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  • Desperté y al abrir los ojos vi que un rostro me observaba a menos de un palmo de mi cara. Tenía un semblante serio y clavaba fijamente en mí una mirada estrábica. “Soy Judío”, dijo. No acostumbro yo a despertar desorientado pero en ese momento no tenía ni la más remota idea de donde estaba, que día era y, sobre todo, quien era el tipo aquel y cuánto tiempo llevaba observándome, por todo lo cual agradecí en parte que el susto inicial me hubiese estampado la nuca contra la pared facilitando de esa manera mi visión de conjunto. Tendría unos veinticinco años, traza de desequilibrado, un flequillo de los que no se ven por el mundo y debía ser efectivamente judío porque lucía en la camiseta una enorme estrella de David. “Que bien. Yo soy Luis”.\n

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    Bajando a desayunar fui saliendo de mi asombro y entrando en mis recuerdos. Estábamos en Santa Mónica. Habíamos llegado de noche y la mitad de las literas se encontraban ya ocupadas por roncantes bultos, uno de los cuales debía ser nuestro inquietante compañero de habitación. Al segundo café bajó Isra, quien había mantenido con aquel una breve conversación y estaba todavía conmocionado. “Está perturbado, Luís”, decía, “a mi me da mal rollo dormir con ese al lado”. Lo que son las cosas, después de lo que llevábamos andado y de toda la gente con la que habíamos compartido alojamiento, casi al final nos encontramos con esto. Yo intenté tranquilizarle y dije que no había de qué preocuparse si bien en el fondo ambos sabíamos que compartíamos opinión.\n

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    Después del desayuno volvimos a la habitación y al abrir la puerta nos encontramos al amigo ajustándose unas mallas de color celeste. Isra y yo nos miramos como el banquero al parado, sin dar crédito, y él nos saludó con absoluta normalidad mientras se ponía un pequeño calzón rojo encima de las mallas. En ese momento, y sin necesidad de mirarnos, ambos comprendimos lo que debíamos hacer. Encendí la cámara de video e Isra se puso a hablar ante ella mientras yo inmortalizaba el fondo, donde aquel tipo se estaba colgando una enorme capa roja. Se estaba vistiendo de Supermán, sí. Le preguntamos que dónde iba con un traje tan bonito y respondió que es que a él le gustaba ‘vestirse de cosas’. Cuando nos fuimos de allí Isra se despidió diciéndole que tuviera cuidado con la kriptonita y él, respirando hondo como quien tiene una gran responsabilidad, nos miró muy serio y dijo “lo tendré”.\n

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    Nos habían dicho que si hay algo que uno no puede perderse en Los Ángeles son los Estudios Universal. Con la intención de visitarlos fuimos a buscar a Jaime y éste nos informó de que las entradas eran muy caras pero que se podían conseguir más baratas si las comprabas en una universidad, por lo que subimos nuevamente en nuestro carro plateado y nos dirigimos a la Universidad de California, donde aparcamos y nos adentramos en un laberinto de pasillos forrados de taquillas metálicas. De pronto sonó un timbre y nos vimos rodeados de decenas de jóvenes abrazacarpetas sintiéndonos como en una serie americana, porque además estaban todos: el rarito, el chistoso, el jugador de rugby, la animadora y la adolescente embarazada. Localizamos el punto de venta y salimos de allí con las entradas celebrando que no nos hubiese pillado un tiroteo.\n

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    No nos quería bien quien nos dijo que los Estudios Universal eran una visita imprescindible. Es una especie de parque temático del cine lleno de gordos comiendo nachos y frikis con camisetas de ‘La Momia’. Hay atracciones y hangares donde ponen videos y reproducen escenas de películas que sin duda pueden resultar entretenidas para los niños. Sin embargo, niños casi no vimos y hasta las colas para los espectáculos más infantiles se formaban en exclusiva por adultos. Nos hicimos fotos con algún personaje que por allí deambulaba y descubrimos que en realidad los Simpsons hablan español con acento mejicano.\n

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    He hablado antes de gordos y debo ser más preciso. Aquí no es que haya alguno, es que toda la población es obesa. Pero no de ese tipo de gente que sufre de tiroides, o tiene problemas de metabolismo o un exceso de peso derivado de algún tipo de enfermedad. Aquí son gordos porque se pasan el día comiendo porquerías. Por todas partes ves gente engullendo hamburguesas, tacos, donuts o crema de cacahuete acompañados de enormes vasos de refrescos azucarados. Y si esta gente es feliz así a mí me parece muy bien, abajo los cuerpos Danone, pero uno es lo que come y siempre que se pueda prefiero comer como Dios y Arguiñano mandan.\n

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    Un ejemplo que ilustra el párrafo anterior es que mientras en el resto del mundo se intenta atraer a la clientela con conceptos como ‘cero por ciento en grasa’ o ‘bajo en calorías’, juro que aquí hay restaurantes que se anuncian con “aquí comen los gordos; tenemos que ser buenos”.\n

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    El resto del día lo dedicamos a recorrer Sunset Boulevard, divisar el cartel de Hollywood y buscar sin éxito la estrella de Gracita Morales en el Paseo de la Fama.\n

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    Volvimos a Santa Mónica y, con la promesa de volver a vernos, nos despedimos nuevamente de Jaime, el cual se quedó atónito al ver descender de un autobús cercano a un tipo ataviado de Supermán.\n

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