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  • Si algo que nos caracteriza a los españoles es que desperdiciamos demasiado tiempo con la lectura en lugar de prestar la debida atención a la televisión y a las noticias deportivas. A pesar de ello, Isra y yo nos habíamos enterado de que jugaban en Los Angeles los Lakers contra los Toronto Raptors, o lo que era lo mismo, Gasol contra Calderón, dos compatriotas que están triunfado en la NBA. \n

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    La impaciencia limaba nuestras uñas mientras esperábamos a la puerta del Staples Center, un magnífico estadio rodeado de luces, pantallas de televisión y focos iluminando el cielo. Por fin, vimos aparecer a Jaime, el mismo Jaime que habíamos encontrado en Australia y que nos había dicho que conocía a una de las animadoras de los Lakers que podía conseguir entradas. Acompañado de cuatro de estas –de las entradas, me refiero-, y de una guapa rapaz de raíces taiwanesas, se fundió con nosotros en un nuevo abrazo a once mil kilómetros del anterior y entramos juntos al estadio.\n

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    El espíritu de la NBA se encuentra tanto en lo que hacen los jugadores con la pelota como en lo que ocurre en el estadio cada vez que se para el partido. Puro espectáculo. Cada uno de los tiempos muertos es amenizado con concursos, música o animadoras cañón. Una enorme pantalla cuelga del techo y en cada descanso todo el mundo baila y saca pancartas para verse en ella. En una de las ocasiones la cámara se detuvo ante Kareem Abdul-Jabbar, un antiguo jugador, que se puso en pie y saludó en medio de una gran ovación. La misma operación se repitió con el actor Jack Nicholson, si bien este miró indiferente la pantalla y siguió su conversación como si nada. Otra distracción es el kiss time, en que la cámara enfoca parejas del público y cuando éstas se ven en la pantalla se besan apasionadamente ante casi veinte mil espectadores. Ya sé que la probabilidad es pequeña, pero yo por si acaso crucé los dedos para que no nos enfocasen a Isra y a mí.\n

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    Allí donde fueres haz lo que vieres, de modo que en el descanso seguimos a la muchedumbre hasta un chiscón donde adquirimos unos enormes vasos de refresco, bandejas con nachos, guacamole, jalapeños y fardos de palomitas de maíz en cantidades menos adecuadas para ver un partido que para abastecer una boda.\n

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    A la salida nos hicimos fotos junto a la estatua de un tal Johnson, al parecer un mago, y divisamos un gran gentío que se apiñaba en silencio contra una pared. Como no estábamos en Jerusalén aquello nos llamó la atención y la curiosidad nos arrastró hasta allí. De repente, la turba comenzó a gritar y agitar mucho las manos contra el muro y al acercarnos descubrimos que no era tal muro sino un cristal tras el cual estaban grabando un programa de televisión. Es pasmosa el ansia de esta gente por salir en las pantallas.\n

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    Al despedirnos Amanda, que así se llamaba la amiga entre comillas de Jaime, nos hizo ver que era de noche y no teníamos alojamiento, por lo que se ofreció amablemente a darnos cobijo, si bien bajo la prevención de que contaba tan solo con un sofá y de que carecía de viandas con que agasajarnos. El recuerdo de nuestros muchos hospedajes míseros y la perspectiva de ahorrarnos una noche de alojamiento hizo que antes de que acabase la frase nos hallásemos ya los cuatro camino de su apartamento.\n

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    Amanda vivía en una bonita zona residencial. Su apartamento era pequeño y pequeño el sofá que poseía, por lo que nos pidió disculpas, si bien Isra y yo nos mostramos muy felices por el solo hecho de tener un techo. Encogiéndose de hombros, se fue a dormir y nos quedamos con Jaime compartiendo en un ordenador las fotos de nuestras pasadas aventuras en tierras australianas. Isra se acostó en el sofá y yo coloqué tres mantas dobladas sobre la moqueta a modo de colchón. Dormimos doce horas seguidas a pierna suelta. \n

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    Nos despedimos de Jaime y quedamos en vernos al regreso de nuestro periplo por Baja California. Subimos al Chrysler, nuestro particular Babieca, y nos dirigimos a la ciudad de San Diego, ubicada a tan solo veinte kilómetros de Méjico y plagada de las imágenes que solemos atribuir a Los Ángeles. Enormes playas con torretas de vigilantes, surferos, patinadores y palmeras que le hacen pensar a uno que no debe ser este mal sitio para vivir. \n

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    Con la referencia que nos habían dado no nos fue difícil encontrar el hostal, pues se encontraba pegado a una montaña rusa. El dueño, un cordial hippie trasnochado, nos mostró el lugar, que había decorado personalmente, y con un simple vistazo Isra y yo supimos que debíamos pernoctar allí. Todas las paredes se encontraban pintadas de flores y símbolos pacifistas y un letrero sobre una vieja maquina de discos invitaba a hacer el amor y no la guerra. Nuestra habitación se llamaba Yellow Submarine y multidud de discos y posters de los Beatles cubrían sus paredes amarillas, amén de algunas pintadas hechas a mano por nuestro singular casero. Sin duda, iba a ser un honor dormir sintiendo en la atmosfera la genial presencia de Ringo.\n

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    En Australia, en Camboya o en Fiji, desde que iniciamos nuestro demente periplo hemos necesitado hablar inglés allí por donde hemos pisado. Salvo en Estados Unidos, que aquí habla español todo hijo de vecino y cada vez que preguntamos a alguien en inglés nos responde en castellano, no sé si tan deslucida es nuestra dicción en la lengua anglosajona o si hay algo en nuestro aspecto que revele la cuna ibérica. \n

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    Pero si ya se habla castellano en California, la proximidad de San Diego con la frontera mejicana hace que aún se hable más y que la ciudad se encuentre atestada de locales anunciando ‘fajitas’, ‘burritos’ y ‘tacos de cochinita’. Y fue en uno de estos locales donde Isra y yo escuchamos proviniente de la cocina una vieja tonadilla que ambos conocíamos. Eran los ‘Heroes del Silencio’ y el dependiente, un chicano bonachón, la cantaba sintiendola como si fuese el mismísimo Bunbury. Le dijimos que nos sorprendía que conociese la canción y nos dijo que si estabamos locos, que los ‘Heroes’ eran una leyenda en su país y que en su última gira más de ciento veinte mil personas les habían visto en dos conciertos en la capital. Se levantó la pernera del pantalón y nos mostró un gran tatuaje con el anagrama del grupo que se había hecho hacía más de diez años y nos hizo un repaso por toda la discografía de la banda y de su cantante en solitario. “Yo es que quiero a ese pinche cabrón”, decía.\n

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    La Taquería se encontraba junto a nuestro hostal y, como no se podía fumar en este, yo acostumbraba a echar unos cigarros, mañana lo dejo, con el personal chicano que la atendía. Uno de ellos me relató su aventura cruzando montañas para atravesar la frontera y cómo, cuando llegó sin dinero, se vió obligado a robar en tiendas para su casera hasta que por fin encontró un trabajo en que no le exigían los papeles. Tenía veintidós añitos y hablaba de ello como quien habla de la rutina.\n\n

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    Después de nuestras iniciales andanzas por el país, la estancia en la hermosa ciudad de San Diego nos supuso un descanso necesario y la oportunidad de cargar las pilas para continuar animosos la ruta, rumbo a nuestro próximo destino.\n

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