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  • La noche había sido larga y apenas habíamos dormido, por lo que entre los cinco decidimos que lo más razonable era alquilar un coche para ir a ver el Cañón del Colorado. Sutilmente adornados con preciosas ojeras y aliento de diseño, así es Las Vegas, accedimos al fin al mostrador de la compañía donde nos atendió una señora que se había olvidado el cerebro en casa y, entre su torpeza y nuestra resaca, el contrato acabó a nombre de uno con la firma de otro y constando una dirección descabellada. \n\n

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    Asistida mi proverbial desorientación por el GPS que María tiene en la cabeza, logramos salir de la ciudad sin problemas y nos encaminamos hacia el Estado de Arizona sin interrupciones, pues aunque vimos de camino una gran construcción entre montañas y comentó Inés que aquello era una presa muy famosa que la gente visitaba, llegamos todos al acuerdo de que sin conocer ninguno más presa que Dolores Vázquez, mejor sería no perder tiempo.\n

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    Y en aquellas andábamos cuando por el espejo retrovisor pude apreciar que un coche de policía marchaba detrás de mí dándome las largas. Como yo me encontraba en el carril izquierdo adelantando una enorme fila de camiones, aceleré para pasarlos cuanto antes y dejar paso al servidor de la ley, quien ya hacía sonar una sirena con vistoso juego de luces azules y rojas. Pensando que a donde demonios iría aquel tío con tanta prisa en medio del desierto, adelanté al último de los camiones y me metí en el carril de la derecha, pero ante nuestra sorpresa él se situó de nuevo tras nosotros. Ya no había duda, llevábamos participando un buen rato en una persecución policial y no habíamos sido conscientes. Todos en el coche me decían que parara, pero yo no veía lugar en la cuneta apto para el estacionamiento y continuaba conduciendo a la espera de encontrarlo seguido de nuestro escandaloso perseguidor. Finalmente, detuve el vehículo y el del policía se situó detrás de mí. Por el espejo vi descender a un robusto agente, con botas hasta la rodilla, cinturón con cartucheras, sombrero de vaquero y -quizás este detalle haya sido añadido por mi subconsciente- una estrella de sheriff. Lentamente, se acercó caminando hasta la ventanilla y yo pensé que sería gracioso acelerar en ese momento, pero solo lo pensé y en lugar de eso me quedé observando las pistolas que portaba. .\n

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    - ¿Conoce usted el concepto “límite de velocidad”? \n\n

    - Eh… si.\n\n

    - ¿Sabe usted que el limite es setenta y cinco en el Estado de Arizona…\n\n

    - Eh… no.\n\n

    - …y que ir a más de ochenta y cinco es un acto criminal?\n\n

    - Eh… eh…\n\n

    - Usted iba a noventa y ocho.\n\n

    - Eh… ¡Gñf!.\n

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    En este punto y viendo como pintaba la cosa no pude menos que salir en mi defensa y hacerle saber que no sería para tanto, que yo normalmente iba mucho más rápido y que vaya un límite bajo que tenían en aquel lugar, setenta y cinco kilómetros por hora, a lo que él me hizo ver que en aquel país no utilizan los kilómetros, sino las millas y que en realidad yo iba a unos ciento sesenta kilómetros por hora, algo por lo que allí se va a la cárcel y que hiciese el favor de bajar del coche y acompañarle..\n\n\n

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    Me despedí de los cuatro confiando en que encontrasen una limería de guardia para enviarme un bocadillo, y seguí al Sheriff Lobo hasta su vehículo, donde se puso a jugar con una emisora que al parecer viene incorporada de serie en este tipo de automóvil. Me pidió que me identificase, pero como no tenía el pasaporte le entregué el carné del Rayo Vallecano, el cual miró muy detenidamente y, asintiendo, señaló mi segundo apellido y me preguntó que si era ese mi nombre de pila, a lo cual, siendo él un representante de la Ley, no pude yo contradecirle. Tomó el contrato que había escrito la torpe agente de la compañía y comenzó a copiar sus absurdos datos mientras me decía que aunque me dejase ir, había violado las Leyes Criminales del Estado de Arizona y que me iba a llegar una multa de órdago, algo que dudo yo mucho que suceda a la vista del nombre que escribió, que no coinciden ni las vocales, y de que va dirigido a la “Averida Espana, Estado de Alcorcón”. .\n\n\n

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    Lo cierto es que nos llevamos un buen susto, lo que me está bien empleado por ir a semejante velocidad. No obstante, también debo decir que con un coche automático, unos carriles tan anchos, un paisaje tan desértico y unas rectas tan sin fin pierdes la referencia y no da la sensación de ir tan rápido. Todas estas preocupaciones tenía yo en mi mente mientras me dirigía de nuevo al coche cuando vi en el reflejo del cristal que una pequeña sonrisa me adornaba el rostro. Resulta que ahora soy un criminal en el Estado de Arizona. .\n

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    Una de las cosas grandes que tiene el conducir por este país son las emisoras de radio. Recorrimos un buen tramo de la famosa Ruta 66 con una estupenda banda sonora de blues, rock, country y canciones infantiles. En el Gran Cañón nos esperaba un grandioso atardecer y sacamos fotos como si fuéramos japoneses..\n

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    Cuando regresamos a Las Vegas hacía ya tiempo que había sido tomada por las luces de neón y los imitadores de Elvis y nosotros recorrimos la ciudad convenciéndonos en cada rincón de que no hay en el mundo lugar semejante a este. Cada hotel, cada casino, tiene un motivo diferente y forman en su conjunto una delirante urbe de castillos medievales, palacios y réplicas del Coliseo romano o de la torre Eiffel. .\n

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    Estábamos derrotados. Casi sin dormir nos habíamos ido al Cañón, que es como ir de Madrid a Santiago para ver la catedral y volverse. Pero como era la última noche en Las Vegas decidimos darnos una ducha y salir a tomar algo. Isra sin embargo tiene mucho más cerebro y prefirió irse a dormir y levantarse a las ocho para despedirse de las chicas, que volaban por la mañana a San Francisco. Arrastrando los pies, me dirigí a la habitación de éstas y me serví un bebedizo con la firme convicción de que por una vez la noche iba a ser corta..\n

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    El teléfono sonó e Isra lo cogió medio dormido. Era la voz de María, quien le informó de que eran las nueve de la mañana, que llamábamos desde el interior de una limusina y que nos dirigíamos de regreso al hotel a recoger el equipaje después de una noche de fiesta loca. Isra se incorporó de un salto y, pidiendo perdón por haberse quedado dormido le dijo que se vestía y bajaba a despedirse. Colgó el teléfono y rápidamente se duchó, se vistió, se peinó, miró el reloj y comprobó que eran todavía las cuatro y media de la madrugada..\n

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    Entramos en la habitación bailando salsa con un aparato de música en que retumbaba Juan Luís Guerra con su canción “eran las cinco de la mañana…”. Isra nos recibió sentado en la cama con los brazos cruzados y cara de enfurruscado. ‘Hijos de puta’, fue todo su saludo. Pero como no parábamos de reírnos y la verdad es que tenemos un bailar sabrosón, finalmente decidió unirse a la conga y comenzó una fiesta de risas, whiskey y almohadazos que no hubiéramos hecho más ruido si nos hubiésemos pasado la noche domando potros. En cualquier otro lugar del mundo nos habrían expulsado, pero nos alojábamos en un hotel donde la gente bebe celebrando fortunas y llorando ruinas y hay cubiteras de hielo en la puerta de cada habitación. Viva las Vegas..\n

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  • Reporte 25: Proscritos en Arizona
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