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  • Como soy muy cabezota, además de dar de sí el sombrero me empeñé en vivir mi experiencia fijiana lejos del mundanal mundo de los resort. Isra, sin embargo, es más de la opinión de intentar evitar en lo posible escaseces y precariedades, si será el tío raro, por lo que cargué mi mochila y quedamos en vernos allí en un par de días. Johnny, a quien por fin había encontrado intentando seducir a una sueca, me dijo que Lotuma era efectivamente su pueblo, que caminara por la playa hasta encontrar un árbol inmenso, que preguntara por un tal Sami que me daría alojamiento y que debía partir cuanto antes, en primer lugar porque el sol aún no calentaba mucho y en segundo, y no menos importante, porque con tanta cháchara se le iba a escapar viva la sueca.\n\n\n\n\n\n

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    Caminé maravillándome a cada paso de poder disfrutar en soledad tan hermoso decorado hasta que al fin vi a lo lejos, en un saliente de la costa, un enorme árbol que, no sabría decir porqué, me pareció diferente al resto, influido quizás por el hecho de que fuese el único en kilómetros que no era una palmera. A él me dirigía cuando me percaté de que un individuo semidesnudo caminaba hacia mí portando un machete de tres palmos en una de sus manos. Confiando en que viniese de abrir cocos, esperé a que se aproximase.\n\n\n\n\n\n

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    - Disculpa, ¿es esto Lotuma?\n\n

    - Si.\n\n

    - ¿Tú eres Sami?\n\n

    - Si.\n\n

    - ¿Dais aquí alojamiento?\n\n

    - No.\n\n\n\n\n\n

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    Maravilloso. Me había despedido del hostal y había cruzado toda la isla para encontrarme con el infausto dilema de volver al barracón con el rabo entre las piernas, que otra ubicación no concibo, o dormir aquella noche encaramado a un cocotero. Me senté a la sombra del gigantesco árbol acompañado del joven Tarzán de pelo afro y comencé a responder sus preguntas sobre de donde venía y si me gustaba Fiji. Pero tan apasionante conversación dio repentinamente un giro inesperado cuando se interesó por el precio que me cobraban en el hostal. Muy cuco, respondí con la mitad del importe real y él se levantó y sin decir nada se fue dejando a mis pies el enorme machete clavado en la tierra. Mis iniciales pensamientos sobre lo propicio de la ocasión para la poda de uñas que mis pies venían demandando pronto se desvanecieron ante la visión que desde el árbol se contemplaba. Un estrecho entre dos islas donde las olas venían a romper formando un cuadro de belleza inigualable. Pero de mis ensoñaciones me rescató Sami que venía acompañado de un hombre que me presentó como su tío Walter y que me ofreció alojamiento en su casa por una tercera parte del precio que yo le había dicho a su sobrino. Era tan barato que me daba hasta vergüenza, pero me la guardé para mí y acepte la oferta a regañadientes. Con un apretón de manos cerramos la transacción y nos sentamos los tres a contemplar el paso de las horas bajo la sombra del vetusto árbol.\n\n\n\n\n\n

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    Walter me presentó a su esposa Olandi, entrañable anciana que me explicó que me encontraba bajo el Árbol de los Sueños, que había incluso una canción local sobre él y que allí se reunía su familia desde hacía generaciones para contemplar las mejores puestas de sol del mundo. Me enseñó la casa y se disculpó porque no estaban acostumbrados a acoger gente y mi comida sería su comida y mi cama estaba en la misma estancia en que dormía el venerable matrimonio, algo en lo que no encontré yo inconveniente alguno. Para almorzar me ofreció unas enormes bolas hechas de miga de pan y coco y yo me serví una por aquello del qué dirán, si bien Olandi me arrebató el plato y lo llenó hasta arriba mientras me dijo algo que yo no entendí pero que poseía sin duda el familiar tono de ‘comételo todo que estás dando el estirón’.\n\n\n\n\n\n

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    Dediqué mi tiempo en Lotuma a bañarme en soledad, explorar los alrededores y pasear por la playa, donde al calor de la tarde encontré una pareja de ingleses que me pareció muy agradable y me dijeron que estaban en un pequeño alojamiento de cabañitas muy tranquilo, nada que ver con mi denostado barracón. Como me cayeron bien, les hablé del árbol de los sueños y juntos fuimos a verlo. Sami apareció con su guitarra y bajo sus hojas, interpretando canciones de Bob Marley, vimos, en efecto, la mejor puesta de sol del mundo. \n\n\n\n\n\n

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    No hay nada más inquietante que el zumbido de un mosquito en la oscuridad, pero como dormía bajo una mosquitera me despreocupé colocándome sendos tapones en los oídos, lo que dicho sea de paso, me sirvió para neutralizar también los ronquidos del bueno de Walter, que debía estar entrenado para ahuyentar las fieras de la noche porque tampoco es normal que cuerpo tan menudo tenga tanta resonancia. A media noche me despertó un enorme picor en las piernas que me tuvo horas rascando unos granos del tamaño de los Urales. Me habían masacrado. Cuando amaneció advertí entre escozores que en el interior de la mosquitera, en la esquina más cercana a la luz, siete u ocho mosquitos se arremolinaban buscando una salida a aquella trampa mortal. Relamiéndome de gusto, fui uno a uno aplaudiéndoles las orejas, lo que no me resultó difícil, de tan torpes y gordos estaban a mi costa, hasta que acabé con las palmas de la mano tintadas de rojo, sangre de mi sangre. Yo no sé que tendrá la venganza, pero me pareció que ya picaba menos. \n\n\n\n\n\n

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    Cuando me despedí de Lotuma no pude menos que pagar lo mismo que me había costado el resort, al que regresé dejando atrás muchos abrazos y sonrisas y aquel hermoso árbol cuya canción, sin embargo, hablaba de soñar con partir lejos de allí. Fui en busca de Isra quien tenía también ganas de partir a donde fuera y salomónicamente resolvimos buscar un sitio ni muy turístico ni muy agreste, por lo que cargamos nuevamente las mochilas y nos adentramos en la jungla buscando el alojamiento del que me había hablado la pareja de ingleses. No tardamos en encontrarlo y fuimos calurosamente recibidos por su agradable dueña, que lucía atuendo local y patillas de bandolero, y por sus huéspedes, hasta un total de cinco, con los que hicimos buenas migas y mejor cava, que hay que ver como bebimos de aquel peculiar brebaje que abotarga el entendimiento y entorpece el habla.\n\n\n\n\n\n

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    Nuestra estancia en Fiji nos dejaba marcada la belleza de sus parajes y el calor de su gente, pero haciendo un soberano esfuerzo, despreciamos la nostalgia y partimos resueltos, una vez más, rumbo a nuestro próximo destino.\n\n\n\n\n\n

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  • Reporte 23: El Árbol de los Sueños
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