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Siempre pensé que lo primero que has de tener para ser un buen viajero es un estómago de teflón, como las sartenes. Capaz de digerir lo que te echen. No me imagino a Burton, a Speke, a Stanley o a Domingo Badía... con remilgos a la hora del menú.\n\nEl caso es que yo siempre me tuve por un estómago duro. Una flora bacteriana correosa como un tercio de Flandes, curtida en mil batallas contra salmonellas y escherichia colli a lo largo y ancho de este mundo. Pero durante aquel viaje por el Zaire se me ocurrió visitar el mercado de Kisangani , una ciudad perdida en lo más remoto de la selva del río Congo. El mercado era como todos los mercados africanos: vibrante, colorista, divertido... ¡hasta que llegué a la sección de ahumados!\n\nHabía de todo: monos, antílopes, gusanos gigantes... todo ahumado, o mejor dicho chumascados, con un punto de olor a putrefacto que hubiera hecho vomitar a los mismísmos marineros de la Pinta, la Niña y la Santa María. Aún tengo grabada la imagen de aquellos monos ahumados...¡eran como bebés pasados por el microondas! ¡¡Dios mío!!. \n\nPor aquello de que donde fueras haz lo que vieras, probé un par de bocados de mono asado en un restaurante callejero.... ¡puuuajjjjj!!!, aún me acuerdo de las arcadas... y de las risas del resto de comensales.\n\nQue queréis que os diga: me quedo con el jamón de pata negra. \n
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