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Estoy pasando unos días en mi tierra, en Murcia. Tomo notas para un libro que me han encargado sobre el valle de Ricote , una de las zonas más bonitas de esta castigada región, donde el ladrillo visto y las grúas han sustituido a las palmeras y a los limoneros.\n\nAyer caminaba por el centro de una localidad de cierta importancia cuando pregunté por una dirección a unas niñas adolescentes españolas que tonteaban en un banco del paseo. La respuesta:\n\n"Pues por esa calle p'allá, sigue p'allá.. y luego... hay una cosa, así...osea, una cosa en medio, ...tuerce p'acá.. allá al final está.\n\nVale. Me compraré un GPS.\n\nComo obviamente con semejante explicación no encuentro la dirección, vuelvo a preguntar a otras dos niñas adolescente que viene de frente por la acera. Esa vez son sudamericanas:\n\n"Sí, está por aquella calle. Ve usted el Banco de Santander, pues en esa esquina gire a la derecha, luego siga todo recto y donde encuentre una pequeña plaza, tuerza a su izquierda. No le ha de ser muy difícil, en cualquier caso vuelva a preguntar una vez allí".\n\n\n¡Glups! ¿Se nos quedó la riqueza de vocabulario al otro lado del Atlántico?; en esta orilla del océano, ¿hablamos español o lo perpetramos? ¿Por qué en Sudamérica todas las clases sociales hablan un español riquísimo y aquí parece que con media docena de palabras nos apañamos? ¿Están nuestros adolescente "atontaos"? No sé, pero la pobreza del vocabulario que empleamos por estos pagos empieza a alarmarme. (¡ojo!, esto pasa en cualquier lado, no solo en mi tierra).
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