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  • Quizás el señor Johnnie Walker esta tomando demasiadas decisiones en este viaje, porque nuestro plan previo era despedirnos de mi prima & Cía en Las Vegas, pero cuando nos quisimos dar cuenta estábamos alquilando un coche para encontrarnos de nuevo con ellas en San Francisco. A pesar de la pinta que teníamos después de toda una noche de parranda, la mujer que nos atendió en vez de llamar a la Policía nos entregó las llaves de un flamante Chrysler y nos informó de que nos esperaban unas doce horitas de viaje si no hacíamos paradas. Quizá porque toda sensatez se anula después de tres días sin dormir, arrancamos nuestro buga y lo pusimos en dirección a la ciudad de las cuestas y los tranvías. Cosas que hace uno cuando está de viaje.\n

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    Hay estupideces de las que jamás te arrepientes, y ese viaje en coche fue sin duda una de ellas, pues cada vez que pienso en él me invade una nostalgia cierta y una cierta melancolía. Recorrer el desierto de Nevada y atravesar California contemplando un formidable paisaje al atardecer entre camiones clásicos americanos y maquinas extractoras de petróleo es una experiencia que ni Isra ni yo olvidaremos en la vida. Entramos en San Francisco cruzando un enorme puente colgante y nos admiramos mucho de la grandeza del Golden Gate, si bien tiempo más tarde nos enteramos de que aquel era otro puente.\n\n\n

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    Habíamos llegado a la ciudad –sorpresa- de noche y sin alojamiento, pero Inés nos había dicho por teléfono que habían visto un hostal cerquita de su flamante hotel. Al parecer, la dueña era una pakistaní muy maja que nos dejaba la habitación a sesenta dólares. Por toda referencia me dijo que estaba “en la calle Gary, que es muy pequeña, esquina con otra más ancha”. Resultó sin embargo, que no era Gary sino Geary y que se cruza en concreto con ochenta y siete calles porque es más larga que el Paseo de la Castellana. En desfacer el entuerto tardamos una hora y media, lo cual después de más de doce de viaje es algo le sitúa a uno al borde del primicidio.\n

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    La fachada del hostal, pletórica de pintadas y desconchones, presentaba una sucia puerta a través de cuyo cristal se adivinaba una desvencijada escalera en la que, sería mi imaginación, pero me pareció ver tres ratas bailando hip-hop. Nos pasamos un buen rato dejando inútilmente las huellas en el timbre por ver si alguien nos abría hasta que el portero del club de alterne anejo nos dijo que no nos preocupáramos, que seguramente el dueño estaría borracho, y comenzó a gritar su nombre dirigiendo las fauces hacia una ventana del primer piso. Al rato, vimos a un hombre con bata que nos contemplaba desde lo alto de la escalera, si bien inmediatamente desapareció y sonó el zumbido que nos franqueaba el paso a tan inquietante hospedaje.\n

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    Un concierto de chirridos nos amenizó la subida por la escalera de negra madera forrada de moqueta hasta que fuimos a dar en el primer piso con una lúgubre habitación separada del resto de mundo por unas rejas desde el suelo hasta las goteras. Tras las rejas se agazapaba nuestro anfitrión, un hombre de edad y ebriedad avanzadas, seguramente el marido de la amable mujer que las chicas decían haber conocido. A través de los barrotes, le preguntamos si podíamos ver la habitación y nos respondió que eso era complicado, porque las llaves eran suyas y no se las dejaba a nadie y no nos podía acompañar porque, por si no lo habíamos advertido, estaba detrás de una reja y no tenía intención de salir. Debo reconocer que Isra y yo nos tranquilizamos bastante cuando salimos de allí despidiéndonos en ingles y compadeciendo en español a la santa de su esposa y cruzamos la calle para ocupar la limpia y confortable habitación de un hotel cercano. Costaba el doble, sí, pero no teníamos que dormir con un cuchillo entre los dientes.\n

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    María nos explicó que en Las Vegas habían perdido su vuelo de las nueve y media por llegar tarde, lo que trajo a mi memoria cómo Isra, a las ocho y cuarto aún les ponía grabaciones de Don Luís Sánchez Polak, santo varón, y Belén, muerta de risa, decía entre copas que para qué las prisas. Nos contaron indignadas que habían tenido que tomar otro vuelo de dos horas sufriendo la resaca, lo que no nos afligió en demasía al compararlo con nuestro periplo a base de bebidas energéticas, que me habían dejado el pulso como el de un cascabelero. \n

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    Pasamos los días en San Francisco subiendo en tranvía sus enormes cuestas, admirando, esta vez sí, el magnífico puente del Golden Gate y visitando el barrio hippie con flores en el pelo, como en aquella canción de Scott McKenzie.\n

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    Otro lugar que merece la pena es la isla de Alcatraz, pues la prisión está casi intacta y una visita a sus celdas, al siniestro comedor o al desolador patio causa tanta fascinación como gozo al poder partir de allí.\n

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    Una cosa que me sorprendió en San Francisco fue la cantidad de mendigos que pueblan las calles. Tanto, que en el trayecto de una manzana pueden llegar a pedirte ‘cambio’ hasta ocho o nueve de ellos y hay una autentica legión acomodada en los parques. Le pregunté a un taxista si es que había algún tipo de convención, pero me dijo que no, que siendo vagabundo la vida en California era más fácil que en otros lugares. Yo no sé el motivo, pero lo cierto es que paseando por la ciudad se te cae el alma a los pies porque la mayor parte de ellos son ancianos o personas con enfermedades mentales que se encuentran totalmente desvalidos y me pregunto por qué la primera potencia del mundo tiene un sistema social tan deficitario, si es que lo tiene, que permite que tal cantidad de personas duerman en la calle la otra cara del sueño americano.\n

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    Había llegado la hora de despedirse de las chicas, que volvían a España, y nos dimos muchos abrazos e hicimos no pocas promesas de vernos en el futuro. Yo incluso les di mi dirección de correo auténtica, y no la de mi amigo Bris como hago cada vez que me despido de alguien. Isra y yo nos vimos embargados por la sensación de que también nuestro viaje estaba comenzando a agotarse, pero huimos de ella acelerando nuestro coche rumbo a nuestro próximo destino. \n

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  • Reporte 26: San Francisco
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