal y no vi a Jhonny porque libraba, pero vi que ofertaban una excursión a una iglesia en otra isla para ver una ceremonia ‘típica’ que celebraban para todos los extranjeros de los resorts. ¡Y cobraban por ello un dineral! En ese momento caí en la cuenta de porqué no querían los del hostal que atravesase el límite de las rocas. Como en todas partes, el más tonto hace relojes. Y el listo los vende. \n\n

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