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Siempre que conozco a "alguien que tiene algo que contar" pienso en invitarle a la cárcel. Ahora ya sabes porqué Ángel. No hace falta ser un conferenciante ni un profesor de algo, se trata de romper la soledad con una presencia nueva. Hasta esa mañana no te conocían y ahora ya te llaman por tu nombre, se van a pelear por leer tu cuaderno con los textos y las fotos. Tengo miles de historia que pudor jamás contaría pero once años en el talego son una vida de encuentros. A veces llega un colombiano nuevo y me explica sobre la palma de su mano, como si fuese el mapa de Colombia, dónde está su pueblo y de qué color es la fachada de su casa, los cuentos que cuenta su abuela desdentada o el olor de un buen ajiaco cociendose en el fogón. Otras veces camino a toda velocidad por el patio con alguien que no es capaz de decir nada, solo nos miramos. Está pasando ese tiempo de marrón que es como un luto, hasta que te haces a la idea de lo que se te vino encima. Otras veces te llega un paisano (soy gallega) y hablamos de las costumbres de nuestra tierra cuando llega el carnaval, esas comidas, lo que flota en el ambiente. Es como si estuviéses en tierra extraña, una especie de exilio y de repente llega alguien de tu pueblo, ya te imaginas cómo se saborean esas cosas. No es alimentar la nostalgia sino recuperar lo que te pertenece y por aquellos patios de cemento queda algo lejos. Les gustan los abrazos, la risa, los silencios, las experiencias vitales de otras personas, los viajes. Por eso, tu paso por allí, Ángel ha sido una delicia. Gracias y vuelve
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